Jornada Semanal, domingo 10 de agosto del 2003        núm. 440

NAIEFYEHYA

TERMINATOR 3, LAS MÁQUINAS
ABANDONAN LA FILOSOFÍA

PARALELOS APOCALÍPTICOS

Hace unos meses, el equipo del presidente George W. Bush, el chico, recorría toda clase de escenarios predicando al borde de la histeria que Saddam Hussein estaba a punto de reconstituir su arsenal químico, biológico y muy especialmente nuclear. Bush dijo que de seguir esperando a que apareciera una "pistola humeante", ésta tendría la forma de un hongo nuclear. Una guerra, una docena de miles de muertos y una ocupación más tarde, tenemos que las evidencias presentadas por Bush y sus socios eran fraudes y falsificaciones, especialmente aquellas relacionadas con armas atómicas. Pero a falta de un hongo radiactivo real contamos con uno cinematográfico en el episodio más reciente de una de las franquicias fílmicas más influyentes de Hollywood: Terminator 3 (T-3). Poco después de tener en los televisores visiones sin precedente de la aplastante invasión estadunidense a un Irak paupérrimo, devastado e incapaz de defenderse contra el aparato bélico imperial, en la gran pantalla se nos ofreció el espectáculo de exterminio de la humanidad por parte de las máquinas dirigidas por la red militar de comunicaciones Skynet, una inteligencia artificial que se ha tornado consciente y se ha vuelto en contra de sus creadores. Y así como comenzaron los ataques guerrilleros iraquíes en contra de las tropas de ocupación, los humanos se organizan para pelear contra un enemigo superior y prácticamente indestructible.

REPETICIONES

Terminator estrenó en 1984, en una era preinternet y estableció el estereotipo del cyborg (organismo cibernético) como un androide brutal con cuerpo de físico culturista y un vocabulario mínimo cargado de frases inolvidables. Así mismo, Terminator fue fundamental en la configuración de la estética cyberpunk que desde los años 90 ha penetrado e influenciado la cultura popular globalizada. La tercera entrega de Terminator (que deja abierta la puerta para que la saga continúe) se estrena poco después de la secuela de The Matrix, para volver a contar la historia de la primera y de la segunda cintas: una máquina es enviada a nuestro tiempo desde el futuro para eliminar de manera preventiva (al estilo de la política bushiana), primero a Sarah Connor, la madre del líder rebelde humano, John Connor, y en T-2 al propio John adolescente. La magia de James Cameron y ahora del director Jonathan Mostow es haber tornado la repetición de temas, un recurso común en el cine de horror, en un "eterno retorno", en variaciones barrocas que permiten explorar facetas de las relaciones entre humanos y tecnologías. En la más reciente película de la serie, las máquinas, seguramente inspiradas por el Pentágono, crean una lista de personas inocentes que deben ser eliminadas preventivamente por el modelo más moderno de robot asesino, T-X (Kristanna Loken) un cyborg no solamente mejorado con respecto a versiones anteriores sino también dotado de una seductora apariencia femenina. Las máquinas pensantes del futuro creen que los humanos se sentirán atraídos físicamente hacia una trampa mortífera capaz de expandir sus senos para volverse más apetecible a sus insospechadas víctimas. En T-3, como en T-2, tenemos el enfrentamiento de dos tecnologías, dos terminators antagónicos, uno que niega la vida humana y otro programado para protegerla. La lucha es siempre desigual pero la tecnología más obsoleta (del lado de lo humano) deberá imponerse, en una obvia pero divertida alegoría de los peligros y beneficios de nuestras invenciones. En T-2, el terminator T800, interpretado por el ahora potencial candidato a la gubernatura de California (como una especie de Ronald Reagan en sobredosis de esteroides), Arnold Schwarzenegger, era un protector amable y paternal. En este caso el T800 aparece como una máquina más impersonal pero a la vez más auto reflexiva y cargada de referencias cinéfilas.

ADIÓS A LA FILOSOFÍA

Mostow ha hecho de esta secuela un eficiente, intrincado y efervescente filme de serie B a un costo de 170 millones de dólares. El director del road movie paranoide, Breakdown (1997) y el thriller-kammerspiel de submarinos, U-571 (2000), creó una ingeniosa coreografía de destrucción maquinal y un vertiginoso paseo apocalíptico que tiene uno de sus momentos de gloria en la pelea entre los terminators en un lujoso baño corporativo, espacio emblemático de la segregación sexual. La batalla es un comentario sobre uno de los temas dominantes en el episodio anterior: el feminismo musculoso e hiperarmado de los noventa, representado por Sarah Connor, la mujer que se reinventaba a sí misma y se volvía a su vez un cyborg al modificar su cuerpo para confrontar el orden tiránico masculino. Pero si bien hay notables gag visuales y una extraña familiaridad con el horror maquinal del futuro que resulta reconfortante, aquí están ausentes las reflexiones filosóficas de T-1 y T-2 y las paradojas creadas por los viajes en el tiempo. Parecería que la serie de Terminator finalmente se asume como entretenimiento y ha dejado el terreno de la alta reflexión a filmes como The Matrix. Quizás no haya sido una mala decisión.