Jornada Semanal, domingo 3  de agosto  de 2003            núm. 439

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

HAYDN Y EL
ENCICLOPEDISMO
(II y última)

La idea de circularidad enciclopédica no debe entenderse a la manera de una serie monótona de catálogos o índices alfabéticos, como si se tratara de un diccionario, pues en la obra de Haydn tal circulación se cumple por distintos caminos: en el nivel más obvio, los títulos de sus sinfonías y otras obras permiten que muchos públicos hayan podido asomarse a grandes trazos de lo que era la vida cotidiana para espectadores y participantes del siglo XVIII (aristocracias, burguesías y proletariados): referencias pragmáticas, políticas, costumbristas o "filosóficas" (entendida la palabra "filósofo" en su sentido dieciochesco: el adjetivo para una persona que pone su inteligencia en vivir la vida ampliamente, tratando de interpretarla), de manera que osos, cacerías, milicias, relojes y alusiones mercuriales permiten el atisbo a diversiones de gente rica, a sociedades secretas, a invenciones mecánicas perfeccionadas o al nombre de nobles relativamente conocidos por el universo austriaco; en esta dirección, la amistad juguetona producida entre títulos y lenguaje musical supone un recorrido por el ámbito del mundo dieciochesco, mismo que, inevitablemente, no desdeña las afinidades electivas cuya responsabilidad es de Haydn.

En el nivel más profundo, el enciclopedismo haydniano se manifiesta en su manera tan natural de pasearse por todos los géneros musicales y combinaciones instrumentales que el falso clasicismo, en ruptura con el Barroco, permitía a los nuevos temperamentos estéticos. Si no fue el inventor de cada forma abordada por él, sus decisivas aportaciones lo convirtieron en creador de la sinfonía y el cuarteto de cuerdas (los primeros recibieron el pudoroso nombre inicial de "divertimentos"), desde una libertad dieciochesca que resulta extraña para el público contemporáneo. La sensibilidad ilustrada podía compaginar el humorismo y la ironía con la seriedad, la experimentación con la búsqueda de formas exactas, la mesura con atisbos de convulsiones emotivas… Tal vez, esa contradictoria serenidad del "(neo)clasicismo" haga parecer tan extraño a ese periodo de la cultura: el siglo XVIII prohijó, por igual, amplios erotismos como los que se pueden palpar en la pintura de Boucher y Fragonard, novelas sentimentales como Manon Lescaut o experimentos de verdadera anticipación como Tristam Shandy, de Lawrence Sterne; Jacques, el fatalista, de Diderot; Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos; o Justine, de Sade: surrealismo, nouveau roman, Cabrera Infante y Cortázar no son poco deudores de esas inauguraciones.

El caso de Haydn, como el de otros ilustrados, ejemplifica sus paradójicas aptitudes: ese amable Voltaire musical (el cínico francés inventó la imagen de la manzana cayendo sobre la cabeza de Newton para explicar la fulguración del genio al descubrir una idea científica) aceptó lecciones de un salzburgués legendario: el 14 de diciembre de 1784, introducido por el barón Otto von Gemminger-Hombag, Mozart ingresó en la Logie zur Wohltatigkeit, de Viena, con el grado de Aprendiz; al año siguiente, ya era Gran Maestro. Gracias a su amor por la masonería, también ingresaron Leopoldo, su padre, en marzo de 1785, y Haydn, el 11 de febrero del mismo año. Encerrado en el territorio de los Esterházy, casi impedido de viajar por Austria y Europa durante gran parte de su vida (de no ser hacia sus últimos años, cuando pudo conocer París y Londres), Franz Joseph es lo más parecido a Kant, filósofo totalizador cuyo Universo parece arraigado en Könnigsberg, obsesionado por comportamientos metódicos: esa amplitud "en cautiverio" provocó las críticas de la ambiciosa esposa del compositor, quien le reclamaba la futileza de unas experimentaciones que no parecían materializarse en dinero y bienestar más abundantes.

Como muchos otros autores del siglo XVIII, Haydn fue un fruto de la lentitud: tan longevo como Bach y Händel, sus obras maestras son más resultado de la perseverancia que del genio. Frente a los prodigios de Mozart y Schubert, o frente a la insólita maduración de Beethoven, Haydn fue un Moisés tardío que reveló los senderos de la Tierra Prometida a futuros y talentosos Josués: no la llegó a pisar, pero la intuyó, y en algo de eso radica su condición dieciochesca, por tratarse de un hombre colocado entre varios mundos y dispuesto a fusionar, desde muchos enfoques, posibilidades "raras" (ejemplo epocal sería ese poema de Goethe, dramático y novelesco, llamado Fausto). A la edad de la muerte de Mozart y Schubert, Haydn aún no había construido nada equivalente a esas precocidades; a la edad de la muerte de Beethoven, no había vislumbrado el abismo de tales revelaciones, pero su trabajo resultó fundacional y enciclopédico, así parezca menos deslumbrante que el de sus célebres sucesores.