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México D.F. Jueves 14 de agosto de 2003

Adolfo Sánchez Rebolledo

(Otra) Crisis en el PRD

El PRD nos ha ofrecido (otra vez) un patético espectáculo de frivolidad y autismo político. A sus dirigentes se les olvida que sus actos y dichos son observados por muchos ciudadanos que no entienden -ni quieren entender- las oscuras razones internas que hacen del escándalo una fatalidad, la marca indeleble de la casa. El órgano de fiscalización del PRD está obligado a hacer una investigación completa que establezca la magnitud y naturaleza de las irregularidades que, según Ricardo García Sainz, fueron detectadas y cuya filtración terminó con la renuncia de su presidenta. Las explicaciones de Rosario Robles dejan un sabor amargo, pero al gran público que sigue sus declaraciones en los medios, finalmente añaden poco a lo que ya sabían del PRD: que es un partido conflictivo e inestable: cuando no es la reyerta por elecciones fraudulentas es la sospecha por el uso y abuso de las finanzas, las descalificaciones derogatorias entre las cabezas del partido, la falta de rigor y la desmemoria, el golpeteo entre sus prohombres, la improvisación con que los cuadros atienden las necesidades de una organización que sólo crece donde se puede ganar y se extingue donde hay pocas probabilidades.

Apenas hace una semana me referí a las posibilidades del PRD en la distante, pero ya iniciada contienda de 2006: "En teoría es el que más puede crecer. No tiene compromisos con el pasado y hasta ahora sus gobernantes han funcionado bien, con altos índices de aceptación. El gran problema es el de siempre: la sumisión al pragmatismo de sus líderes, la ya proverbial incapacidad para impedir que los conflictos internos contaminen sus propuestas, la falta de elaboración para un país que a pesar de todo cambia, su rechazo sectario al intercambio de ideas con otras fuerzas. Y en ese terreno vaya si es frágil". Me quedé corto y la terca realidad superó cualquier hipótesis.

Al calor de la reciente crisis se repite que el PRD tiene que reformarse a fondo. Y vaya si lo necesita. La cuestión es si así como está puede pensar en un cambio en serio o sencillamente volver a revolcar los documentos y estatutos sin modificar un pelo las estructuras internas de poder y la línea política, hasta hoy inamovibles. Muchos de los problemas actuales vienen desde muy lejos, desde que nació para dar cauce a la gran corriente neocardenista que hizo saltar en 1988 al "partido casi único". Recuérdese que éste se formó con el aluvión de militantes y ciudadanos provenientes un poco de todas partes bajo el influjo del fraude y con la esperanza de ganar pronto la Presidencia para Cuauhtémoc Cárdenas, líder indiscutido e indiscutible de la nueva formación. Al naciente PRD llegaron, en primer lugar, los cuadros de la ex Corriente Democrática, que encabezaron la disidencia contra el PRI y De la Madrid. Allí estaban, entre otros, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia y la plana mayor de políticos michoacanos que acompañaron a Cárdenas en la ruptura con el régimen y luego en la batalla por la democracia. También estaban, todos a título individual, los militantes de las organizaciones de izquierda que apoyaron la candidatura cardenista y, capítulo aparte, los miembros de base del ex PMS, con todo y sus corrientes. Gracias al registro del PMS, el PRD surgió con todas las prerrogativas de ley.

El gran problema es que la fusión de esa diversidad se produjo sin una verdadera discusión, sin un proceso de integración paulatina. Dado que un frente parecía inviable, se optó sin mayor trámite por la forma "partido-movimiento" (un anfibio que a veces actúa como organización social y otras como partido electoral), sin definir en qué consiste, aunque el primer congreso adoptó una estructura que daba amplios poderes al presidente del partido, electo mediante votación especial.

Con todo, es el peso del antigobiernismo, la repulsa a los métodos autoritarios del PRI -y más tarde la represión- que las diferencias potenciales se subsumieron en nombre de la unidad... y del acomodo de los grupos en las instancias de decisión del partido. Al fin y al cabo, la crisis del priísmo parecía cercana y a la mano. Las mal llamadas "corrientes" le dieron presencia a los grupos que se disolvieron para ingresar al PRD y a otros que luego se formaron con el único fin de ganar y preservar espacios en los aparatos partidistas. Jamás fueron, en sentido estricto, corrientes de opinión, sino grupos de interés incrustados en los órganos de dirección, cobijados bajo la sombra de las grandes personalidades que todo el mundo conoce. Esta composición, que es funcional al caudillismo, sirve mejor en tiempos de campaña, cuando los límites del partido se desbordan con la participación de millones de ciudadanos en torno al candidato, pero es completamente inútil para atender y resolver las mil y una cuestiones que la vida política le plantea.

Sin embargo, más allá de los temas organizativos, que sufrieron muchas modificaciones en el curso de los congresos, el PRD adopta (dicho sea esquemáticamente) una línea fundada en el programa radical de la Revolución Mexicana y la lucha por la democracia consecuente, concebida a la luz de la "Revolución Democrática" como un periodo de intensos combates políticos y sociales que debe culminar con la caída del partido de Estado, punto de partida de la transición democrática que abrirá las compuertas a las grandes transformaciones que la nación requiere.

Claro que el PRD ya no es el mismo. Gobierna una buena parte del país, incluida la capital, pero sus reflejos siguen atados al universo de sus orígenes. De tarde en tarde se revive la idea del "partido-movimiento" y no pocos militantes siguen atados a la concepción de la democracia revolucionaria que hoy le impide reflexionar sobre su papel en la sociedad mexicana de comienzo de siglo. La idea de que el PRD es un "partido-movimiento" impide la institucionalización de la vida interna y cancela relaciones sanas y maduras con las fuerzas sociales, con los movimientos de la sociedad civil. El PRD tiene el deber de convertirse en el gran partido de la izquierda democrática y para ello debe reconocerse como un partido electoral, respetuoso de la legalidad y confiable para representar y promover las mejores causas de México. Ojalá y sus líderes se pongan las pilas.

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