La Jornada Semanal,   domingo 10 de agosto del 2003        núm. 440
El enigma de la libertad

Mercedes Iturbe

Josef Koudelka, nos cuenta Angélica Abelleyra, pasó varias semanas encerrado en el Palacio de Bellas Artes preparando la exposición que reúne cuatro grandes aspectos de su genial obra fotográfica: la escena teatral en Praga, Gitanos, la invasión soviética y un conjunto de imágenes sobre los Exilios y el Caos. Koudelka (Moravia, 1938) es uno de los principales fotógrafos del siglo XX y un gozador de la vida al que nunca derrotaron las calamidades. Por eso opina que “en el mundo hay cosas que son horribles y sin embargo hay que tratar de vivirlo bien”. Agradecemos a Josef Koudelka y a Magnum Photos su apoyo en la elaboración de este número.
 

Un 10 de enero, en la región de Moravia, en Checoslovaquia, nació el pequeño Josef. En el instante mismo de abrir los ojos por primera vez atrapó la luz del universo y la hizo suya; de igual manera, devoró el paisaje y lo anidó en sus entrañas. Dueño de esta mezcla poderosa creció con el corazón libre y los ojos inundados de sueños. 

Koudelka decide partir a la capital de su país para estudiar ingeniería aeronáutica; esta decisión no lo aleja de la fotografía: hace su primera exposición en 1961, en el Teatro Semáforo de Praga. Concluye sus estudios y trabaja un tiempo como ingeniero; y en 1967, cuando se hace miembro de La Unión de Artistas, decide consagrar su vida a la fotografía.

Una vez tomada esa determinación, le resulta impensable la idea de dedicar parte de su existencia a cualquiera otra actividad que altere su condición de fotógrafo de tiempo completo. Todo gira alrededor de su trabajo que es, en última instancia, su razón de ser. Tiene organizada su vida con un rigor absoluto, casi militar, que se le ha venido acentuando con los años. Ninguna cosa, por atractiva que sea, tiene la fuerza para distraerlo de su única obsesión: la fotografía. 

En su condición de hombre libre, Koudelka ha optado por la soledad; es como un lobo estepario que peregrina por el mundo en función únicamente de su trabajo.

A lo largo de los años, ha fotografiado diversos temas en los que ha depositado toda su energía. Su espíritu alerta decide cuándo el tema está concluido y ya no le interesa registrarlo más. 

Un calendario, perfectamente planificado, lo lleva a iniciar en la primavera el peregrinaje por los distintos países que selecciona en función de sus temas; hace una breve pausa en el verano para compartir un tiempo con sus hijos y continúa su recorrido con la cámara hasta el principio del invierno. Se detiene cuando las condiciones del clima le impiden dormir al aire libre y aprovecha el invierno para revisar exhaustivamente su material. Por lo general, se refugia en la agencia Magnum en París, lugar que asume como su propia casa. Ahí pasa días y noches trabajando; al sentir sueño extiende por el suelo su saco de dormir y descansa lo necesario para continuar al amanecer su laboriosa tarea de revisar miles de negativos.

Para Koudelka, salvo la fotografía, no existe compromiso alguno, y mucho menos convencionalismos, que puedan alterar su ritmo; no está atado a nada, elige los espacios para ver a sus amigos, no le interesa el dinero, el confort le da lo mismo, prefiere comer en una taberna de pescadores que en un restaurante de lujo, opta con júbilo por dormir bajo las estrellas en un bosque o en una playa en vez de imaginarse asfixiado por un cuarto de hotel. Su contacto con la naturaleza y con los seres humanos que fotografía va más allá de los instantes dedicados a disparar la cámara. Durante sus intensos períodos de trabajo, propicia la compenetración absoluta que le permite involucrarse seriamente con todo aquello que lo rodea. Para él las jornadas no concluyen con la puesta del sol, la noche le permite descubrir aspectos ocultos que contribuyen a ampliar su visión del entorno. Sólo pierde contacto con la realidad durante las pocas horas de descanso; entonces, sus experiencias de cada día se incorporan al misterio de los sueños lo que, seguramente, lo provee de nuevas revelaciones. 

Su manera de mirar el mundo, una férrea disciplina y la certeza de la fotografía como su fuente esencial de interés y placer, le han permitido congregar, después de cuarenta años de actividad ininterrumpida, imágenes conmovedoras de una gran fuerza que constituyen esta exposición antológica dividida en núcleos relacionados con cada uno de sus diferentes períodos y experiencias.

El conjunto de fotos que abre la muestra es Begginings, compuesto únicamente de vintages de finales de los años cincuenta, algunos de ellos panorámicos. Este grupo reúne los sorprendentes y prometedores descubrimientos fotográficos de Koudelka, con un carácter esencialmente abstracto, frecuente entre los fotógrafos de Europa del Este. De estas imágenes destaco: el tronco que aloja entre sus poderosas piernas un follaje difuso que se pierde en el infinito y el alambre retorcido de púas que como una bola de espinas recorre la arena en búsqueda de unas piernas próximas.

Después de la etapa inicial, Koudelka empieza su rica experiencia en el teatro que lo sitúa como un fotógrafo único en ese campo y particularmente en la Praga de los años sesenta. Desde entonces, su necesidad de trabajar en total libertad queda explícita: tiene la gran suerte de encontrarse en aquella época con profesionales del teatro que lo comprenden a plenitud y que son capaces de imaginar que a mayor libertad del fotógrafo, mayor calidad en el resultado de su trabajo. Esta visión compartida le permite fotografiar a los actores en condiciones muy poco frecuentes en el medio teatral y logra captar imágenes verdaderamente originales en las que se plasma lo esencial de la obra dramática. Se trata de fotografías simbólicas y enigmáticas en las que un contrastado grafismo en blanco y negro transmite el propósito creador tanto del director de escena, como de los actores y, desde luego, del fotógrafo. En una de sus exposiciones, uno de los actores, al observar las imágenes expuestas, le dijo que él no retrataba a los actores, sino el alma de los actores. Esta rica experiencia lo conduce a uno de sus temas más acariciados: el de los gitanos. 

Koudelka empezó a fotografiar a los gitanos de su país cuando todavía participaba activamente en el trabajo del teatro. En su reciente exposición en Praga decidió mostrar estos dos núcleos de imágenes cercano uno del otro, de modo que el espectador pudiera identificar esa posibilidad de fotografiar dos temas tan diferentes durante un mismo lapso de tiempo. 

Entre los gitanos Koudelka encontró algo semejante a su experiencia en el teatro: ellos de alguna manera también son actores, sólo que actúan en la vida cotidiana y el escenario es su propio entorno. No existe una gran diferencia. 

Las magníficas imágenes de esta serie revelan el vigor y la entrega apasionada del fotógrafo. En los años dedicados a los gitanos, primero en su país y después en otros países de Europa, hay una voluntad poderosa que lo lleva a lograr algo muy difícil en una comunidad históricamente marginada y condenada al repudio: ser aceptado entre sus habitantes como uno de los suyos. Koudelka se perdió en sus paisajes desolados de llanuras fangosas. Tuvo la capacidad de acomodarse entre ellos con una delicada suavidad y un gran respeto, y la presencia de la cámara nunca les despertó sentimiento alguno de amenaza, sino la certeza de que un amigo se aproximaba para compartir con ellos sus rituales, sus fiestas y su música. A lo largo de varios años regresó a las comunidades elegidas en búsqueda de nuevas imágenes; así fue introduciéndose, cada vez con mayor facilidad y cercanía, entre los personajes de rostros previamente asimilados por sus ojos. El diálogo fue siempre a través de la mirada compartida. No es sólo el ojo del fotógrafo, son los ojos multiplicados de ancianos, jóvenes y niños que encuentran en Josef la complicidad del encuentro. Él, como los gitanos, ha sabido defender una forma de vida enmarcada en la libertad. 

Más de un crítico de fotografía, o los propios fotógrafos, han preguntado a Koudelka de dónde surge su interés por los gitanos; a lo que siempre ha respondido que, muy probablemente, de su música. La encuentra fascinante y él mismo la interpretó de joven. Josef posee un espíritu festivo que brota de su cuerpo en forma de risa y de palabras eufóricas. Tiene una manera directa y fresca de comunicación con el mundo que responde a sus emociones. 

Entre el teatro y los gitanos, el destino le depara una experiencia que habrá de marcar su vida de manera definitiva. En agosto de 1968 los rusos invaden la ciudad de Praga. Josef tiene treinta años, fiel a su mirada y sin temor alguno, recorre el corazón de una ciudad herida con la cámara en las manos. Sus disparos se convierten en el testimonio que lo hará famoso en el mundo entero, sin tener él la menor idea de lo que esas imágenes, producto de la audacia y la convicción, representarán en su futuro. 

Una vez más reacciona de manera congruente frente a una realidad que le pertenece y le duele. En medio del desastre, Koudelka plasma con su cámara imágenes reveladoras.

Su fotografía más conocida de esos hechos, aquélla que muestra su mano en primer plano, con el reloj en la muñeca, se convierte en contundente testimonio de la hora de entrada de los tanques rusos en la Avenida Venceslas. En varias imágenes de esa serie los rostros de los jóvenes checos representan la mezcla de la rabia y la esperanza. Todo queda suspendido por la mirada de Koudelka que registra, de manera permanente, la vida y la muerte. 

Este animal solitario, definido por la intensidad de la mirada, elige el tema de los Exilios como algo inherente a su existencia. Koudelka sale de Checoslovaquia en 1970 para no regresar a vivir nunca más en la tierra que lo vio nacer. A partir de ese momento se convierte en un ser de ninguna parte. No tener un lugar fijo lo vive como algo liberador. Es un nómada que transita sin descanso por diferentes rincones de la Tierra, encontrando en cada uno de ellos los motivos de sus fantasías y lugares de reposo que le permiten sentirse cobijado por los brazos de la naturaleza o de los seres que aparecen en su camino.

En su exilio perenne, Josef transita por los parajes con una necesidad imperiosa de trascender la realidad para fundirla con los sueños. La obsesiva búsqueda de la composición, determinante en su fotografía, lo acompaña y se hace evidente en imágenes que captan el dolor y la muerte, pero que también recogen las epifanías. Su conciencia de las catástrofes, humanas y naturales, no hacen de Koudelka un fotógrafo de mirada apocalíptica, sino alguien capaz de advertir, con su visión sagaz, las bondades y los desastres que descubre en su infatigable ruta. 

Aunque la denuncia esté presente, las imágenes están, sobre todo, habitadas por una enigmática belleza que refleja el alma del fotógrafo. Koudelka toca las entrañas de paisajes devastados por la tecnología, de animales hambrientos, de gitanos marginales, de personajes oníricos que se pierden en sus propias sombras.

Su visión de los últimos diez años, recogida en la serie Caos, es una extraordinaria selección de imágenes panorámicas de grandes dimensiones; un claro testimonio de cómo los habitantes de la Tierra han acabado con el paisaje natural de varias regiones del mundo, y de su propia preocupación por captar lo que está a punto de desaparecer en el planeta. Este conjunto, en el que ya no aparece el ser humano, va más allá de cualquier contenido polémico, se trata de composiciones plásticas de gran fuerza y misterio, que nos revelan la mirada de un fotógrafo profundamente interesado en la pintura.

Uno de los rituales de Koudelka, confesado por él mismo, es visitar los museos durante sus viajes; así fue formando su gusto por las artes que lo llevó a tener una predilección especial por los pintores del Renacimiento italiano. Para Josef, admirar una pintura de Piero de la Francesca es motivo de aprendizaje y alegría. Su formación autodidacta le ha permitido elegir sin prejuicios sus preferencias plásticas. 

La libertad aparece en todas las etapas de su vida como una constante que no se debilita ni flaquea. Pareciera difícil la cabal comprensión del concepto de libertad cuando se encuentra, como en el caso de Koudelka, enmarcado en una rigurosa disciplina cotidiana; pero es ahí, justamente, en dónde está el enigma. 

Koudelka regresa a México con un ritual diferente al de la fotografía. Este país le representa otras cosas distintas al compromiso de registrar una realidad poética y onírica, como lo ha hecho en varios países de Europa. Aquí su enigma es otro y no es importante conocerlo. Lo esencial es que, posiblemente en la revelación de alguno de sus sueños, Koudelka eligió, después de Francia y la República Checa, a México como el tercer país para exhibir esta muestra antológica, que no es otra cosa que el sorprendente resultado de una búsqueda obsesiva de cuarenta años de trabajo. 

Su camino solitario, su mirada voraz que atrapa la nostalgia, su furiosa convicción de hombre idealista y su disciplina perenne, han hecho de él uno de los fotógrafos más poderosos y singulares de su tiempo.

Recibir las imágenes de este poeta de la luz en el Museo del Palacio de Bellas Artes, representa la oportunidad de iluminar sus espacios con la visión frenética y romántica de un artista que ha consagrado su vida a los encuentros cotidianos. Acceder al secreto de ese universo alucinante que existe gracias a la mirada de Josef Koudelka.