Jornada Semanal,  domingo 27 de julio de 2003           núm. 438

JAVIER SICILIA

GANDHI, EL INDUSTRIALISMO Y EL SIGLO XXI (II)

Aunque Gandhi no podía, en su momento, descifrar la lógica del colonialismo, de la que hablé en mi primera parte, ya la intuía en los estragos que la intromisión de las máquinas y las exportaciones de productos ingleses creaban en la India.

Para resistirlos opuso como fuerza no sólo la ahimsa, sino también la charca (la rueca) que aún aparece como símbolo en el centro de la bandera India y que junto con el telar artesanal, el kadhi y la agricultura vernácula formaban la economía ancestral de la India: "Yo haría de la charca –escribió Gandhi– la fundación de una renovada y sana vida comunal. La charca será el centro en torno al cual girarán todas las actividades de recuperación." La charca no sólo era el símbolo de la resistencia, de la autoayuda, de la libertad y de la cohesión nacional, sino también de una economía autosuficiente, no violenta, pobre y digna.

Esta resistencia gandhiana, este retorno a la tradición fundamental de la India fue visto como un retorno al pasado y al mundo oscurantista. Sin embargo, lo que el Mahatma buscaba, y constituyó siempre su defensa, era que las 700 mil aldeas de la India en lugar de convertirse por la fuerza del industrialismo en explotaciones para la riqueza de las ciudades de la India y de Inglaterra y en sitios miserables, se volvieran unidades autosuficientes y autónomas en relación con las necesidades básicas de la vida, unidades que, en su imposibilidad de producir todo lo que necesitaban, debían unirse con aldeas vecinas para crear un sistema de trueque que fortaleciera las economías locales, lo cual implicaba una descentralización de los medios de producción y de la distribución de las necesidades vitales.

Con ello, Gandhi no negaba el industrialismo, lo limitaba. Para el Mahatma había ciertas industrias, las pesadas, como la del hierro, que debían existir, pero centralizadas y nacionalizadas, y ocupar la menor parte de la actividad nacional; tampoco negaba las producciones industriales; para él, estos productos deberían circular libremente, pero con un impuesto tan alto que protegiera la vida económica de las aldeas.

Esta conciencia del lugar que debía ocupar el industrialismo en el mundo de lo humano y el lugar que debía tener la autonomía creadora dentro de una tradición, lo llevó a ver que cierto tipo de máquinas, como la de coser Singer, al mismo tiempo que preservaban la autonomía creadora y el trabajo doméstico, le evitaba al hombre un trabajo innecesario. "Las máquinas –escribió– tienen su lugar, han venido para quedarse [...] Pero uno no debería aceptar que tomen el lugar del necesario trabajo humano. Las máquinas que aligeren la pesada tarea de millones de personas son bienvenidas; pero las máquinas que nada más ahorran trabajo, excluyendo a millones de personas, no lo son."

Aunque Gandhi fue muy clarividente al formular sus tesis económicas, ni la India que heredó Nerhu ni el mundo en general lo escucharon. Para Nerhu, el programa económico de Gandhi fue, como la ahimsa para la mayoría de sus discípulos occidentales, un programa provisorio de lucha política para deshacerse de los ingleses. Después de la salida del imperio británico y de la muerte de Gandhi, Nerhu y lo que quedó del Congreso Indio, al igual que la mayoría de los países del "tercer mundo", obnubilados por el entusiasmo industrial de Occidente, caminaron hacia la industrialización y las "ofertas" que, más tarde, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional les harían para desarrollarse.

A principios del siglo xxi, nos hemos dado cuenta de que no sólo Gandhi tenía razón con respecto a los males que acarrearía el industrialismo, sino que, como lo ha demostrado Iván Illich, su lógica es devastadora en daños humanos y ecológicos. Hoy en día, la gran amenaza sobre el mundo (hija del colonialismo, del desarrollo industrial y de la globalización) está, dice Georges Voet, "en lo que Heidegger llamaba das Gastell. Una totalización de lo real por medio de la reificación de las abstracciones teóricas, una red sistémica tecnológica a la cual el hombre confía, sin regreso posible, su destino, de tal modo que el hombre mismo llega a considerarse elemento de ella y se rige individual y colectivamente a través de las múltiples imposiciones estatales, según los imperativos que esa gran máquina dicta para su buen funcionamiento, por boca de los tecnócratas y economistas de todo tipo". (Comentarios a "La verdad y la economía en Gandhi", de Glyn Richard, en Ixtus, "Gandhi, la poética de la acción", México, 1998). Frente a estos hechos el pensamiento económico de Gandhi vuelve a surgir como una alternativa viable que, sin embargo, pide un gran esfuerzo creativo de la imaginación y un abandono del miedo. Se trata, sin dejar de admitir cierta necesidad de una maquinaria sofisticada para producir ciertas cosas y ciertos instrumentos que permitan el desarrollo de tecnologías intermediarias, como la máquina de coser Singer, encontrar las charcas, los kadhi y las formas de agriculturas vernáculas de cada lugar. México tiene el maíz y la lucha indígena zapatista que ha reivindicado el valor de la comunidad y de las tradiciones culturales.

Lo que Gandhi tiene que enseñarle al siglo xxi está ahí. En una economía inspirada en el concepto de la charca, varias pequeñas industrias, a escala de los pueblos y de los barrios de las urbes, que al recoger sus tradiciones vernáculas irían enseñando a un mundo devastado que existe todavía un poder, el poder de conquistar nuestra autonomía y hacer que nuestras vidas sean amables y bellas, el poder, como decía Lee Hoinacki, de "escoger una buena vida". Gandhi lo dijo en una hermosa frase que fue su propio programa de vida: "Si quieres combatir la miseria, cultiva la pobreza."

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez.