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México D.F. Miércoles 30 de julio de 2003

Andrés Aubry

Los acuerdos de San Andrés y las lenguas nativas

Empezado en octubre está por terminarse un primer intento de traducción de los acuerdos de San Andrés en 10 idiomas de Chiapas: en zoque, de alcurnia olmeca, y en la gran constelación de sus lenguas mayas, cuatro de ellas siendo como la cola chiapaneca de amplias zonas de Guatemala, frustradas por los acuerdos de su paz chueca y pendientes de lo que aquí podría resultar.

Fue un trabajo colectivo. En coordinación con quien escribe intervinieron esporádicamente muchos invitados: universitarios y periodistas testigos del diálogo de San Andrés, dos miembros de la ex Conai, profesionistas indígenas de varias disciplinas que las enriquecen con el material conceptual de su idioma nativo. De manera más estable participaron durante 10 meses otras dos instituciones: la una, el Centro de Estudios de Lengua, Arte y Literatura Indígena (Celali) por emanar del cuarto documento de San Andrés, por ofrecer austeras instalaciones, que fueron a la vez logística e instrumento de trabajo, así como por su equipo de traductores y asesores; la otra fue, en la persona de su director, asistido de un brillante editor, la Escuela de Escritores de San Cristóbal de las Casas, Sociedad General de Escritores de México (Sogem) para dar a nuestras traducciones la dignidad literaria que amerita un documento histórico (nos referíamos constantemente a dos: los Sentimientos de la nación y el Plan de Ayala, por ser de la misma relevancia que los acuerdos de San Andrés y por haber sufrido eternas demoras antes de cumplirse).

Los retos fueron muchos. Primero, el de las circunstancias coloniales sufridas por nuestras lenguas, congeladas 500 años por ser socialmente rechazadas, afortunadamente sin conseguir que se extinguieran. En su escabrosa supervivencia no pudieron forjar, a diferencia del español, los neologismos que nombraran nuevas realidades sociales, económicas, políticas, jurídicas, federales, democráticas, etcétera, que iban emergiendo (no existen las palabras aquí en cursivas en los idiomas nativos). En este aspecto nuestra traducción aún deja estas venerables lenguas con el lastre de sus mutilaciones hasta que los procesos creadores que brotarán del cumplimiento de los acuerdos las saquen de la exclusión cultural. Como muletas, un glosario, provisoriamente, lo remediará.

En estas condiciones explicar el texto no lo hace comprensible, así que optamos, con los campesinos traductores, por brincar la explicación para, eso sí, entrarle a una iniciación al proceso -el diálogo de San Andrés- que, al reflexionar conceptos, forjó las palabras de Los Acuerdos. El camino escogido fue presentar lo que los doctos llaman las circunstancias de producción del texto que traducir. Los videos y audios nos hicieron revivir noches y días de San Andrés: escuchamos las conferencias de prensa dadas en tzotzil por el comandante David, las protestas de la comandante Trini, los análisis del comandante Tacho; miramos en la pantalla el cansancio y el aguante de los campesinos del cinturón de paz, los rostros de celebridades nacionales e internacionales de la sociedad civil bajo la lluvia o el frío de las heladas; después, el texto hablaba solo, por sí mismo. El resultado fue tal que después de estos talleres los traductores desecharon su primera traducción porque les pareció inaceptable.

A la luz de esta experiencia, todos entendieron que lo que no se sabe traducir no se busca en un diccionario; que un texto que fue peleado, discutido, consensado no se entiende desde el escritorio, sino desde allí donde brotó. Un texto político (los acuerdos lo son por su remitente -las "partes" en conflicto-, por su destinatario, que es a la vez el pueblo y el gobierno, por su contenido que empieza con un "pronunciamiento") exige que el traductor se politice. ƑDónde y cómo? En las situaciones de la vida colectiva en las cuales se forja el vocabulario político, por ejemplo en las deliberaciones de una asamblea comunitaria. Entonces, los traductores tuvieron que dejar su mesa de trabajo, regresar a sus pueblos con libreta y lápiz para apuntar, detectar, pepenar, rescatar o cosechar el vocabulario que les hacía falta. Así nació el segundo borrador de nuestras traducciones.

Pero este resultado, por ser texto, necesita lectores. Fueron nuevas giras por las comunidades para oírlas en un nuevo diálogo, ahora como comités populares de lectura. Allí todos tuvimos una sorpresa grata, porque constatamos cuán grande es la expectativa que alumbraron los acuerdos de San Andrés, considerados patrimonio de ellas, aunque mal conocidos en su contenido; algunos caminaron varias horas para escucharlos y comentarlos en su lengua. Hasta los analfabetas querían opinar sobre la traducción: "No sé leer ni escribir, pero sí sé pensar", dijeron sin conocerse en pueblos distantes, pero en las mismas palabras una mujer zoque y un tzeltal de los Altos. Si no pegaba el debate, sabía el traductor que debía revisar su traducción. Pero cuando oía el clamor colectivo de la gente, como ocurrió en un pueblo tojolabal: "Así se escucha, ahora sí se entiende", regresaba emocionado y motivado a su cubículo del Celali y sabía cómo seguir con su trabajo.

Antes de entregar nuestras traducciones al editor, faltaba una última verificación. En dos largas plenarias de todo un día, realizadas en San Cristóbal, reunimos a delegaciones de estas comunidades con lectores de calidad: escritores en su idioma nativo, profesionistas indígenas con maestría y doctorado, lingüistas, y para idiomas más hablados en Guatemala que en Chiapas una delegación de la Academia de la Lengua de allá. Algunos de ellos de diversas variantes dialectales del mismo idioma revisan ahora las dos traducciones que no pasaron la prueba para entregar pronto un texto consensado.

Para el mam, el jacalteco, el kanjobal, el chuj, los traductores viajaron a Guatemala, porque estas lenguas allí tienen mayor dinamismo, y luego regresaron a su propia comunidad en Chiapas. En las montañas de la sierra un lector mam se maravilló no sólo de los acuerdos de San Andrés, sino de las posibilidades hasta hoy insospechadas de su propio idioma: "Qué bueno que haya nuevas palabras, es la prueba que nuestra lengua echa semilla, florece y se fortalece". Otro, analfabeto, recalcó: "sí, para vivir el idioma debe germinar". Para ellos la traducción de los acuerdos de San Andrés funciona a la vez como un instrumento para tantas luchas inconclusas y como dignificación de la lengua.

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