HALCONES
Y POESÍA
En los primeros versos de El
cantar de los nibelungos, esa epopeya que tanto gustaba a Borges, aparece
con toda naturalidad la desbordada afición que los príncipes
medievales sentían por sus halcones: "En su alma virgen/ Kriemhild
soñaba/ Que criaba un halcón/ fuerte, bello y salvaje/ A
éste lo agarraron dos águilas/¡lo que ella tuvo que
ver!/ No pudo sufrir dolor/ Más grande en esta tierra."
Por
supuesto, el halcón del sueño es en realidad Sigfrido, quien
a lo largo de las treinta y nueve aventuras que componen el poema se convierte
en el ideal caballeresco alemán de la Edad Media. Pero la cetrería
es anterior y no sólo alemana, aunque existe la hipótesis
de que los alemanes fueron los primeros europeos en cultivarla, allá
por el siglo ii d. C. El emperador Carlomagno habla de sus falconarii,
Noruega es llamada en el siglo x Hank-ei, la isla de los halcones
por el poeta Hakon Jarl y por supuesto en España los árabes
la practicaron muchísimo y legaron su sabiduría a los príncipes
cristianos. El tratado más antiguo de cetrería es obra de
Gatrif, gran halconero de la corte omeya y fue escrita alrededor del año
783. Algunos de los historiadores que se ocupan de este tema están
de acuerdo en afirmar que la cetrería es invento de los beduinos
del norte de África, pero otros sostienen que ya en el antiguo Egipto
el halcón, la encarnación del dios Horus, era auxiliar del
hombre. Pero lo que comenzó como una necesidad se convirtió
en arte, y como la Edad Media fue una época tan propensa a la exageración
como ésta, también fue un vicio. En el estudio preliminar
al Libro de la caza de las aves, de Pero López de Ayala (Editorial
Castalia) del siglo xiv, el doctor José Fradejas cuenta que "el
obispo decía la misa con su ave sobre el altar; los dispendios eran
enormes y más de un caballero o infanzón se arruinó
a causa de su pasión por la cetrería; los concilios, sínodos
y predicadores protestan contra esta serie de cosas alegando que muchos
que conocen perfectamente los Libros de cetrería y no abren
jamás un Libro de horas
". Además, ya hubieran querido
las mujeres de la época que alguien escribiera un tratado tan amoroso
y tan genial como el de López de Ayala, digno rival del Del arte
venandi cum avibus escrito por el emperador Federico ii, ese rey halconero
y erudito. Ambos recomiendan tratar a las aves con dulzura y adivinar sus
estados de ánimo. Con frecuencia los mercaderes les cosían
los párpados a los pollos de halcón para transportarlos con
más facilidad y para que la cara de su dueño fuera la primera
cosa que vieran. Y López de Ayala recomienda para cuando los descosieran:
Haz
que sea de noche, a la candela y entonces se tranquilizará más.
Y también exhorta al halconero para que no amarre al halcón
a la percha, pues el halcón suele soñar que vuela y si se
cae soñando, se puede herir la pata con la cuerda o quebrarse el
ala contra la pared. Luis de Góngora, en quien confiamos para ver
las formas más hermosas, describe así a las aves de cetrería
en la Soledad segunda: sin luz, no siempre ciega/ sin libertad,
no siempre aprisionada.
Al acercarnos a las pinturas, los tratados
y los poemas, se dibuja una relación única entre el hombre
y el ave. No la complicidad que existe entre el cazador y el perro, que
exige una total obediencia; no la del caballero y su montura y mucho menos
la del cazador y su presa. Es esta una relación en la que el hombre
pondrá todo su empeño en entender al animal, sin destruir
su fiereza, sin quebrantar su orgullo, como le llamaban a su bravura.
Las características físicas y el temperamento, todo en el
neblí, en el sacre o el borní provocaba curiosidad, amor
y admiración. Quizás porque el hombre medieval llegó
a conocer de veras a los halcones, éstos no aparecen en los Bestiarios
más importantes. El Fisiólogo no los menciona, tal vez porque
el halcón no era símbolo más que de sí mismo.
La cetrería se perdió cuando
apareció el rifle y con ella una dimensión espiritual que
acercaba al hombre al cielo físico.
Qué lección nos dan esos
escritores y poetas medievales a nosotros, destructores a escala industrial
de todos los animales posibles. Estamos tan lejos de ellos, que llamamos
halcones
a gente como Bush, Aznar y Blair. Alfonso x el Sabio, practicante de la
cetrería, y Luis de Góngora, el poeta de los raudostorbellinos
de Noruega, nos hubieran reclamado airadamente esta equivocación. |