La Jornada Semanal,   domingo 27 de julio del 2003        núm. 438
Fernando Fernández
entrevista con José Luis García Martín

La otra Andalucía de Cernuda

Anadie debe sorprender que el premio al mejor texto sobre Luis Cernuda publicado durante el año de su centenario haya recaído en José Luis García Martín. Profesor de la Universidad de Oviedo, director de la revista Clarín, jurado del Premio Príncipe de Asturias de literatura (que en los últimos años ha distinguido a escritores como Susan Sontag y Arthur Miller), este poeta y crítico literario nacido en 1950 es uno de los lectores más lúcidos que tiene la poesía española en la actualidad.

Sus puntos de vista, aparecidos una vez por semana en diversas publicaciones (entre las que están la revista El Cultural de El Mundo y el diario La Razón) son, en partes iguales, respetados y temidos. Y es que además de otras cosas –animador incombustible de vocaciones literarias o experto en la vida y la obra de Fernando Pessoa–, García Martín es un crítico punzante, aficionado tanto a la claridad como a la polémica.

Solitariamente, como exige menos el ritual en sí que el objeto específico de su culto, su pasión por Cernuda lo trajo hace algunos años a la Ciudad de México tras las huellas del escritor andaluz. Pero el taxista a quien pidió que lo llevara a Coyoacán no estuvo a la altura de su pasajero y no dio con Tres Cruces, la calle en que murió Cernuda en 1963. La circunstancia se prestó para que, muy en su estilo, y en conversación posterior con un colega que volvía de México, el crítico visitara, si bien vicariamente (esto es: literariamente, a través del relato de otro), el sitio en el que pasó sus últimos años el poeta de La realidad y el deseo.

De éste y otros hallazgos y peripecias da cuenta su artículo "Variaciones sobre tema cernudiano", escogido por un jurado presidido por Miguel García-Posada como ganador del Premio periodístico Centenario Luis Cernuda, convocado por la Comisión sevillana para la conmemoración del aniversario. Publicado originalmente en el número 38 (marzo-abril de 2002) de la revista que dirige, se trata de un texto polifónico en el que se da voz a diversos personajes –otros poetas, algún historiador de la literatura, un profesor universitario– y que incluye unas posibles traducciones inéditas de Housman halladas en un libro que fuera de Cernuda. El trabajo tiene la virtud de trazar, con pinceladas de aquí y de allá, y con guiños y sugerencias, un perfil fresco y humano de uno de los poetas más influyentes de la Generación del 27. Este es el resultado del cuestionario que el crítico español aceptó contestar al respecto de estos temas.

–¿Qué fue lo más valioso que nos dejó la celebración del centenario de Cernuda?

–Tres publicaciones: un catálogo, un álbum y un epistolario. En todas esas publicaciones intervinieron la Residencia de Estudiantes, James Valender y los mejores estudiosos de la obra de Cernuda. En 2003 conocemos mucho mejor a Cernuda de lo que lo conocíamos en 2001. Creo que ese es el mejor elogio que se puede hacer a los organizadores de un centenario.

–¿Cómo fue posible conciliar las celebraciones con el recuerdo de ese hombre hipercrítico que en vida fue enemigo del ruido público, un escritor desdeñado y casi secreto?

–A Cernuda le habrían encantado estos homenajes, como le entusiasmó y le emocionó el número de La Caña Gris publicado en 1962, y que ya le permitió entrever en vida su nombradía póstuma. Cernuda no era insensible al halago inteligente. Todo lo contrario. 

–¿Cuál es el origen, si es posible aventurar alguna hipótesis, de su naturaleza, llamémosla "neurótica", la que te hace llamarlo "insoportable, ingrato, intratable Cernuda"?

–No voy a aventurar ninguna hipótesis más o menos psicoanalítica. Que Cernuda fue insoportable para muchos de los que le conocieron es algo de lo que no se puede dudar: queda constancia en cartas y memorias. También fue ingrato con bastantes de los que le ayudaron desinteresadamente, como José Luis Cano, que le sirvió desinteresadamente de secretario. "Intratable" viene a ser lo mismo que "insoportable". Era todas esas cosas y era lo contrario: tierno, desinteresado y fiel. Díganlo amigas como Concha de Albornoz o la hija y los nietos de Altolaguirre, que fueron como su propia familia.

–En la línea de la tradición hispánica a la que pertenece, ¿qué es lo que hace única a su poesía, aquello que sólo ella tiene?

–Difícil resumirlo en pocas palabras. Ninguna poesía más unitaria que la de Cernuda, ninguna más variada. Comienza reflejando las cambiantes modas de su tiempo (poesía pura, neoclasicismo, surrealismo), pero resulta inconfundible desde la primera palabra. ¿Qué es lo cernudiano en poesía? No sabemos definirlo con exactitud, pero lo detectamos en cuanto aparece.

–¿Es posible decir que México influyó en su poesía? Y si es así, ¿de qué manera?

–México resulta fundamental en la vida de Cernuda y, por lo tanto, en su poesía. En México creyó volver a encontrar Andalucía: una Andalucía de vegetal indolencia más verdadera que la verdadera. En México encontró el amor. Y apoyos valiosos como el de Octavio Paz. Sin México, Cernuda no habría llegado a ser Cernuda, "como en sí mismo al fin la eternidad le cambia".

–¿Qué lugar ocupa en su obra el libro Variaciones sobre tema mexicano?

–Es un libro para algunos menor, pero lleno de encanto. Complementa los poemas en prosa de Ocnos. El México del que en él se habla está, de alguna manera, "fuera del mapa y del calendario". Es una sucursal del Edén. Recoge la mirada del enamorado. Después vendrían los conflictos, pero ésos ya quedan fueran de esas páginas luminosas y precisas.

–¿Qué es lo más interesante de la recién publicada correspondencia de Cernuda, editada por James Valender, y que tú has llamado "novela de una vida"?

–Precisamente lo que se deduce de esa definición: que nos permite seguir paso a paso la vida de Cernuda (y, de algún modo, la historia de su tiempo) desde sus veinte años hasta muy pocos días antes de su muerte. Cernuda no fue demasiado locuaz en sus cartas. Era elegante y discreto, sin excesivas concesiones a la intimidad, pero a veces perdía los papeles y se volvía despectivo e insultante. En su poesía está lo mejor de Cernuda. En sus cartas, lo mejor y lo peor.

–¿Qué se puede esperar de la correspondencia con Octavio Paz que ha quedado fuera del volumen?

–Sin duda será de mucho interés. Lo mismo que las cartas del propio Octavio Paz, pero éstas serán difíciles de encontrar porque Cernuda solía destruir las cartas que recibía. Las que se han publicado en el Epistolario se deben a que algunos corresponsales guardaban copia.

–¿Cuál es el mayor equívoco que provoca su poesía en la crítica?

–Quizá una abusiva interpretación confesional.

–¿Es posible sentir su influencia en la poesía que se escribe actualmente en España?

–Luis Cernuda ha influido en sucesivas generaciones de poetas españoles. Influyó en los poetas de Cántico, que de él aprendieron el decir embelesado ante la belleza del mundo y ante la belleza humana; en los poetas del cincuenta, como Valente, Brines o Gil de Biedma, que vieron en él al cultivador de una poesía meditativa, reflexiva, a la vez elegíaca y moral; en los poetas novísimos, que reivindicaron su culturalismo y sus experiencias vanguardistas; también en los poetas de los ochenta y en los jóvenes poetas de ahora mismo, de José Luis Piquero a Luis Muñoz. Cernuda, al contrario que Lorca, es un poeta que no anula a sus discípulos; todo lo contrario, les ayuda a encontrar su propia personalidad.

–¿Cómo fue tu solitaria visita a la Ciudad de México tras las huellas de Luis Cernuda?

–Muy cernudiana, sin pretenderlo: libros, paseos, anónimas sonrisas, y el tremendismo colorista de una ciudad con fama de inhumana que conmigo tuvo la delicadeza de mostrar su lado más amable.