CAROLINA PANIAGUA: DE DIGNIDAD Y PLACERES Está a favor del placer porque, dice, nos mueve más que el sufrimiento. Y por eso, Carolia Paniagua (Tuxpan, Ver., 1946) dota a su pintura de un halo de armonía a través de sus personajes femeninos que son ante todo un enigma: bellas y dignas, nostálgicas o indiferentes, en escenarios de apariencia serena y rosa que sin embargo contienen guiños de humor y parpadeos de desamor que tiñen de arco iris su obra. Esa obra que no rasguña ni patea pero sí genera alianzas, rechazos e interrogantes que acaban por quitarle esa capa de supuesta compostura. Carolia no tuvo dudas de su vocación por el arte. Dibujó desde siempre y a los cinco años construía sus historias gráficas a la manera de un relato de cine que dejaba con la boca abierta a primos y amigos. Con los años, cuando terminó la preparatoria y causó escándalo en la familia su deseo por la pintura, decidió estudiar psicología en la unam, entregar a sus padres el título y salir de casa. Fue entonces que comenzó a pintar en el taller de Mario Orozco Rivera, antes de ingresar a la antigua Academia de San Carlos. Junto al pintor, Paniagua aprendió técnicas y contenidos pictóricos; pero sus cuadros estaban más hermanados al sesgo social que Orozco Rivera deseaba no sólo para él sino para su alumna. "Me quería hacer muralista, a mí no me llamaba la atención y siempre había un gran pleito. Para mí, la política no tiene nada qué ver con la pintura", recuerda Carolia de la misma forma que trae a escena aquél encuentro con Gilberto Aceves Navarro durante una exposición, y sus reclamos por la casi copia que la jovencita estaba haciendo de la obra de su maestro. "Gilberto me sacó del taller casi arrastrando y me invitó a sus clases. Como yo no estaba inscrita me dijo que me fuera de pirata y ya. Desde entonces pinto como ahora. Aceves Navarro me ayudó a encontrar mi expresión." Esa expresión que para Carolia ha sido la insistencia en la figura, sobre todo femenina.
No. Es una presencia que en mí no acaba. Es posible que mi pintura sea muy subjetiva, pero allí está. Dicen que Julia Jiménez Cacho a veces se ponía a gritarles a las mujeres de sus cuadros: "váyanse, váyanse " pero no se iban. Lo mismo me sucede, siempre están allí en la tela, aunque sea nada más asomándose. Yo insisto en lo figurativo porque es la manifestación de la persona. Y en las mujeres porque me importa situarlas en el disfrute del placer. Me dicen a veces que son mujeres burguesas las que pinto pero se equivocan: son mujeres dignas. Sumado a todo esto, la mujer me interesa por su presencia estética y porque continúa estando desvalida, sola contra el mundo en una lucha diaria que si deja, pierde. Aunque ahora parezca lejano, en alguna época pintaba gente sufriendo: generales malvados, monjas crucificadas y personajes torturados. Eran los años de las dictaduras militares en América Latina y el recuerdo de movimientos sociales reprimidos como el México del 68 que ella vivió en carne propia. "Sufría mucho pintando aquello y decidí que no lo quería más. Cambié mi paleta y eso me produjo una transformación profunda. Personas como Raquel Tibol, quien antes me impulsó mucho, no entendió mi cambio. Cuando hice la portada de Como agua para chocolate, el libro de Laura Esquivel, Raquel me preguntó si necesitaba dinero para estar haciendo esa pintura tan comercial. "¿Dónde está su pintura que muerde, patea y rasguña?", me preguntó. Y yo le dije que no quería ni morder ni patear ni rasguñar a nadie, nunca más. No estoy de acuerdo con la teoría de que el artista debe sufrir para ser buen creador. Y si es cierto, prefiero ser menos buena y dejar de padecer." Aparte de no sufrir, Paniagua busca en su pintura no ser obvia y jugar en cambio con cartas de sutileza y misterio. Le encantan los cuadros tranquilos y bellos donde algo brinca. Su cuadro Mi mamá me mima, por ejemplo, es aparente muestra de candor y dulzura pero pocos advierten la mano de la mujer en la bragueta del pequeño. Un detalle que cambia totalmente el sentido de la obra. Por el momento, continuará con su
pintura colmada de guiños. Y en ella canalizará el esfuerzo
por aprehender algo de aquellas épocas cuando dejaba a sus personajes
desbordándose fuera de la tela y con una línea menos realista
a la actual. También iniciará la creación de collages
a partir de ideogramas chinos y su nexo con el Tao, el camino espiritual
que encuentra acorde con ella en ese dejar fluir, permitir a la gente que
haga lo que quiera, no hacer daño y luchar por el éxito en
términos de placer y gusto por el trabajo personal. "Si el mismo
placer que tengo por pintar lo comparto, ese es mi éxito."
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