Sones y jarabes hicieron bailar a los michoacanos

Los Caporales de Santa Ana cerraron las fiestas de Apatzingán

JAIME WHALEY ENVIADO

Apatzingan, Mich. Los Caporales de Santa Ana Amatlán se encargaron de cerrar las fiestas de Santa Ana en esta cálida ciudad de la región central de Michoacán, con un largo recital en el que el usualmente quinteto -ahora fue sexteto, con el agregado de un violín- ofreció algo de su vasto repertorio, pues como sostiene el Maiceno, quien lleva la voz cantante, ''podemos tocar más de 10 horas seguidas sin repetir pieza''.

Lo mismo sones que jarabes, que valonas y gustos, fueron interpretados por el singular conjunto de música tradicional de la región de la Tierra Caliente, que se gana el sustento cotidiano tocando en restaurantes y botaneros (cantinas) de la localidad, aunque no le hace el feo a ninguna contratación para algún festejo, ya sea aquí o en cualquier otro lugar del rumbo.

El vestíbulo del palacio municipal fue el sitio para la cantada y la bailada en la grisácea mañana, aunque no por ello fresca. Una tabla de piso falso, para mejor sonido del taconeo, se dispuso frente al sexteto, y desde luego que no faltaron las parejas que se pararon para darle con fe y ritmo al zapateado, como el caso de los hijos de David, que no pertenecen a secta religiosa alguna, sino que así se llama su papá, por lo que tanto Xóchitl Quetzal como el pequeñín de apenas un año, se encaramaron en la angosta tablita y brincaron acompasadamente.

Los altoparlantes instalados en la acera frente al recinto, a un brinco de distancia del bien cuidado jardín principal -en cuyo centro se erige un monumento a la firma de la Constitución mexicana aquí signada en 1814-, atrajeron la atención de los viandantes y muchos de ellos, paleta de fruta en mano, se aposentaron en la entrada para escuchar de viva voz el festejo que también fue llevado a otras poblaciones por Radio Nicolaíta, la emisora de la Universidad Michoacana.

Lucrecia Pineda, dama originaria de Huetamo, población al otro lado de la sierra de Inguarán, se arrodilló junto al arpa para golpear con sus manos la caja; ''se le llama tamborear y se trata de hacer la misma figura e igual patrón rítmico que con la guitarra'', explica Raúl González, profesor de lírica tradicional en la Escuela de Letras de la Universidad Michoacana, al tiempo que la risueña Lupita, de juncal figura e investigadora de la Universidad de Guadalajara, se para y atrae las miradas de los presentes mientras baila con maestría, de pareja con Alan, sobre el tablado.

Los Caporales, grupo fundado en 1977, pero que ha ido cambiando elementos, pulsan vihuela, arpa, los ya mencionados violines y guitarra de golpe o jarana, y se arrancan con el Son de la negra en versión que suena extraña, quizás hasta ajena, a la acostumbrada que interpretan los mariachis, mientras que Margarita, que está de visita procedente del DF, lee silenciosa una proclama de Morelos plasmada en el monumento del jardín, que dice en parte ''...los bienes de los ricos y los tesoros de las iglesias deben destinarse a los pobres y a los gastos de la causa insurgente...''; en tanto, dos jovencitas de caminar erguido pasan cerca y comentan la carta que una de ellas recibió del amado que anda en la pizca en Estados Unidos, en busca de un mejor futuro.