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México D.F. Domingo 3 de agosto de 2003

En ocasiones brutal, la conducta de soldados de EU

Temen británicos que el contagio guerrillero llegue al sur de Irak

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Basora, 2 de agosto. Junto a la carretera que pasa al norte de esta ciudad yacían muertos dos soldados estadunidenses, víctimas -como tantos militares de ocupación en tantas otras tierras- de una mundana colisión de vehículos. Un helicóptero Apache había descendido para levantar los cuerpos del candente desierto. El tránsito estaba detenido, y junto a nuestros automóviles, con un calor de hornaza, observábamos cómo esta súbita tragedia afligía a los todopoderosos.

Algunos iraquíes habían expresado simpatía por los caídos -"Haram" (qué pena), de-cían-, pero cuando las aspas del helicóptero comenzaron a luchar con el grueso aire, un soldado se nos acercó. Levantó el brazo izquierdo e hizo a la gente una señal de que volviera a sus automóviles, en tanto con el derecho nos apuntaba con un arma.

"ƑPor qué nos apunta?", dijo en voz baja un joven iraquí, muy lejos para que el estadunidense lo oyera. "Nosotros no los invitamos a venir... no estamos en su país."

La rabia era palpable en tanto los iraquíes -obedientes como cualquier palestino confrontado con un soldado israelí en idénticas circunstancias- volvían a subir a sus automóviles, murmurando unos a otros su mo-lestia ante la humillación. Y uno podía entender por qué los británicos en Basora -el incidente ocurrió en su zona de operaciones- quieren poner un pedazo más grande del desierto entre ellos y los estadunidenses.

No es casualidad que ahora se refieran a la zona del norte, destinada a un ejército polaco de 2 mil hombres, como un cordón sanitario entre la 19 brigada británica y la tercera división de infantería estadunidense.

Una extraña e incómoda realidad se ha hecho sentir en los alrededores de Basora, donde las tropas británicas aún se han librado en buena medida de los fieros ataques guerrilleros que hoy experimentan a diario las fuerzas estadunidenses en la zona de Bagdad.

En Basora, donde acentos de Lancashire cortan el aire caliente en los retenes -"Cool, cool" (calmado, calmado), fue la única reacción a mi pasaporte británico cuando pasé por uno-, los extraños aditamentos del ejército estadunidense de ocupación, como anteojos de visión nocturna, lentes oscuros a la Tom Cruise y chalecos brillantes, están prácticamente ausentes. En vez de los Humvees estadunidenses, erizados de cañones de ri-fles, circulan por los caminos Land Rovers de aspecto amigable.

La mayoría de los británicos están cansados de oír hablar de la sensibilidad que su-puestamente adquirieron en el Ulster -la ma-yoría de los irlandeses estarían más exasperados-, pero lo cierto es que en Basora no adoptan la postura agresiva y la conducta en ocasiones brutal de los estadunidenses.

ƑCuánto falta para que el contagio guerrillero alcance a los ocupantes del sur de Irak? Dos veces en las pasadas dos semanas ha habido señales de que ese tiempo es muy escaso. Dos bombas de las que se colocan al lado de los caminos -de mortero que se juntan para formar lo que los militares llaman "artefactos explosivos improvisados"- han estallado cerca de patrullas británicas, extensión perturbadora de la idéntica, aunque menos sofisticada, trampa para bobos que se utiliza con los estadunidenses.

Pero estas bombas hicieron aparición hace apenas dos semanas, cuando un convoy de Humvees estadunidenses fue emboscado en Khan Daro, cerca de Fallujah, hecho en el cual pereció un soldado y otro resultó herido. Desde esa fecha han estallado en Mosul, Tikrit, Ramadi, otra vez en Fallujah, y ahora en Basora. No es raro que los británicos tengan un solo consejo que dar a cualquiera que viaje al norte: aléjate de los Humvees.

Si las dos bombas de la zona de Basora fueran obra de los llamados "acorralados" -los temidos "remanentes" del régimen de Saddam con los que los estadunidenses están tan obsesionados-, nadie se preocuparía demasiado. Pero si fueran obra de los cada vez más numerosos grupos de resistencia islámica que confrontan a los estadunidenses, los británicos se inquietarían mucho más.

Es claro que esta nueva bomba, que sustituye a los anteriores ataques con fusiles Kalashnikov y granadas impulsadas por co-hetes, no surgió espontáneamente por todo Irak. Alguien, tal vez tres o cuatro hombres, viajó por todo el país para enseñar a los guerrilleros a fabricarla, lo cual trae a la mente el más perturbador adjetivo que se puede aplicar a las guerrillas en cualquier léxico militar: coordinadas.

Por si fuera poco, los británicos todavía tienen que poner fin al crimen organizado en Basora y sus alrededores, que aterroriza a los habitantes, en su mayoría musulmanes chiítas, e impide rehabilitar los grandes campos petroleros que rodean la ciudad. En las dos semanas pasadas, por ejemplo, no menos de 110 torres de alta tensión -completas, desde los cables hasta las placas de la base- fueron derribadas, desmanteladas y fundidas en bloques de acero para exportación, presumiblemente hacia Irán.

De noche aún se escucha ruido de disparos, a menudo hechos por dueños de casas que tratan de amedrentar a las hordas de ladrones a quienes los propios británicos permitieron en un principio saquear la infraestructura del Estado por toda la ciudad.

El director de los tribunales de Basora, el juez Wael Fahdeli, ha logrado que los británicos coloquen retenes "voladores" para de-comisar armas -los cateos de casas son demasiado provocadores para practicarlos aquí- y advirtió a las familias de saqueadores que serán expulsadas de la ciudad si no ponen fin al pillaje masivo. Pero no basta con eso. Después de todo, no tiene mucho caso decomisar armas cuando una granada de mano cuesta alrededor de un dólar, un rifle AK-47 poco más de 50 dólares e incluso se puede conseguir una pistola Parabellum de 9 milímetros por unos 200 dólares.

Por ejemplo, la tribu Al Gramsha -Basora, como el resto del país, es una sociedad tribal- ahora cobra unos 150 dólares por cada pipa de petróleo o gas que circule en los ca-minos de los alrededores de Basora, por concepto de "protección".

La semana pasada hubo incluso un barco pequeño en el muelle que llevaba la leyenda "este barco está bajo la protección de los Al Gramshas" escrita en la proa. Hace un mes, secuestraron a la hija y al hijo de un mercader de petróleo de Basora, y los liberaron hace unos días, después que les pagaron rescate. Dos cristianos que vendían alcohol fueron abatidos a tiros, uno de ellos en su automóvil, después de que en dos ocasiones hizo caso omiso de advertencias de islamitas.

Pero el verdadero problema de Basora es la ausencia de cualquier autoridad civil. Las de ocupación encabezadas por los estadunidenses -a quienes les gusta que las llamen Autoridad Provisional de Coalición- no han ejercido ninguna autoridad en esta zona. Los soldados británicos reciben llamados para arreglar fugas en el drenaje y en las tuberías de abastecimiento de agua potable.

"Toda la ocupación parece improvisada", comentó un trabajador humanitario. "Los británicos son relativamente buenos en esto, pero sigue siendo improvisación. No vemos que empiece ningún esfuerzo de reconstrucción, y no hay autoridad civil."

En fin, Basora es como un pequeño volcán en cuya corteza caminan descalzos tanto iraquíes como británicos, aquéllos esperando que los ocupantes decidan su futuro y éstos aguardando, con mucha mayor ansiedad, a ver si la violenta epidemia del norte los al-canza antes de que puedan salir.

 

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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