Jornada Semanal, domingo 20 de julio  de 2003           núm. 437

NMORALES MUÑOZ.

AGUANTO LOS MISMOS CIGARROS…

Martin Esslin ofrece en Bertolt Brecht, el hombre y su obra uno de los estudios más valiosos y completos sobre la figura del dramaturgo de Augsburg. Además del análisis de su obra teatral, poética y teórica, Esslin regala postales que ayudan a una mejor configuración humana del personaje. Una de ellas, por ejemplo, refiere la afición de Brecht por tomar el auto y, sin tener un destino fijo, recorrer las calles berlinesas a gran velocidad, ataviado con la chamarra y la gorra, a cuál más vieja y sucia, características de los camioneros alemanes. Un detalle que no ha pasado inadvertido para el Nobel estadunidense Saul Bellow, quien en su ensayo Los intelectuales durante la Guerra Fría, declara su fascinación por el contraste que este atuendo representaba al ser acompañado por unos anteojos con armazón de acero que, según Esslin, "eran los propios de un discreto y afable maestro de pueblo". Para Bellow, el peculiar atavío elegido por Brecht para estos despreocupados periplos por Berlín lo equipara un tanto con Lenin –cuya conducta y modo de vida tanto lo inspiraron–, que para muchos parecía más un profesor de educación física que un líder revolucionario.

Podría caerse en el facilismo  de decir que aquel disfraz citadino de Brecht es una prueba de su filiación proletaria, marxista y de reivindicación de las costumbres de la clase trabajadora. Más interesante se antoja ver en esto un indicio de su cosmogonía, tan marcada por un delicioso y anárquico egoísmo, alejado de las convenciones sociales de la época. El propio Esslin, tomando como referencia el origen campesino del dramaturgo, aventura una tesis acerca de su óptica del mundo: "una filosofía de culto [al] individualismo, basada en la convicción de que la supervivencia y el éxito son más importantes que la concatenación de actos y actitudes heroicas". Discutible o no dentro del marco biográfico del personaje, la propuesta de Esslin sirve, sin embargo, como un argumento sólido para explicar la predilección de Brecht por los protagonistas desvergonzados, despreocupados y anárquicos, cuya rebeldía ante el status quo obedece más al interés particular que a una vocación de lucha social. Una revisión somera de algunos de sus personajes más típicamente caraduras podría demostrar, muy obviamente, que esta idea no es ni mucho menos descabellada –el Mackie Navaja de La ópera de los tres centavos vendría a ser paradigmático en este sentido. Pero, en vista de la atávica ponderación del cariz político y social del teatro brechtiano en detrimento de casi todos los restantes, quizá se haya soslayado de más la edificante misantropía y desfachatez del autor alemán.

Este espíritu de insolencia parece haber animado a los teatreros jalisciences Daniel Constantini y Werner Ruzicka a adaptar para la escena el cuento "Un tipo vil", perteneciente a una etapa temprana del autor. Bajo el nombre de Aguanto los mismos cigarros, pero no la misma mujer, Constantini y Ruzicka entregan el retrato perfecto del polizón brechtiano, en este caso un gigoló sin la menor delicadeza para perpetrar engaños y robos a cuanta mujer logra seducir. Será la Señora Pfaff (Aída López), viuda inocente y de escasa perspicacia, la víctima propiciatoria que detonará la revelación de la personalidad de Martin Cair (Carlos Aragón), vividor indiscutible y encarnación de la banalidad y ambición vacuas de la Alemania de entreguerras. 

El cuento, breve y conciso, apela más a la fuerza de los personajes que a un entramado complejo, por lo que la adaptación escénica permite perfectamente la inserción de los recursos expresivos del teatro brechtiano (canciones, rompimientos y un narrador), además de favorecer un rico desarrollo de caracteres. Por desgracia, no todo lo anterior se aprovecha cabalmente, en parte porque el montaje ancla en una anécdota que se agota de tan débil, en otra porque el trabajo actoral se desdibuja y, finalmente, porque el diseño de dirección no consigue la cohesión de los elementos participantes. Carlos Aragón retoma los vicios que se creían olvidados a raíz de Juan y Beatriz y construye a su Cair desde un formalismo rudimentario, lejano del encanto y carisma de los antihéroes brechtianos. Aída López, Karla Constantini y Carlos Torres, por su parte, entregan interpretaciones más eficientes dentro de la lógica de la puesta, pero su esfuerzo no consigue contrarrestar un trabajo tan tenue del protagonista y motor dramático de la obra. Con todo y bemoles, Aguanto los mismos cigarros… contribuye al rescate de una vertiente imprescindible del corpus dramático brechtiano, cuya malinterpretación ha causado por igual controversia y desviaciones pedagógicas.