La Jornada Semanal,   domingo 3 de agosto del 2003        núm. 439
Rubén Moheno

Eustaquio y los clásicos

Ilustración de BogotáA pesar de su improbable valor documental, doy a conocer unos escritos que llegaron hasta mi domicilio en forma anónima, porque en ellos tal vez se encuentre algún motivo de reflexión, tan necesaria en nuestros días inciertos:

Desempolvo unos papeles, y otros dichos, que legó mi primo Eustaquio (q.e.p.d.), quien a pesar de su agitada vida se fue sin dejar un solo enemigo. Quizá porque todos habían muerto; como señala el tiempo, inexorable, lo habré de hacer yo mismo.

¿Mi nombre? Le aseguro que no importa en lo más mínimo; lo que cuenta es Eustaquio: su talento y su memoria.

Pero antes de dar a conocer la obra de este gran hombre, es necesario advertir, al modo de las páginas web pornográficas, que puede no ser apta para aquel (o aquella) que acostumbre descargar la palabra güey a cadencia superior al ak47; podría ofender su sensibilidad o estar prohibida en la localidad donde viva.

Dicho esto, puede acompañarme en la lectura, o abandonarla… pero no se vaya usted; mejor quédese conmigo, por Eustaquio.

Dije unos papeles, porque otros los he censurado yo mismo. A veces Eustaquio se pasaba. (La verdad, primo querido, dondequiera que te encuentres.) A veces irrumpían las crudezas flagrantes y otros desvaríos juveniles, sin duda necesarios en su momento, pero aquí fuera de lugar por completo.

Mencioné talento, y éste ha de juzgarse en el contexto de la época, huérfana de las ventajas que disfrutamos hoy; como ésas que ofrece el metalenguaje al uso para que las palabras substituyan (sí, substituyan) el principio de realidad. Antaño no era posible, v.gr., dar "blindaje" a toda Latinoamérica con el sencillo expediente de "vender México" en el extranjero. 

Dichas tareas se hacen ahora, es cierto, con gran desparpajo en el vestir, sin la solemnidad de antaño, y una expresión de optimismo impasible para la pantalla de televisión.

Bienvenidos los cambios, dirán algunos. En tanto otros juzgarán que sufrimos el asalto de una nueva habla orwelliana; una suerte de volapuk corporativo, parte de una imagen de marca, que pertenece no a una nueva era de hacer las cosas, sino de etiquetarlas cosas: que "ventas" y "blindajes" son tan sólo un oxímoron siniestro.

Acaso lo sea, y copetiado incluso, pero está en el signo de los tiempos. Tiempos en que la bondad es deducible de impuestos, como prescribe la agenda republicana para la vocación conservadora.

En tiempos de Eustaquio las palabras no tenían esa magia, tenían otra. Eran tiempos más rústicos y, quizá para usted o para mí, más felices. Felices fueron para Eustaquio, ciertamente. O así dijo él, que a pesar de su nombre, era bondadoso a su modo, y amigo de sus amigos; me precio de haber sido uno de ellos, a más de la sangre que nos unió.

Para Eustaquio, antes y después de la política estaba el arte del escarnio, como lo llamó, sin dejar de referir que Borges (o Borgues, como se diga) así lo tipificó, y lo cultivó con esmero.

Y ya que mencioné la palabra oxímoron, es verdad que algunos amigos (convertidos en anónimos enemigos) señalaron a Eustaquio como "The man you love to hate." Al escuchar aquello, él hizo gala de gran bonhomía; estalló en saludables carcajadas y, como verdadero hombre de mundo, dijo que él también seguía bebiendo pero, a diferencia de ellos, ya era un borracho más sobrio.

En verdad no recuerdo qué hizo El Mike (q.e.p.d.; así lo llamaremos aunque su nombre fue otro), lo cierto es que Eustaquio lo calificó de hombre zafio con aspiraciones corporativas aunque sin futuro global, y le asestó el inmortal Oxímoron©: "Para requintártela mejor, Mike/ Te quebranté el buche, ¡sabroso!/ Te roturé el ociano, ¡bonito!/ Y (si me permites el oxímoron)/ Tuve el coraje para cagarme en tu alma, ¡limpiamente!"

Eustaquio advertía (era su mejor crítico, también) que la ostensible vulgaridad de las dos primeras líneas estaba ahí sólo para contrastar con esa cualidad distintiva de la final; un tono alado, estimó él.

Usted de seguro se enteró que el Oxímoron fue coda de un espectáculo musical del mismo nombre. Estrenado en la explanada principal de Pochutla, con éxito enorme, recorrió otras cabeceras municipales, alcanzó la apoteosis allende las fronteras y fue el furor del off-Bowery durante años.

Eustaquio dijo mimar el arte del escarnio antes incluso que los placeres contingentes de la carne. Yo diría que fue a la par: se las ingenió para detectar burdeles a la antigua en una ciudad que los había extirpado, supuestamente. Visitó esas escuelas de buenos modales (juraría que esa expresión, por lo menos, la tomó de alguien importante), sólo para hallar inspiración. Y la verdad sea dicha, a varios nos señaló el camino. Todo al servicio del arte, decía Eustaquio, al pasear la vista entre las pupilas, en aquellos sosegados caserones.

Yo sostengo ante todos que la alegría fue inherente al lenguaje de Eustaquio, y la solemnidad apareció sólo en la justa medida (aunque no sé bien si siempre tuvo la justa medida en el arte del escarnio).

Cuando El Mike alcanzó un sitial de hombre corporativo –pero subordinado y no-global–, Eustaquio tuvo a bien propinarle La quintaesencia de la vida ©: "Tú no conoces, Mike,/ La quintaesencia de la vida. ¡Es/ Chingadazos, putazos,/ Vergazos, madrazos…/ Y cabronazos!/ Y te la voy a enseñar yo, Mike,/ La quintaesencia de la vida."

Inútil decir que Mike no supo aprovechar el verdadero sentido de aquellas palabras (evidentemente filantrópico; Eustaquio lo quería bien, a su modo), ni paladear su misterioso aroma vieux jeu. Hélas! En vez de ello sólo atinó a decir, "ya no me madrien". En palabras de Eustaquio, El Mike quedó todo putiadito.

Eus (como lo llamaba yo en confianza) señaló alguna vez que su sola tarea era injuriar a quien lo mereciera. Pero, bien mirado, creo que su afán escarnecedor estuvo guiado por un espíritu más bien sportif; es decir, sin víctima propiciatoria alguna; al menos a la vista; al menos a la mía; y si alguna vez cumplí ese papel no lo advertí.

Pero no lo creo, no; los que lo conocieron, todos, jurarían que fue hombre decente, ejemplar incluso, que nunca le cargó la mano a nadie porque sí.

Ilustración de Bogotá (Detalle)Humilde en todo, menos en lo que consideró su propia valía en el arte del escarnio, se ufanó de haber estudiado el Wit en la propia salsa inglesa; de tener el poderío suficiente, como sus maestros Baudelaire y Villon, para transitar sin escalas de la recreación de lo excelso a lanzar el escupitajo al burgués. (Amaba la recreación de lo excelso tanto como odiaba "la búsqueda de la excelencia": ¿Quién quiere ser un ser segundón?) Repasó sin descanso las líneas de nuestro enorme Renato. Departió en confianza con el gran saurio Efraín (cocodrilo, que no lagarto) y conoció los poemínimos de primera mano. Soñó la elocuencia de Arreola, y plagió ciertos giros estilísticos de Gutiérrez Vega. Bebió codo a codo con curtidos marinos de Tampico, isla de Cedros y muchos puertos más. Compartió con Enrique y Julio Castillo, mis hermanos, hasta amanecernos. Abrevó el género calambur en el populoso barrio de Mexicalzingo, en callejuelas claroscuro de Peralvillo, Santa Julia y en algunas pulcatas de Tacuba. Cuando Monsi era aún joven promesa, Eus supo vaticinar: él llegará.

Una tarde que enfilábamos rumbo a cierta escuela de buenos modales, de gran sabor y tradición, me sorprendió al recitar espontáneos cubanismos a un chofer impenitente: Me cago en el coño de tu madre, viejo tarrú, dijo al insensato que estuvo a punto de segar su fecunda vida en flor.

¡Ah, impetuosa juventud! Pluma y espada fueron para él sólo una y la misma cosa. Hoy harto puedo ver cuán atinadas fueron sus defensas, siempre.

Eustaquio no se apartó nunca de los clásicos. Recuerdo que una vez señaló: Así como me ves, primo, en estas vainas escarnecedoras ando ya muy alto; junto a Lope y Quevedo, Borges [o Borgues, como se diga]; ¡junto a todos esos cabrones!

Y quién era yo para arrancarle del alma esa felicidad, a pesar de la evidente exageración. 

Una ocasión se apersonó cierto individuo, a quien llamaremos convencionalmente El Camarón y al que no podrá afectar nada de lo que se diga pues ya murió. Y bien; tratábase, a todas luces, de un saleroso vividor contumaz, pero se marchitaba con sólo escuchar la palabra "prostitutas." Sus castas orejuelas no admitían siquiera la etérea denominación, oropéndolas, y otros sinónimos graciosos que mi primo gozaba en cuerpo y alma, literalmente.

Pues Eustaquio lo bautizó El Camarón Gazmoño y le arruinó el negocio; cuando lo encontré más tarde ya se dedicaba a enfoques "holísticos" y al "análisis transaccional." Entonces Eustaquio compuso para él un singular boogie-woogie, "No existe el braguetazo feliz"©,ta ra ra ra rá... que recrearemos íntegro cuando haya oportunidad.

Más tarde apareció otro sujeto (q.e.p.d., también), de la nueva ola de entonces, al que llamaremos El Tomatiú. Dijo provenir de la zona de Chupaderos y, en forma por demás repugnante, ser recomendado "de arriba". Cuando soltó un "financía" Eustaquio tan sólo le advirtió: Cuida dónde pones los acentos porque estás dando el espectacúlo. La gota de agua fue su apego –de nuevo rico– a expresiones como "mejora continua", "misiones y visiones", "desafío", "metas," y "sinergia" (ésta última alcanzó gran prestigio en Wall Street cuando la burbuja punto-com, hoy ha venido a menos y se restringe a ciertos círculos nacionales).

Entonces Eustaquio se enfadó de verdad, y le dijo: Tomatiú; tómalo como un apunte para cuando elabores tu "documento de autoevaluación", porque eres la prueba viviente de que no se puede tapar el sol con un pedo. Luego, dirigiéndose a los demás presentes con voz muy grave, señaló: "Mis profecías mayores/ verá cumplidas la ley/ cuando se chingue a este buey/ que dio tantos sinsabores."

Y compuso un Rap –incorporado al musical–para el soez sujeto; transcribo unas estrofas para usted de Tomachup©: "Acordes de bajo/ [Andante cínico] Yo soy El Tomatiú y por si no lo sabes tú,/ No hay otro güey más lépero de aquí hasta Timbuctú: / "No mames, güey, no mames",/ Le digo al senador,/ "No mames, güey, no mames"/ Digo al gobernador.// [Presto virulentísimo] No me las doy de cholo, de Chupaderos soy,/ Pero le tatacho en puro cabroñol./ No me interesa Atenas, me caga el Partenón,/ En sus pinches columnas me doy un buen sentón./ Tan sólo les advierto que yo soy muy mamón./ Por eso digo, al chile, de Chupaderos soy,// Coro de amigos de Toma [Allegro recitativo]/ "No mames, pinche Toma", dijeron de a montón,/ "Yo siempre se los dije, es un pinche escorpión,/ Qué pinche güey tan loco, mejor denle un chupón,/ O le quiebro su madre, que ya está labregón./ Qué buey tan inconsciente, mándenlo a su cantón,/ El Toma ya está orate, denle pa’ su camión."

Tengamos presente que el léxico de Eustaquio no precisó de ningún destape a la española, ni "transición cuántica" a la mexicana: Que vuelven a lo mismo pero pior, anticipó. Preclaro él, decía que eran chingaderas que acabarían en desencanto con neofranquismo, el primer caso, y en la misma gata neoliberal pero persignada, el segundo; que no era por ahí. Y con evidente propósito de alumbrarnos el camino, señaló: Haremos que las cosas marchen rumbo a esa... En este punto alguien arrancó una página al documento: ¿Fue el enemigo que quiso privarnos de aquella neta? ¿O fue el mismo Eustaquio para que buscáramos el camino solos? 

¡Misterio insoluble! Porque él advirtió todo y –ya plagiario más franco– señaló: Dispense usted las molestias que le ocasiona esta obra profética.

Se equivocaría por completo quien le atribuyera simpatías por el ancien régime, o por el anunciado México insufrible. ¡Qué va! Yo diría que Eustaquio fue todo un socialdemócrata, pero no al estilo paniaguado contemporáneo, sino al del siglo xix. Más de una vez se definió como un combatiente de la resistencia. Y quién era yo para contradecirlo. Tal vez tenía razón e intuyó el volapuk corporativo. 

Si Orwell nos había puesto en guardia contra el lenguaje retorcido, y la trampa que esconde, Eustaquio nos advirtió del volapuk corporativo, y su propósito de convencer con los buenos sentimientos, independientemente de la realidad. Tan directo, que incluso se le ha llamado "lenguaje del corazón." Eus vislumbró en él una nueva forma de deshonestidad, que no esconde nada porque detrás de ella no hay nada en absoluto. Con algunas excepciones notables; "desregulación", por ejemplo, aquí y allá significa lisa y llanamente dejar a una nación, o a muchos individuos, con una mano atrás y otra adelante. Una nueva forma de acentuar el desigual reparto de la renta. 

Ilustración de Bogotá (Detalle)Ya Eustaquio había profetizado: La degeneración lingüística acompaña al colapso de las civilizaciones. Acaso plagió esa verdad de a kilo; pero en cualquier caso, podemos confrontarla con los discursos de Bush el pequeño, para apreciar su meridiana contundencia.

Eustaquio emprendió la guerra a tiempo, cuando el problema nacía apenas; en vez de dejarlo para más tarde; que puede ser, quizá, demasiado tarde.

Recuérdese que, en sus tiempos, uno al que llamaron El Tigre pudo decir "jodidos" vía satélite y sin empacho alguno a más de dos tercios de la población mexicana (el volapuk ya sólo denomina "perdedores" a los que no alcanzan la "excelencia").

Tengo presente el día en que Eustaquio se enteró de aquello, arrellanado en aquel sillón frente a la Madame –francesa genuina–, mientras meditaba su elección entre las putas, y luego de dar un sorbo a su trago, con un dejo de spleen, musitó: Ya ves, primo, lo que en el rico es alegría, en el pobre es… Pido al amable lector que culmine la expresión de Eustaquio, al escoger una entre cuatro posibilidades: 1. Cenar en Atenco a beneficio del Teletón. 2. Cenar en el Hemiciclo a Juárez a beneficio de Vamos México. 3. Cenar the whole enchilada con el primer círculo diplomático. 4. Cenar en las Islas Marías por muchos años.

¡Correcto! ¡Acertó usted! Cenar en las Islas Marías por muchos años es la sentencia pertinente; y mucho me complace advertir que ya he logrado bosquejar un poco el perfil de Eustaquio para el amable lector.

Eus se contemplaba a sí mismo –con admiración genuina– como un poeta del escarnio; decía que Dios le había dado un don para vituperar.

"¿Estás seguro que fue Dios?", atrevióse El Mike a decirle una vez.

Fue una sorpresa escandalosa para todos los presentes, porque él venía de esa escuela que se agota en que "se la meten y se la sacan y chupadas y mamadas y por delante y por Detroit…" esa audaz novedad que hoy presenta la tv.

Al escuchar la nota falsa –como dijo después–, Eustaquio sentenció con metálica voz: cuando termine contigo, Mike, vas a requerir prótesis de madre. Acto seguido, y sin apartar la mano de la hoja, plasmó una nueva letra para el viejo tema de Casablanca, que hoy es el clímax del musical.

Esta será clásica –dijo para sí mismo al dar el punto final–, y espetó: Óyeme bien, Maiquín, gustará tanto que un día la escucharemos hasta en los trinos de tu gañote.

Conservo el original, como un tesoro; he aquí un facsímil de Dame otra torta, Mike © (Lyrics: Eustaquio. Music: As Times Goes By), para usted: [Largo. Inderrotable] "Tortugas tú traerás,/ ¡Chipocles proveerás!,/ El vuelto contarás,/ No vengas sin las servilletas, nunca jamás.// [Larghetto. Estimulante] Haz noble tu labor,/ De tortas portador,/ De chiles contador,/ De Topilejo a dondequiera, con gran fervor.// [Adagio. Persuasivo] Traerás los chescos, de volón ping poing,/ Y te me jalas por las de jamoing,/ Al regresar, recuerda, no chistar, será tu condicioing.// [Da capo] Tortugas tú traerás/ ¡Chipocles proveerás!"

Voz de profeta la de Eustaquio; alcancé a escuchar el tema entonado por el propio Mike. Ya era un clásico global.

Continuará...