Jornada Semanal,  domingo 10 de agosto de 2003           núm. 440

JAVIER SICILIA

DE LA GLOSOLALIA Y DEL MANTRAM

Para Elsa Cross

 En el pasaje de los "Hechos de los apóstoles", dedicado a Pentecostés (He. 2,1-5) y en las páginas sobre los dones del Espíritu que San Pablo dirigió a la comunidad de los Corintios (Cor. 1,14-28), se subraya la experiencia de "hablar en lenguas". La modernidad ha acuñado un término preciso para nombrar ese misterio: glosolalia, que viene del griego glossa –lenguaje oscuro– y de lalein –hablar. Algunos poetas, como Huidobro, en Altazor, como Nicolás Guillén o Oliveiro Girondo la han empleado en algunos poemas.

Aunque la psicología racionalista, siempre insensible a los misterios del Espíritu, ha querido reducir esa inquietante realidad al simple balbuceo de sonidos y palabras que se da en niños y locos, la realidad espiritual parece contradecirla. San Pablo dice que ese lenguaje, particular en cada ser humano, sirve para edificarlo. Por lo mismo, la glosolalia no es un lenguaje sin significado. Su manifestación, a primera vista oscura e incomprensible para la razón, que edifica las partes más profundas del ser que lo habla, tiene también un significado que apela a la comprensión racional y a la edificación de la comunidad y que desentraña aquel que posee el don de interpretarlos. Por ello, San Pablo previene para que quienes poseen el "don de lenguas" se abstenga de practicarlo en actos comunitarios si no hay un intérprete presente.

Por mucho tiempo, esta experiencia, abundante en las primeras comunidades postapostólicas, dejó de hacerse presente en la historia.

Fue hasta recientes fechas que resurgió entre ciertos grupos protestantes y católicos.

No haré aquí la historia de ese renacimiento, que me llevaría muchas páginas. Me contentaré simplemente con narrar mi experiencia.

Eran los inicios de la década de los setenta. En "El Altillo", centro espiritual de los Misioneros del Espíritu Santo, se celebraba el primer Congreso Ecuménico de Renovación en el Espíritu. Asistí invitado por mi padre. Un aura chocante, más parecida a un happening que al exquisito recogimiento de la liturgia católica y monástica que tanto amo, me golpeó: gritos, alabanzas, cantos, aplausos... Seguí azorado y con cierto disgusto ese Congreso contrario a mi sensibilidad. El día de la clausura, por la noche, alguien llegó hasta el asiento que ocupaba y me dijo: "¿Quieres renovarte en el Espíritu?" Acepté. Me condujo a un sitio, cerca del altar. Un hombre me impuso las manos sobre la cabeza y comennzó a orar. Cuando cerré los ojos, mi lengua se desató. Sin control de mi voluntad mi boca balbucía un lenguaje extraño, "Un no se qué –diría San Juan– que queda balbuciendo". Era un lenguaje circular compuesto por cinco o seis palabras de vocales aspiradas y consonantes que se repetían en un remolino vertiginoso. Si al sonido de a una lengua podía semejarse esa estructura fónica diría que al de alguna lengua semítica. Todo había desaparecido a mi alrededor. Sólo existíamos yo, mi lengua y una gran paz interior. No sé cuanto duró aquella experiencia –que a veces he vuelto a experimentar en mis oraciones–; nunca tampoco he sabido su significado. Sólo puedo decir que cuando ese torrente se apaciguó me sentía, como dice San Pablo, completamente edificado.

Años más tarde, cuando comencé a practicar el yoga, el uso del mantram, que es también una estructura circular cuyo significado racional muy pocos conocen, produjo en mí efectos semejantes.

Frente a estas experiencias habría que decir que hay lenguajes, como la glosolalia y el mantram, que condensan la experiencia del espíritu. Su eficacia está ligada al acto creador. Son lenguajes sagrados. Espirales de sonido bañados por una luz ultraterrena. La sensación de un canto aparentemente sin significado se funde con la inmovilidad y el reposo. Salmo del Espíritu, mundo de significados divinos. ¿Cómo no pensar en los cantos tibetanos o en la cadenciosa recitación del rosario, en la que a fuerza de repetir una oración se vacía de sentido para dirigirse a las esferas del espíritu para producir una comunicación con el Creador?

La experiencia de estos lenguajes ha sido para muchos seres humanos de distintas tradiciones una forma eficaz de rozar el enigma de la palabra primera y del silencio.

La glosolalia o el mantram son dones del Espíritu o, como lo señala Lanza del Vasto, "instrumentos de condensación [que nos hacen ser] al condensarnos, pues el estado de dispersión es el no-ser". Son lenguajes que nos aguardan en determinado momento de nuestra vida espiritual para apaciguarnos o para encendernos cuando la pólvora de la gracia se ha acumulado en nuestras almas.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva y esclarcer los crímenes de las Asesinadas de Juárez.