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México D.F. Domingo 3 de agosto de 2003

MAR DE HISTORIAS

Noche de sábado

Cristina Pacheco

Es sábado. Pasa de las dos de la tarde. En la grabadora suena una cumbia. El sol recalienta los muros de la obra negra erizada de varillas. Entre montones de arena y grava albañiles y chalanes avanzan en fila rumbo a la caseta donde Fabián les entregará su pago semanal.

Maximiano, dueño de la grabadora, es el primero en cobrar. Lo sigue Mocho, el perro callejero convertido en su sombra. Carmelo, un hombre de barba rala y oscura, toma una piedra y se la arroja al animal. Mocho huye saltando sobre sus únicas tres patas. Todos celebran la broma, excepto Maximiano:

-ƑPor qué le pegaste? El también es hijo de Dios.

-No mames: todos los chuchos son hijos de perra. ƑA poco no? -Ninguno de sus compañeros lo secunda y Carmelo se desquita arrojando otra piedra al vacío.

Eusebio esquiva el golpe y protesta: ''šChale, güey! Por poquito me das''.

-''Por poquito me das'' -parodia Carmelo, contoneándose-. Hasta pareces vieja.

Antes de sumarse a la fila, Eusebio toma la camisola que dejó a secar sobre un montón de varillas. Al sentir la prenda húmeda, la arroja con repugnancia.

Sandalio, un muchacho de proporciones atléticas, advierte esa reacción y aprovecha para hacerle una broma:

-Ya consíguete una vieja para que tan siquiera te lave las camisas.

-Ella te las lava y tú te la planchas -grita Carmelo.

Los trabajadores celebran la ocurrencia con risotadas, juegos de manos y silbidos. Maximiano desconecta la grabadora. Estallan las protestas. En cuanto vuelve a oírse la música, Carmelo enlaza a Sandalio para bailar. Sus compañeros les marcan el ritmo con aplausos. Al oír el escándalo Fabián grita desde la caseta: ''Bola de puñales, si no quieren cobrar, díganmelo para que no esté aquí esperándolos como un pendejo''.

Jadeantes, los bailadores regresan a la fila. Los otros les impiden ocupar sus antiguos lugares: ''A la cola, a la cola''. Sandalio queda detrás de Eusebio:

-ƑCómo ves que tomemos unas chelas?

-Otro día: mi abuela me está esperando.

-No vamos a tardarnos. Yo también tengo que ir por mis chamacos: quieren que los lleve a comprar sus útiles, porque ya mero vuelven a la escuela.

-ƑQué plan o qué, güeyes? -pregunta Carmelo, interponiéndose entre sus dos amigos.

Sin entusiasmo, Sandalio lo pone al tanto. Carmelo decide acompañarlos. Les guiña el ojo y se acerca a Maximiano con ánimo de provocarlo:

-ƑA poco no se le antoja una chela?

-A mí no me gustan esas cosas. No olvidemos que el hombre pasa de una debilidad a otra hasta que se convierte en animal -Desconecta la grabadora, la mete en una bolsa y se aleja seguido por Mocho.

-Ese viejo es medio santo, Ƒverdad? -dice Eusebio, sin apartar los ojos de Maximiano.

-Es culero nomás. Pero tú sí jalas -Sandalio advierte indecisión en la mirada de Eusebio.

-Oh, no le saque: ya quedamos en que una chela y ahí muere. Y conste que lo que digo lo cumplo.

II

En la cantina, de pie junto a la rocola, Carmelo secunda la voz de Tony Aguilar. Sandalio ordena otra ronda de cervezas. Desde la barra, el cantinero señala con voz amable y firme:

-Con ésta ya son seis rondas.

-ƑTantas? -Eusebio se pone de pie: -ƑPos qué horas son?

-Las, las... -Sandalio no consigue fijar la mirada en la carátula de su reloj. -No sé: esta madre se mueve un chorro.

-No le hagas: mi abuela me está esperando -Eusebio se desploma en la silla.

-ƑLa quieres mucho, verdad?

La emoción estremece a Eusebio:

-Si no fuera por ella quién sabe dónde estaría. A lo mejor me hubieran matado por ái.

-ƑY tus jefes?

-šSepa! Cada quien agarró por su lado y mi abuela se encargó de mí-. Eusebio se enjuga una lágrima: -Cuando quiero hacerla enojar la llamo por su nombre completo: Reynalda. Siempre le gusta que de cariño le diga Reyna. Es bien trabajadora: lava ajeno.

-Y ya ha de ser grande, Ƒno?

-Ey. Mi sueño es sacarla de trabajar. Por eso quiero subir hasta jefe de cuadrilla o algo así, grande, para que a mi Reyna no le falta nada.

-Y se te va a hacer. Acuérdate de lo que te estoy diciendo. Pa'que te lo sepas, soy medio adivino. Y si no me crees, pregúntaselo a aquél-. Sandalio se vuelve hacia la rocola y ve que Carmelo no está: -ƑY ora: ese güey dónde se metió?

Eusebio se dirige al cantinero: ''Oiga, Ƒy el amigo...?'' Ve a Carmelo salir del baño con un hombre de camisa oscura y cejas depiladas. Ƒ''Onde andabas?'' Carmelo se acerca y el desconocido abandona la cantina.

-ƑQué onda con ese cabrón? -pregunta Sandalio desconfiado.

-Dice que aquí cerca hay un lugarcito chévere donde podemos pasarla bien- Carmelo se sienta: -Hay viejas. ƑQué dicen?

-Yo por mí sí; pero el Chevo...

-No soy culero, como el Maximiano. šVámonos!- Eusebio se levanta y agita los brazos: -šLa cuenta!

Sandalio exhibe el sobre con el dinero de la raya:

-'Perate, 'pérate: las chelas las pago yo; pero la vieja, šni madres! Esa, que te cueste.

-Como dijo el mudo: el que quiera acueste que le cueste -afirma Carmelo, entusiasmado ante la perspectiva de ir al burdel.

III

-Cobran 30, 60, 120, según... -responde la encargada a la pregunta expresa de Carmelo.

-Aquí tenemos de todo, nomás que como es sábado hay poquitito de trajín. Mientras esperan, los pongo en aquella mesa para que se tomen una copita a gusto. ƑQué se les antojaría?

-Chelitas -responde Eusebio.

-Mejor una de tequila -Corrige Sandalio.

-Nos va salir más cariñosa -protesta Carmelo. Sandalio ve acercarse al mesero con la botella de tequila:

-Pos ni modo, ya la pedí-. Riendo, se toca el bolsillo donde guarda el dinero: -Los únicos que van a salir perdiendo son mis chamacos, porque de sus útiles šni madres!

A través de la cortina que protege uno de los privados se asoma una mujer a medio vestir, con el pelo canoso en desorden:

-Tula: mándanos traer dos moles de olla, Ƒno?

En cuanto desaparece Carmelo se acerca a Eusebio:

-Porque se me hincharon... -Responde Sandalio con cinismo.

-Pos levántate, porque te voy a partir la madre -grita Eusebio golpeando a Sandalio en el hombro.

-No te la vas a acabar. -Sandalio toma la botella, la estampa en la mesa y retrocede. Los parroquianos quedan paralizados por lo sorpresivo del ataque. Eusebio se estremece, se arquea y antes de desplomarse alcanza a ver a un perro que, saltando sobre sus únicas tres patas, sale huyendo seguido de su dueño.

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