Jornada Semanal, domingo 20 de julio del 2003                núm. 437

LUIS TOVAR

DOS ARGENTINAS

De sus sesenta años de edad, el bonaerense Adolfo Aristaráin lleva más de la mitad haciendo cine, y es actualmente no sólo uno de los directores más sólidos dentro de la cinematografía argentina, sino también uno de los más propositivos. Mucha gente lo recuerda especialmente como el responsable de la serie de programas de Pepe Carvalho, pero Aristaráin tiene una larga carrera como cineasta. De 1965 a 1978 fue asistente de dirección en un buen número de filmes, hasta que ese último año dirigió su opera prima, titulada La parte del león, con la que se dio a conocer sobre todo en Hispanoamérica. Desde entonces ha filmado una decena de largometrajes, dos en la década de los setenta, cuatro en los ochenta y tres en los noventa, incluyendo Martín (Hache), de 1997, que tuvo cierta repercusión en México y otros países de Latinoamérica.

Actualmente se exhibe en nuestro país la coproducción Argentina-España Lugares comunes, dirigida por él, con guión suyo y de Kathy Saavedra, protagonizada por el bien conocido Federico Luppi y por Mercedes Sampietro. A la manera clásica, el filme se concentra en una historia particular cuyo desenvolvimiento muestra su condición de paradigma de una situación general. El personaje interpretado por Luppi, un profesor universitario que recién ha cumplido los sesenta años de edad, es en muchos sentidos modélico respecto de la clase media ilustrada argentina que, a raíz de las inefables torpezas y trapacerías menemistas y de otros gobiernos recientes, vio perdido no sólo su nivel de vida, sino que también atestiguó el derrumbe, o al menos la transformación súbita y radical, de las instituciones, las convenciones, las costumbres que sostenían a la sociedad en su conjunto, y que se convirtieron en incertidumbre, precariedad y escasez.

Fernando Robles (Luppi) es jubilado contra su voluntad y desde el desempleo debe hallar algún modo de proseguir su vida con Liliana (Sampietro), su compañera de siempre. Aristaráin propone una suerte de utopía privada, llevando a sus personajes hacia una finca fuera de Buenos Aires, en la que Fernando y Liliana le pondrán buena cara al mal tiempo, armados de un optimismo sin excesos y, sobre todo, de una ideología de izquierdas que les permite encarar e interpretar la realidad inmediata como una nueva oportunidad para vivir consecuentemente con lo que se piensa.

A su factura, nada brillante pero sí muy correcta, Lugares comunes añade varios rasgos dignos de mención: reflejar, sin estridencias ni exageraciones, el estado de las cosas actual en Argentina; evitar el recurso a clichés tan caros a cierta cinematografía reciente (música extradiegética a mansalva, uso arbitrario de recursos técnicos en fotografía y edición, casting basado en la fama o la belleza física y no en el talento o las necesidades guionísticas, etecé). Se agradece también algo que para muchos cineastas será todo un descubrimiento: ¡la gente mayor de cincuenta años también es generadora de historias e incluso puede protagonizarlas!

Lugares comunes ganó, entre otros, el premio al mejor guión en San Sebastián 2002, y el Goya a la mejor actriz.

NO ESTÁ, PERO DEBERÍA

Dentro de la cada vez más larga lista de películas cuya principal característica es hacer que tres o más historias se crucen en algún momento y lugar, la argentina Historias mínimas (2002), del también bonaerense Carlos Sorín, es una de las más sólidas por lo que se refiere a su estructura narrativa, además de tener la cualidad, en estos tiempos tan escasa, de no abandonar ni por un instante la condición de verosimilitud exigible a todo filme, y especialmente a uno que hace de las casualidades su rasgo formal básico. Por si fuera poco, la atmósfera, el ritmo, el cuerpo de diálogos y el perfil de personajes hacen de ella una película atípicamente cálida, honesta y entrañable. Filmada en la inmensa, solitaria Patagonia, la cinta imbrica los trayectos de tres seres anodinos sólo en apariencia: un agente viajero de mediana edad al que le gusta hablar tenga o no con quién, un anciano que prefiere salir en busca de su perro extraviado antes que seguir vegetando frente a la tienda que ahora administra su hijo, y una madre joven que inesperadamente gana una participación en un programa televisivo de concursos y premios de verdadera pacotilla.

Alejada de toda grandilocuencia, en un tono que podría calificarse como intimista, Historias mínimas obtuvo en San Sebastián el premio especial del jurado y mención de Fipresci, así como el segundo premio coral en La Habana. Se presentó en la pasada Muestra de Cine en Guadalajara y no está en cartelera, pero debería.