La Jornada Semanal,   domingo 10 de agosto del 2003        núm. 440
Animales

Ludvik Vaculik

Mi compatriota Josef Koudelka ha viajado por todo el mundo, mientras que yo no me he movido. Es por ello que nunca nos hemos conocido. Pero al ver sus imágenes, no me arrepiento de quedarme aquí: el mundo es despreciable. Me pueden decir que el fotógrafo ha elegido expresamente las peores vistas del mundo. De acuerdo, pero, ¿por qué? ¿Porque vio mal? ¿Porque estaría enfermo? ¿Porque se siente solo? ¿Porque tiene miedo del porvenir? ¿Porque no tiene hijos? ¿Porque tiene hijos? Toda y cada una de estas razones bastan para ver negro el mundo.

Koudelka no sólo se dedicó a tomar vistas funestas, también introdujo algunos animales, que son, en general, un motivo alegre. Sin embargo, sus animales también son oscuros: miserables, abandonados o perdidos, atados, aprisionados, moribundos. Puede ser, entonces, que Koudelka tome una postura mórbida. No me gusta. Entre una postura y una hipérbole justa hay una gran distancia estética. Debería conocer a este hombre, pero como no es el caso, pienso en él sin ningún prejuicio. En su casa puede tener un perro mimado o un gato pequeño muy limpio y, espero, por su propio bien, una mujer. Aunque, y pido perdón por lo que voy a decir, sería más comprensible lo contrario: ¿Quién lo podría aguantar, hosco como es? ¿Quién querría cuidar a su ganado, mientras él está recorriendo el mundo? o ¿quién desearía acompañarlo en sus travesías por aquellos lugares tan desolados? 

Es interesante escribir sobre alguien del que no sabemos nada: él sabrá que todo es una invención, por lo que podemos decir cualquier cosa sin comprometernos; de conocerlo, en cambio, estaríamos obligados a respetar la verdad. A menos de que no pudiéramos evitarlo dando un gran rodeo para no hacerle daño alguno, ofenderlo y terminar frente a un tribunal. En este momento me puedo defender fácilmente: a partir de las fotografías que aquí se presentan, puedo afirmar que el individuo llamado Josef Koudelka es un vagabundo malhumorado. Abandonado por todos, él está "frustrado", como decimos en Occidente, un "antisocial" según la terminología del Este. En resumen, es un individuo que se comunica difícilmente, que está cerrado al diálogo, que no mira a la gente, que se esconde tras su lente y que, para colmo, trabaja en blanco y negro y no en color. 

Koudelka toca todo lo que pertenece al ser humano con un bastón. Sólo es capaz de percibir las huellas nefastas de la humanidad sobre la Tierra. Fotografía una calle en el momento en que ningún ejemplar humano la arruina con su presencia. Prefiere los paisajes desérticos y los campos rocosos. No hay campos cultivados, sólo campos deteriorados. En sus fotografías no hay el mínimo rastro de un arbusto verde, incluso la tortuga camina sobre el suelo ardiente y la cabra busca entre los desechos de la ciudad. La gente, así parece, está infestada por la peste y peor para ella. ¡En eso estoy de acuerdo, querido compatriota! 

Pero volviendo a las imágenes, me pregunto si retratar la destrucción y la ruina no se trata de una simple moda. Podemos encontrar algunas imágenes agradables, sin embargo, nos parecen superficiales, fáciles, gratuitas. Es más, algunas veces se imponen o sirven como apoyo a la publicidad. Podríamos decir que la profundidad de las ideas consiste exclusivamente en su tristeza. Un verdadero pensador nunca es feliz. ¿Por qué aquel que piensa en el porvenir o que desea trazar los contornos del mundo futuro, ve sólo tinieblas, amenazas y peligros? Las teorías futuristas y las previsiones son siempre un aviso. ¿Por qué? 

¿Por qué? Incluso aquellos que intentaron diseñar la conquista del espacio, ese símbolo de la humanidad victoriosa, nos hicieron entender que, nos guste o no, esperaban al mismo tiempo ver la Tierra descuidada, vacía, seca y sobrepoblada. Los hombres, cada vez más numerosos, se apretujan en un espacio cada vez más reducido y comparten las reservas de agua cada vez más escasas. Pero intentemos ver las cosas de otra manera: digamos que la población humana va a disminuir. ¿Sería esta una imagen más tranquilizadora? ¿De qué manera podría disminuir, por cuáles medios, después de qué catástrofes? En resumen, diría que toda visión del futuro es pesimista. Y me pregunto si esto no es porque, en ese porvenir, estaremos ya, sin duda, muertos. ¿Nuestra visión optimista del mañana no está coloreada por nuestra propia desaparición? 

Las visiones optimistas del futuro han sido diseñadas por ideólogos, utopistas y ambiciosos planificadores de los destinos humanos que, en la mayoría de los casos, se han convertido en dementes o criminales. ¿La sabiduría está ligada fundamentalmente a la tristeza, mientras que la felicidad es propia de la inmadurez y la tontería? Ya me decía mi catequista del colegio que la felicidad futura, la última e infinita, debe encontrarse en Dios. Aquéllos que creen no tienen sino que alegrarse. Sí, yo también intenté identificarme con esta visión, pero ahora, al parecer, no me quedaría más remedio que volverme indiferente con respecto a este mundo; sin tener ninguna consideración por el estado ambiental o por las tortugas, sólo me preocupan, en los modestos límites de mis atribuciones, mi campo y mis cabras. Pero, Koudelka, dime si esto es posible en nuestros días. Estamos en un callejón sin salida, en la vida y en la fotografía. 

Muéstrame imágenes profundas y animadas, estimulantes, alegres y, al mismo tiempo, llenas de espíritu, de fuerza y de esperanza. No lo harás porque te parecerá que no tiene caso. Si me muestras a un recién nacido, lo miraré con inquietud; ¿qué va a respirar y qué va a comer? Si me enseñas un bosque virgen y fascinante, me digo: si ya existe una fotografía de este paraje, sin duda, será destruido enseguida. Si me muestras una cima rocosa e inaccesible, puedo apostar que un alpinista inútil se prepara para escalarla. ¡Ah, los hombres! ¡Huyamos de ellos! ¿Pero esto significa que debemos huir de nosotros mismos? ¿Y cómo, dime Koudelka, es posible huir de uno mismo? Sí, lo sabemos. Entonces, ¿qué es lo que desean queridos artistas? 

Mi compatriota Josef Koudelka, un fotógrafo con talento, ha tenido problemas para llegar a esta última conclusión de su actividad. ¿Cree que todavía hay alguna esperanza? ¿Espera la gracia? ¿De quién, de dónde? Yo continúo revisando las imágenes para entender qué es lo que espera y a dónde, como último refugio, quiere huir. Encuentro sólo una respuesta: en la imagen número 12, en la modesta choza escondida detrás de un espeso matorral, se encuentra sentada una pequeña ave, sana de espíritu, benevolente. 

Traducción del francés de Fernando Delmar