La Jornada Semanal,   domingo 3 de agosto del 2003        núm. 439
 La línea de los espectros

Fabrizio Mejía Madrid

CULIACÁN-TIJUANA

Grabado de Joel RendónLa ruta hacia San Diego está salpicada con las imágenes veneradas, tatuadas, colgadas del retrovisor de los dos truhanes que coleccionaron para sí las hazañas de alivio –de la pobreza, la ley, la injusticia, y la culpa– en estos desiertos: el coyote y el chacal. En el sur son el conejo y el tigre, en el istmo es el tlacuache. Al igual que el zorro de los franceses acabó por tener nombre, Renán, en el camino hacia la frontera el coyote y el chacal se llaman Malverde y Juan Soldado. Su historia es el cuento que alivia a los pueblos.

La noche del 3 de mayo de 1909, Jesús Juárez Mazo llegó hasta su escondite y se dejó caer en el piso de la cueva. Ni siquiera se quitó las hojas de plátano con las que cubría su cuerpo. Disfrazado de planta, andaba a salto de mata, perseguido por la policía del gobernador Cañedo. Tenía treinta y nueve. Hacía tiempo que no lograba dar un golpe sin ser cazado. Por Cosalá, Badiraguato, Culiacán, Mocorito (su tierra natal), cientos de gavilleros brincaban por los caminos, asaltaban diligencias, protegían los plantíos de los chinos, se robaban unos a otros. Pero no era eso lo que entristecía a Jesús Juárez, sino lo que le había sucedido esa misma noche: saliendo de la Hacienda de San Ignacio con unas veinte monedas de oro y dos candelabros de plata, se subió al caballo y huyó. En el camino, tres jinetes comenzaron a perseguirlo a balazos. A Jesús no le quedó más remedio que arrojar las monedas hacia las casas. Y, como siempre, resultó: los jinetes dieron la vuelta para ir a buscarlas. Los candelabros, simplemente se le cayeron en la fuga.

Así lo encontró su compadre, Baldemar López: vestido todavía de plátano y viendo fijamente la oscuridad. Baldemar le llevaba comida, pero Jesús la rechazó. Se abrieron unas botellas de aguardiente. La mañana después de la borrachera, Baldemar se despertó en la cueva con sangre en las manos y en la cara. Por ahí había también un machete con sangre seca, pero su compadre no estaba. Al salir, vio que Jesús yacía al pie de un mezquite, hasta donde había logrado arrastrarse. Los circundaban ejércitos de moscas.

De 1909 a los años veinte nadie se acordó de Jesús Juárez. Pero, tras la Revolución, su pequeña vida se transformó en un mito: ahora transfigurado en Jesús Malverde, al ladrón se le construyó una capilla en Culiacán. Sus feligreses le llevaban entonces una piedra como protesta porque, según la leyenda, el obispo había prohibido que se le enterrara (una injusticia de la Iglesia católica ya que, también según la leyenda, Malverde traía en el bolsillo un indulto del Papa). Y, a cambio de la piedra, se le pedían toda clase de milagros contra enfermedades, desamores o injusticias. Su figura sufrió el primer gran cambio: de delincuente común pasó a bandido social. Comenzó la leyenda del "Mal Verde": un hombre cubierto de plantas, ajeno al mundo de la modernización cañedista (1877-1910), que robaba lo que le había sido negado y lo repartía entre los pobres. El nombre que pervivió fue el del disfraz, escondiendo detrás cierta predilección por la táctica: cubrirse para burlar y cumplir con uno de los imaginarios nacionales: salirse con la suya mediante el ingenio. Pero sin existir evidencias de un reparto del botín entre los pobres –más que como exculpación al desaparecer la evidencia del robo–, Malverde es reinventado como el doble de la figura real, Heraclio Bernal, un guerrillero que, en Cosalá y San Ignacio, encabezó lo que quedaba de las huestes de la rebelión frustrada de Jesús Ramírez Terrón (1880) contra el gobernador vitalicio Francisco Cañedo. Peón de las minas del sur de Sinaloa, tras salir de la cárcel por robo (los corridos insisten en que fue por una "acusación falsa"), Bernal asoló las zonas mineras de Guadalupe de los Reyes, Jocuixtita y San José de las Bocas, hasta llegar casi a la capital: tomó Quilá, a escasos kilómetros de Culiacán y, como muchos rebeldes, se retiró a seguir su guerra. Sin embargo, al anunciarse una recompensa por su cabeza, alguien lo delató y Bernal fue ejecutado el 5 de enero de 1888.

Para santo, la gente prefirió a Malverde, alimentando su leyenda con datos robados a Bernal: su carácter de rebelde, muerto por la traición de su compadre quien, después de cobrar la recompensa, muere loco. Malverde como doble de Bernal es la transmutación de la simple necesidad en resistencia; con las hojas de plátano como nombre, se trata de un vacío cuyos atributos pueden cambiar de acuerdo a quien se escurra dentro de él. Malverde es, sobre todo, una cáscara. Su encanto reside en que es un hueco. Su milagro es el disfraz como inmunidad. El que lo invoca busca la invulnerabilidad.

En junio de 1909, poco más de un mes después de la muerte de Jesús Malverde, muere el gobernador Cañedo. A su funeral asisten los principales jefes de la mafia china del opio en Sinaloa. Después de Cañedo, muchos de los gobernadores posrevolucionarios encabezaron el tráfico de opio, láudano, heroína y mariguana por la costa oeste hacia Estados Unidos: de Esteban Cantú en Baja California (1919) y Roberto Fierro en Chihuahua (1931) hasta Sánchez Céliz en Sinaloa (1963). Pero la leyenda insiste en oponer a Cañedo y a Malverde: un hombre le pregunta a su esqueleto, colgado todavía de un mezquite por órdenes del gobernador, dónde encontrar unas mulas cargadas de oro que había perdido la noche anterior. Al recuperarlas por obra y gracia del colgado, el hombre toma el esqueleto de Malverde y lo entierra en la tumba del gobernador. Y así, en los veintes, la figura del santo ladrón se opone a la del gobernador protector de la amapola. Será casi cincuenta años más tarde cuando el ladrón pase de bandido social a protector de narcos: un nuevo cambio de disfraz que, en los últimos años, ha sido una "prueba’" inculpatoria (en Phoenix se han detenido sospechosos por llevar collares o tatuajes del santo). Ello ha retirado a los traficantes del culto público y, acaso, en los siglos por venir, Malverde vuelva a su verdadera vocación: el coyote.

NOGALES

Grabado de Joel RendónEn julio de 1970 Regine va sola al bautizo de una niña en Nogales, Arizona. Tras muchos tragos, decide desnudarse y cabalgar. Al final una mujer que la ha ayudado a salir de una alberca en la que nadaba con un cuidador, la lleva del otro lado, a Nogales, Sonora. Regine maneja con la desconocida hasta un motel en Hermosillo.

–Soy Delia Flores –la anónima se presenta.

Por la noche, Regine tiene una pesadilla con un animal que la muerde hasta matarla. Su acompañante le ofrece curarla del mal sueño siempre y cuando conduzca hasta Ciudad Obregón. Ahí vuelve a caer en un sueño donde conoce a Florinda Matus y a un hombre que se presenta como Mariano Aureliano. A la mañana siguiente, su nuevo curandero lleva a Regine a una cafetería en Tucson donde la obliga a ponerle a su sopa una mosca que él llevaba en un frasco. Al acercarse el cocinero, un hombre bajito y sonriente, de cabello ensortijado, Regine le reclama:

–Hay una mosca en mi sopa.

–No, no es una mosca, son varias cucarachas –responde el cocinero y, cuando Regine voltea a mirar su plato, tres cucarachas nadan entre verduras.

–No, es una araña, José –dice Mariano Aureliano y, Regine vuelve a constatar el cambio.

Sus interlocutores ríen y Regine se une a ellos sin mucha convicción.

Dos años más tarde, Regine vuelve a encontrar al cocinero que se llamaba José Cortés. Ahora es una profesor de antropología de la ucla llamado Carlos Castaneda. En 1972 ambos cruzan de nuevo la frontera y se detienen cerca de Ciudad Arizpe. Delia Flores, Florinda Matus, Mariano Aureliano –al que ahora llaman Don Juan– se reúnen a su alrededor.

–Yo te envié con Isidoro Baltazar –dice Don Juan señalando a Castaneda.

–Don Juan me envió por ti a Tucson. Me gustó que te exhibieras desnuda. Eras un payaso ansioso por llamar la atención a cualquier costo –le explica Florinda.

Esperanza, otra de las mujeres, tiene las piernas abiertas y la vagina rasurada.

–Tócala –le ordena a Regine y ella siente una necesidad de montarse sobre ella.

De regreso en Los Ángeles, Castaneda y Regine se dan cuenta de que no han pasado dos días en México, sino doce, días que sólo son recuperables mediante sueños. Así, Regine recuerda que conoció a otras brujas: Nélida, Hermelinda y Zuleica, además de un encuentro sexual con un cuidador de la casa de Don Juan que Regine creyó que era Esperanza disfrazada de hombre.

–No me han enseñado a soñar o hechicería –recuerda Regine que le reclamó al cuidador.

–Aquí no enseñamos –le respondió–. Aquí sólo se aprende.

–Los hechiceros se están yendo –gritó de pronto Castaneda–. Quizás mañana mismo o en un mes, pero su partida es inminente.

Todos desaparecen, recuerda Regine. De pronto ya es 1973. Sola, Regine sigue nadando desnuda con el cuidador. Por instinto, abre los ojos: sigue en la alberca de Tucson de hace dos años.

Carlos Castaneda y Regine se casaron el 27 de septiembre de 1993. Dos días después, Carlos Aranha, otro nombre de Castaneda, se casó con una mujer llamada Carol. Ninguno de los cuatro supo si lo hizo mientras soñaba.

CIUDAD JUÁREZ

En 1983 Henry Lee Lucas confesó haber cometido más de mil crímenes y fue acusado de 156. Una mañana de 1978 él y su amante Ottis Toole entraron a un estacionamiento de un mall en San Antonio, Texas, y vieron a una niña de nueve meses en una silla con pañales y biberones. Como la puerta del automóvil estaba abierta, tomaron a la niña. Para dormirla en el viaje de seis horas hasta un rancho en México, le inyectaron heroína. Una vez en el rancho, en las afueras de Ciudad Juárez, la entregaron a la secta satánica a la que dijeron pertenecer, La Mano de la Muerte, dirigida por un tal Don Meteric. "Hice más de treinta y cinco viajes a México, llevando en cada uno tres o cuatro niños. Normalmente eran niños pequeños, de entre cuatro y once años. Me daban mil dólares por cada cargamento", le confesó a su psiquiatra, el doctor Joel Norris. Aparentemente, los niños eran sacrificados y su sangre y carne comida en rituales satánicos cuyo objetivo era la invulnerabilidad de sus miembros. Dedicados originalmente a la introducción de drogas a Miami y al robo de autos con destino a México, la secta también comenzó a producir videos snuf. Su primer víctima fue una stripper pelirroja de Denver a la que Ottis y Henry drogaron hasta llegar a México. Le siguieron decenas de putas, autoestopistas, adictas que se subían al coche con la promesa de "a la fiesta a la que vamos va a ver toda la mierda que puedas meterte". Todas fueron actrices de una sola película.

En 1986 la incredulidad de la opinión pública empezó a dudar de los asesinos seriales. El fbi no encontró evidencias de la secta, aunque sí armas y opio en unas bodegas de la zona portuaria de Miami, donde Lucas dijo que La Mano de la Muerte los había contactado. Se acusó a la policía texana de querer resolver con dos detenciones cientos de casos no resueltos. Aislado de todos, Henry Lee Lucas se apropió de esa versión: "No he matado a nadie, más que a mamá", declaró a los medios, y confesó ya no saber si sus declaraciones eran las que la policía le había indicado o recuerdos propios de asesinatos reales. Condenado a muerte para 1990, su ejecución se retrasó por problemas periciales. Ya para entonces Henry Lee Lucas decía ser el autor de la más grande puesta en escena para exhibir el sistema de justicia estadunidense. Convertido en un católico fundamentalista decía ser un simple vagabundo de la interestatal 35, tuerto, alguien que nunca conoció a su verdadero padre, pero dispuesto a morir por los pecados de otros.

ICAMOLE

Grabado de Joel Rendón (detalle)Durante buena parte de 1913, el agrio y escéptico cronista Ambrose Bierce envió varias cartas explicando que nadie debía preocuparse por cuidarlo en su lecho de muerte porque no habría tal. Visitó a su hija Helen, en Illinois, y dejó ahí sus papeles legales. Unos días antes había arreglado todo para que su leal secretaria disfrutara de las regalías de sus libros. "Me interesa la guerra en México", le dijo a Helen antes de partir, "Quiero ir allá y ver si esos mexicanos disparan derecho". En septiembre le mandó este mensaje a su vieja amiga, Josephine McCrakin: "Espero ir a México, si es que puedo pasar sin que me peguen a una pared y me fusilen como a un Gringo. Pero es mejor que morirse en una cama, ¿no? Voy con un objetivo muy preciso, el que, no obstante, irrevelable". A Lorna Bierce el primero de octubre: "Adiós. Si oyes que me fusilaron contra una pared por favor piensa que es una mejor manera de partir. Es mejor que la vejez, la enfermedad o caerse de las escaleras del sótano. Ser un gringo en México–ah, eso es eutanasia!"

Este escritor de setenta y un años, asmático, dedicó más de un mes, de octubre a noviembre, a recorrer los sitios de sus batallas en la Guerra de Secesión hasta que llegó a Laredo, Texas, el 6 de noviembre. Llegó a la ciudad de Chihuahua, controlada por Pancho Villa, el 26 de diciembre y envió una carta a su secretaria anunciando que se dirigía a Ojinaga. Esa fue la última carta. El cónsul en Chihuahua, Carothers, jamás supo que había llegado. Villa negó haberlo conocido. Fue hasta 1919 que un corresponsal en la Ciudad de México, Weeks, aseguró tener evidencias de que en el verano de 1915, en Icamole, a unos kilómetros de Torreón, Ambrose Bierce y un campesino villista habían sido detenidos por el General Tomás Urbina, mientras transportaban una ametralladora y municiones para Carranza. Urbina los arrodilló en el polvo y los ejecutó. La versión nunca fue confirmable debido a que Pancho Villa había ya hecho lo mismo con Urbina. La historia creció. Cuando la noticia llegó a Estados Unidos, la metralleta era ya un tren cargado de pertrechos. En 1929, las municiones eran para el dictador Victoriano Huerta y, según un villista, Darío Silva, en 1914 sí existió un fusilado por pasar armas, pero tenía papeles británicos. "Como estaba muy reciente el caso Benton (un terrateniente inglés que Villa hizo matar a palazos), se destruyó el parte de guerra." Hay reportes de un "gringo viejo" que decía haber sido un escritor en su país y al que se le conocía en las filas de Villa como Jack Robinson. En una discusión sobre táctica militar, Villa lo mandó ejecutar. Rodolfo Fierro, el perpetrador de la fiesta de las balas, habría fusilado a Jack en Guadalajara. El problema es que Villa, Fierro y Urbina, en los días del supuesto ajusticiamiento, estaban en la Convención de Aguascalientes. Hay también versiones de que murió en Honduras o en el Matto Grosso brasileño. Una versión me sigue inquietando. Y es de que sigue vivo en Sonora y se hace llamar Mariano Aureliano.

REYNOSA

No entendí por qué ese pueblo polvoriento en medio de la nada podía llamarse "El Paraíso" hasta que lo conocí más de cerca. Tenía sólo dos habitantes: un hombre y una mujer semidesnudos que, de tan solos, ya hasta hablaban con las culebras.