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México D.F. Martes 5 de agosto de 2003

El salvaje de la ópera

Rubem Fonseca

Una escena erótica

Más tarde, después de todas las felicitaciones y abrazos, Carlos va a la casa de Nadina Bulicioff. Las mujeres, condesas o camareras, perciben la atracción que Carlos siente por ellas y así son cautivadas en un proceso de ricochet; les gusta estar cerca de él porque les parece intrigante su sensualidad exótica y las contradicciones de su temperamento delicado y rudo. Además él tiene la piel morena, de mulato, y su cuerpo es naturalmente musculoso, bien proporcionado, diferente de la mayoría de sus contemporáneos, principalmente de aquellos del mundo de la ópera y de la música, casi todos barrigones, flácidos, descoloridos.

Después de Dulce, la costurerita del teatro de Río de Janeiro, el maestro tuvo experiencias eróticas con mujeres de más saber. Como todo niño de su época, creció sabiendo que el sexo era una cosa inmoral y se ofendía cuando oía decir a alguien palabras obscenas. Su sensualidad era tan controlada que no se manifestaba ni siquiera en sueños. Ya adulto, su interés por las mujeres fue aumentando gradualmente. Hoy es otro hombre. El sexo significa apenas un impulso, es una aventura, un descubrimiento. La obsesión de crear no sublima el imperativo gonádico; lo vuelve aún más complejo y absoluto.

Como ciertas expresiones operísticas, el sexo tiene un tono oscuro; como las partituras, tiene su cadencia. El cuerpo de la mujer, revelado en sus lugares recónditos y palpitantes, de carne y de espíritu, propicia el placer y nuevamente se oculta en una orbicularidad sisifiana: a cada revelfonseca_brazil_tasación surge siempre un nuevo secreto. Goce y sufrimiento.

Vamos a ver a Carlos, en nuestra pantalla, aproximándose a Nadina, pasando los brazos alrededor de su cuello y soltando el collar de oro y piedras preciosas que brilla sobre la piel alba, mostrada al desnudo por el escote en cœur del vestido de seda. El arquea la cabeza y besa, levemente, el cuello de la mujer que sonríe, lúbrica, la boca abierta, la cabeza inclinada hacia atrás. Nuestra mirada obsesiva se fija en ella por algún tiempo.

El vestido de Nadina, que Carlos abrió por la espalda, cae al suelo; son desatados los corchetes del corpiño con soportes y los senos de Nadina, aún escondidos por una camisola corta de seda, parecen dilatarse sutilmente.

Vemos todo, atentos: los planos se alternan, diversos close del rostro de los personajes, detalles de las ropas, pormenores de las cortinas de la alcoba, inserts de la botella de champagne que no ha sido abierta, de copas cintilates de cristal, de un reloj en la pared, de una oreja con aretes. Las enaguas de crinolina con armazón de metal son retiradas y Nadina, apenas con sus pantaletas de encaje y su camisola, sale graciosamente del círculo de las prendas caídas en el suelo. Los cordones de la camisola son desamarrados. Carlos besa los senos totalmente desnudos de Nadina y, con la ayuda de la mujer, que levanta los pies en los momentos precisos, retira delicadamente las pantaletas de encaje. Y he ahí el cuerpo lujuriante de Nadina, revelado finalmente.

En la cama, la ropa oscura de Carlos, en este abrazo amoroso, contrasta con la piel alba de Nadina. Fusión lenta de imágenes (a algunos directores no les gustan las fusiones, pero en este momento tenemos una buena razón para utilizarlas) que llevan a sugerir, más que a mostrar, la acción que ocurre en el cuarto. Los espectadores deben ejercer su fantasía y dar su contribución a la narrativa... Los cuerpos abrazados van desapareciendo lentamente...

Nítidos en la pantalla ahora, Carlos fumando, melancólico, presto a impacientarse, y Nadina a su lado en la cama, ambos en un plano medio, bajo las sábanas de seda que esconden los cuerpos de la cintura hacia abajo. La Bulicioff viste una camisola de encaje y exhibe el cuello y los brazos desnudos; el tronco moreno del maestro se muestra desnudo.

"¡Qué gran éxito!", dice Nadina.

"Pero siempre hay aquellos a quienes no les gusta. José de Alencar dice que hice de su O guarani un embrollo sin nombre, lleno de disparates. ¡Con mil demonios!, escribí una ópera, no escribí una novela literaria."

Fragmento de la novela El salvaje de la ópera, editado en México por Cal y Arena

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