Jornada Semanal, domingo 27 de julio del 2003        núm. 438

LA CULTURA DEL ISLAM

Después de la destrucción de gran parte del patrimonio cultural de la humanidad que se encontraba en el territorio del antiguo Califato de Bagdad y contenía vestigios de las grandes culturas y de las primeras manifestaciones de su arte y de su pensamiento, conviene recordar, para que se avive la memoria histórica de nuestros colegas estadunidenses e ingleses y para que nuestros lectores refresquen sus conocimientos como el escribidor intenta hacerlo, los grandes momentos de la cultura islámica, así como sus principales contribuciones a la ciencia, el arte y el pensamiento universales. Partamos de las escuelas de educación superior, las madrasas y nizamiyyas fundadas en el siglo ix por Malik Sha y, sobre todo, en la Mustansriyya de Bagdad, fundada por el califa Al-Mustansir y destruida hace poco por el Atila del Potomac. Especial mención merece su amor por la falsafa (philosophia) y su preservación del pensamiento de los filósofos griegos. En el siglo xiv, Ibn Jaldun hizo la perfecta división entre la enseñanza religiosa y la práctica de la filosofía. El mundo islámico supo estudiar otras tradiciones como las de Grecia, Roma, el Irán de los sasánidas, Bizancio y la India, para ampliar sus conocimientos y tener una mejor visión del mundo y de la historia. Esta eficacísima tarea traductora se inició en el siglo viii y en el califato de Harun Al-Rashid y de su hijo Al-Mamun, en pleno esplendor de Bagdad, la capital de uno de los mayores imperios del Medio Oriente. Continuó, unos siglos más tarde, en la escuela de traductores de Toledo, ciudad perteneciente al Califato de Córdoba. Gracias a los esfuerzos traductores, el Islam tuvo acceso a las obras de Aristóteles, Platón, Arquímedes, Tolomeo, Hipócrates, Apoloneo de Pérgamo y a los dramaturgos y poetas griegos. Tradujeron, además del sánscrito, el persa medio y otras muchas lenguas. Al-Juarizmi, matemático, geógrafo, historiador y filósofo, preside los esfuerzos científicos que se dieron en todo el mundo islámico (Europa, en esos tiempos, vivía momentos oscuros y se había despegado casi por completo de la tradición grecolatina), muy especialmente en el campo de la medicina, la anatomía y la biología. Recordemos además al egipcio Ibn al Nafis y sus descubrimientos sobre la circulación de la sangre.

En el campo de la filosofía, los mutazilíes aceleraron los estudios de los griegos y Al-Farabi (Alfarabio, como se le conocía en Europa), Ibn-Sina (Avicena para los europeos) promovieron el análisis del pensamiento aristotélico. El primero abarcó todas las ciencias y Avicena fue fundamental para el desarrollo de la medicina. La traducción de sus obras al latín, hecha por Gerardo de Cremona, fue la base para la enseñanza y la práctica del arte médico en Europa. La crítica del pensamiento de ambos fue hecha por Al-Gazali en Bagdad. De esta manera, el Islam avanzaba y corregía sus hallazgos y teorías a través de una crítica activa y de un diálogo irrestricto (en materias religiosas algunos grupos islámicos eran fundamentalistas. En cambio, Al-Andalus mostró, en sus momentos de esplendor, una notable tolerancia. En sus ciudades, las sinagogas y los templos católicos estaban al lado de las mezquitas). Ibn Hazm (Abenhagam); el gran filósofo judío, Maimonides e Ibn Rushd (Averroes), nacidos en el Califato de Córdoba, completan el brillante panorama de la ciencia y de la filosofía islámica, mientras que el tunecino Ibn Jaldun realizó una notable tarea de investigación histórica que se plasmó en su obra monumental, la Muqaddima (Introducción a la historia).

Mucha agua ha pasado bajo los puentes del Islam. Lo han agobiado sus movimientos integristas, las colonizaciones británicas y francesas, algunos siniestros gobernantes (pensemos en el cruel dictador Sadam Hussein, en los corruptos jeques de los emiratos y en otros reyes y reyezuelos violentos e incompetentes) y, por último, el imperio del petróleo y las bombas “inteligentes” dirigido por comerciantes asesinos y puritanos. Sin embargo, por debajo de estas desgracias sigue latiendo el asombroso patrimonio cultural islámico.

Hace unas semanas, en estas mismas páginas, Roberto Bardini recordó otros momentos estelares de la cultura islámica. Este bazarista, viejo y no muy competente estudiante de poesía árabe en Cambridge quiere recordar a varios poetas del mundo islámico que cultivaron las formas clásicas, la qasida épica y el gazal lírico y amoroso, y crearon nuevas maneras de poetizar. Abu Nuwas es el primero que viene a mi memoria con sus Jamriyyat sobre el vino y los amores. Con brillo especial aparece la figura del poeta de Kufa y del Islam entero, Al-Mutannabi, acusado de hacerse pasar por profeta y protegido del príncipe hamdaní, Shayf Al-Dawla. Todos los géneros fueron dominados por el enorme poeta de vida viajera y desdichada, pero su dominio de la poesía filosófica lo convirtió en una especie de poeta nacional del mundo árabe y en uno de los principales de su momento histórico (murió en 965). Las antologías realizadas por Ibn Qutayba en el siglo IX recogen los nombres de poetas épicos, líricos, y filosóficos que fueron modelando el rostro de la poesía islámica (esta literatura no sólo fue escrita en árabe, su lengua principal, sino también en nuevo persa, idioma que adoptó el alfabeto árabe y aportó nuevas sonoridades). Ocupan un lugar especial los poetas de Al-Andalus y sus jarchas nostálgicas y apasionadas, así como los grandes persas y “su lengua de aves y de rosas” (Borges dixit): Saadi, Hafiz, Rumi, Omar Kayyam y Firdusi, autor de “Los nombres del Rey”, poema nacional del mundo persa.

Gracias a la Muqaddima de Ibn Jaldún y a los trabajos de Lapidus, Hourani, Hodgson, Bloom y Sinclair, conocemos la grandeza de los primeros años del Islam, la tristeza de la decadencia y las acciones de los imperios occidentales que han intervenido constante y violentamente en las distintas regiones islámicas. Viendo los horrores de la invasión imperialista televisada y patrocinada por los grandes consorcios del imperio, pensamos en los siglos de historia y de cultura que dieron su forma al Califato de Bagdad y recordamos el poema de Al-Mutannabi sobre la caducidad de todos los imperios y la permanencia de los sencillos y cotidianos trabajos, gozos, dolores, vida y muertes de los seres pequeños. 


HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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