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México D.F. Martes 29 de julio de 2003

Teresa del Conde

Lo inerte y lo palpitante

El título de este artículo obedece a la muestra de naturalezas muertas mexicanas con la que el Museo Carrillo Gil respondió a la exposición del Reino Unido, Still life, auspiciada por el propio recinto y el Consejo Británico. La emergencia de organizar una muestra con temática complementaria es bien entendible y el público ha respondido a ambas exposiciones porque el tema interesa. Es más, se trata de un tema ''taquillero".

Uno puede preguntarse, Ƒpor qué?, la respuesta que ocurre sería el evocar espléndidas naturalezas muertas, que en primer término son pinturas de primer orden, de artistas como los holandeses del siglo XVII, y después Chardin, Fantin Latour, Manet, etcétera. Entre los nuestros Arrieta, Alfonso Michel, Tamayo, más algunas pinturas del XVII y del XVIII difícilmente obtenibles en préstamo. Hay dos bodegones del XVII, el primero es de Mateo Cerezo y, el segundo, derivado absolutamente de éste, se presenta como anónimo y sin embargo muchos de los elementos representados son casi los mismos, hasta parecerían copiados: el tajo de carne con grasa al lado izquierdo, el ángulo utilizado para representar la sartén, las cebollas, etcétera, a eso se añaden otros elementos que diferencian ambas composiciones.

Pero el ''anónimo" es mucho mejor que el ennegrecido cuadro de Cerezo. Cerca de éstos puede observarse un cuadrito insignificante de Tomás Javier de Peralta, con un melón y florecillas. La cosa es que nos encanta ver pintados elementos como éstos, tanto el melón como un bonito florero de cerámica, duplican el instinto de posesión y tal vez ése sea causante de la eficacia del género a través de siglos y de modalidades. Las obras están agrupadas por temas, pero la lectura que se les dio por medio de la museografía no me resultó muy clara, de tal manera que quizá hubiera sido preferible optar por un ordenamiento cronológico, pese a que hay muchos ''saltos" en ese aspecto, con seguridad eso determinó esta opción, igualmente legítima, pero desde mi punto de vista confusa, por parte de la curadora de la muestra, Sylvia Navarrete, subdirectora del Carrillo Gil.

Junto a un cuadro temprano de Juan Soriano, en el que hay una magnolia y una abeja (motivo por el cual se titula Naturaleza muerta con abeja), hay otro no feliz de Roberto Montenegro y uno apaisado, muy correcto, de Félix Parra. A continuación está la glosa de Roberto Parodi al famosísimo bodegón de Zurbarán, con cuatro elementos más ''decodificados". Este conjunto tiene muy buen lejos, luce al ser observado desde el otro extremo de la sala, donde se encuentran los siempre interesantes ordenamientos surreales de Manuel González Serrano. Naturalmente no podía faltar Diego Rivera, que practicó el género con creces y cuyos dibujos en este orden son de excelencia. Pero los que están presentes no alcanzan ese nivel, aunque sí el óleo de la botella de anís, con cierto toque propositivamente primitivo, que tal vez él, después de su fase cubista, adaptó parcialmente desde Cézanne (que nunca fue ''primitivista") y en parte también del aduanero Rousseau.

Estas obras provienen de la Casa Museo Diego Rivera de Guanajuato. Cerca de ellas hay una muy grata, algo gironellesca, de Luis Argudín, quien ha estudiado a fondo este género, inclusive desde el punto de vista teórico. La pieza, realizada sobre tabla, se titula Comprendí en los ojos y es de 1998. Los gouaches o acuarelas de Chucho Reyes resultan demasiado consabidos, pero no así un óleo que es realmente inquietante. Cerca del mismo hay otro óleo del Munal, anónimo, con la representación aproximada de la misma variedad de frutas que Olga Costa recreó en su famosísima Vendedora, del Museo de Arte Moderno. De esta pintora hay un cuadro pequeño, casi minimalista, precioso, en el que el elemento ''de género" se reduce a una naranja. No podía faltar Frida Kahlo (están Los cocos), pero sí se extraña la ausencia de María Izquierdo, eso se explica debido a la malhadada idea de haberla convertido en ''monumento nacional", debido a la acción por lo menos impensada, que generó el Instituto Nacional de Bellas Artes.

A Frida la flanquean las marionetas y títeres de Angelina Beloff y una naturaleza muerta de Enrique Guzmán. Cerca de un Alfredo Zalce, con influencia evidente de Léger, hay un cuadrito del doctor Carrillo Gil y una pieza contemporánea (1998) que considero interesante y conclusiva por muchos conceptos. El autor es José Castro Leñero y dos ''expertas" se quedaron observándola largo rato mientras yo proseguía el recorrido. Hay en ella un libro de naturalezas muertas, velado por el tiempo, frascos, detalles de elementos varios que están detrás (como si fueran espectros de presencias) del primer plano de la visión, que entrega un muro citadino manchado y derruido.

Para mí, el cuadro paradigmático del conjunto reunido es el de las coles de José Clemente Orozco; rige más que el de Siqueiros y más que los otros cuadros que están dentro del contexto de la llamada Escuela Mexicana.

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