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México D.F. Lunes 11 de agosto de 2003

Javier Oliva Posadas

El miedo en la historia de Estados Unidos

Sea a los contactos con los "otros", a lo que signifique diferencias o distingos, en la religión, en la atrocidad que implica la pureza de la raza o, peor aún, las intransigencias ideológicas, todas esas conductas están precedidas y guiadas por el miedo. El miedo a saberse vulnerable, que a su vez implica la inseguridad en lo que se piensa y hace.

El miedo llevó al ataque e invasión de Estados Unidos a Irak, el miedo condujo a que los nazis pretendieran lo imposible: evitar los contactos con otras razas e ideologías. El miedo condujo al sacrificio de millones de personas en nombre de cualquier ideología. Ahora, en estos años de arranque en el siglo xxi no ha cambiado mucho la cosa. Seguimos viendo y padeciendo los efectos de un temor irracional e insensato a la diferencia, cuando las dinámicas sociales en toda la historia han sido precisamente el ir y venir de los contactos, de los intercambios.

No hay sociedad más temerosa que la estadunidense. La espléndida película-documental de Michel Moore, traducida con el título de Masacre en Columbine, pone en evidencia que el origen mismo de ese país fue basado en el miedo, en la necesidad de estar aislado del resto del mundo. Un ejemplo claro y trágico es su doctrina de seguridad nacional. Sus intereses están afuera de la masa continental. Lo mismo es relevante el petróleo en Irak que el desarrollo de armas nucleares en Corea del Norte o bien, la situación política en Liberia.

La propia doctrina de guerra preventiva, diseñada para justificar los futuros ataques a lo que en Washington consideren una amenaza, es una manera de concebir el mundo como una serie de desafíos a los que solamente mediante la fuerza es posible controlar. En la política, al igual que en las relaciones personales, una vez que se ha agotado el recurso de los argumentos se pasa al ejercicio de las presiones y, cuando no, a la violencia. Por eso, en general, la ciencia política generada en Estados Unidos tiende a ser comparativa sobre las evidencias más superficiales: partidos políticos, transparencia en la aplicación y procedencia de los recursos, desarrollo de las instituciones, entre otros aspectos. Pero del análisis sociológico, de las conductas regresivas y destructivas muy poco se estudia.

Incluso, siguiendo algunos de los ejemplos del propio Moore, la tenencia de armas, la segregación racial (que persiste, aunque más sutil) se han visto agudizados a partir del 11 de septiembre de 2001. Ya no se diga de los seguros para cubrir incluso accidentes domésticos de visitas o de daños que una mascota pudiera infligir a otra persona. Miedo, puro miedo. Por eso parece más vulnerable no sólo el individuo, sino toda una sociedad y su sistema político, sustentado en la forma de detener la evolución de las cosas, en tratar -inútilmente- de evitar que las cosas cambien.

Si hubiera que desear un cambio en la sociedad contemporánea, debiera orientarse hacia la capacidad para reconocer que la situación como la vivimos no puede ser más; el conservadurismo, de izquierda o derecha, se niega precisamente a aceptar la incorporación de nuevas tesis, de los avances de la ciencia y sus efectos sobre la dinámica social. Por ello, en sociedades como las de Estados Unidos, el miedo forma parte central de cómo se puede controlar lo demás para evitar que efectos negativos o lo peor queden fuera de su control.

El desarrollo de tanta capacidad destructiva es directamente proporcional a la sensación de inseguridad. El rechazo que hay en muchos países a Estados Unidos no debe verse por la simpleza de que se trata de "rechazar al imperialismo". Es, en todo caso, un enfrentamiento a las conductas y formas de actuar de ese imperialismo. Quizá por todo esto sea el momento propicio para que la política de la razón, de la argumentación pueda ser aplicada para disminuir tensiones y conflictos. Un mundo seguro no es un mundo más controlado; un mundo seguro implica intercambio y opciones para el desarrollo.

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