La Jornada Semanal,   domingo 20 de julio del 2003        núm. 437
 Ansia y devoción

Natalia Núñez

La cultura porteña de las terrazas es muy característica, ya que estos espacios –que en México se llaman azoteas– son la locación de todos los argentinos que no tienen jardín, para los asados; casi siempre están acondicionadas con tumbonas, mesas plegables, y "las típicas pelopincho", que son unas albercas de loneta y estructura tubular de aluminio. En verano se suceden los "Acapulcos en la azotea" con regularidad. Cualquier excusa se festeja en la terraza, y una buena, es la apertura de la muestra "Ansia y devoción" en la Fundación Proa; sólo que la terraza pertenece a una típica casona italiana de tres pisos, construida a finales del siglo xix, y adaptada para los objetivos de un centro de arte contemporáneo en 1996. 

Es una tarde templada y ventosa –muy ventosa– en el barrio de La Boca, frente al río; el vino corre a raudales, el que dejó su vaso perdió su silla. Para hablar hay que levantar la voz puesto que se comprueba en la práctica que a las palabras se las lleva el viento; de todas maneras, las conversaciones y las carcajadas corren, también, a raudales. ¿Qué festejamos? Una recopilación que saca del silencio el arte político de la década de los noventa, "que permaneció en segundo lugar por otra movida, más light, re posmoderna, muy minimal y muy dentro de las galerías del circuito de arte". 

Silenciado por Menem, el uno a uno, la comodidad y el confort, nadie hacía arte de protesta, "y ahora está apareciendo muy fuerte. Después de lo de arte y política hubo un vacío, hasta ahora". Se refiere a Arte y Política en los ’60, muestra que estuvo en el Centro Cultural Recoleta; impresionante y claramente movilizadora. Fue en octubre:

Una gran fotografía, blanco y negro: El soldado levanta el tolete con furia, no hay en el rictus sólo fuerza, únicamente músculos, no es a secas "cumplir órdenes"; sino algo de convicción en los labios apretados. La furia va contra un hombre joven, la dirección del golpe indica claramente su espalda. Está encorvado, listo el cuerpo para el dolor. El pelo largo cae sobre los anteojos que también caen. El fotógrafo dispara. Una milésima de segundo antes del golpe, del dolor manifiesto de ese hombre. 

Treinta años después, exhibida en el Palais de Glace, en la pared del lado derecho del pasillo de entrada, nos encorvamos un poco presintiéndonos vulnerables, con la pretensión de esquivar el golpe.

La sala es circular y flota en el ambiente el rumor inquietado de los visitantes. 

El periodo histórico abarca desde 1958 con la asunción de Arturo Frondizi, hasta mayo de 1973, al final de la llamada "Revolución Argentina". Época de represión brutal contra gremios, sindicatos, militantes de izquierda, artistas e intelectuales, e inmadura –mas no inocente– anunciación de la última dictadura. Las corrientes artísticas comienzan a denunciar los actos de intolerancia del poder en turno. 

Un paredón de ladrillos con una mancha roja que semeja sangre nos enfrenta con nuestras propias imágenes de fusilamientos y tortura. Por segunda vez en quince minutos no es necesario interpretar. La obra es de Juan Pablo Renzi y data de los años 1965-1967. 

Aparece en escena Antonio Berni, uno de los iniciadores del arte político en Argentina. Los elementos y materiales utilizados en sus composiciones, avivan en nuestro subconsciente el contraste de los escenarios citadinos actuales, de la opulencia a lo miserable. "Juanito Laguna", habitante de los barrios suburbanos y pobres de Buenos Aires, es el personaje principal de una especie de épica tremebunda. En forma, acciona la resignificación de los elementos mediante la composición con materiales de desecho, paisajes urbanos contemporáneos de marginalidad y pobreza, y personajes poderosos y míticos para la historia del país, y del mundo. 

No obstante todos los trabajos tienen gran fuerza expresiva, en algunos el mensaje es más eficaz, en otros resalta la belleza de la composición. Por ejemplo, en "La civilización Occidental y Cristiana", de León Ferrari: un cristo de santería crucificado en un bombardero B52, que suspendido del techo parece caer en picada. Es de 1965, tiempos de la guerra de Vietnam. Este artista, alejado de las galerías y el arte "institucional", estuvo involucrado también en la exposición "Tucumán Arde", durante el ’68 argentino. Esta obra colectiva, presente en la muestra, "usa estrategias de los medios de comunicación para crear una contra-información que pudiera denunciar la realidad que se vivía en la provincia de Tucumán". Afiches, fotografías, material fílmico y grabaciones de contenido político. Eso vemos, carteles con la única y significativa leyenda "Tucumán Arde" repetida una y mil veces por paredes y techos. 

"La Celda" de Gabriela Bocchi y Jorge de Santa María, recrea la puerta de un calabozo con barrotes. Al mirar por esta pequeña ventana enrejada, un espejo aguarda para hacernos prisioneros. Al lado, Made in Argentina, de Ignacio Colombes y Hugo Pereyra: una caja transparente con una figura humana dentro, cabeza abajo, que tiene las piernas, el torso y los brazos enroscados por un cable que en la punta lleva una picana eléctrica. Las dos fueron censuradas en 1971 por el gobierno militar, alegando "afectar el decoro y la dignidad del país". Es obvio que lo que afectaban de forma directa era la imagen doblemente moral de los argentinos en el poder; despellejaban hasta la carne viva una realidad subterránea conocida por pocos e intuida por muchos. 

Y nosotros, espectadores de la obra pura, cruzamos miradas de azoro, provocados hasta la médula por nuestra imaginación bien aleccionada con violencia. A esa muestra asistieron 50 mil personas entre septiembre y octubre... 

En la terraza del Proa sigue el esplendor del ardiente y húmedo verano porteño, alguien "me tropieza" con el curador de esta exposición, Rodrigo Alonso, que cuenta que él "quería que el título, Ansia y devoción, diese lugar a una cierta ambigüedad o poesía sobre algo que es bastante concreto en las obras, que tiene que ver con los conflictos sociales, económicos y políticos de la Argentina, y con sus vías de canalización".

La muestra se funda en dos grandes grupos temáticos, que tienen que ver, uno con el ansia, que es fundamentalmente el núcleo de los conflictos sociales; también organizada en subtemas, como la pérdida de la industria nacional, las privatizaciones, la migración y todo un revisionismo histórico de las crisis. El otro perfil tiene que ver con lo devocional y las vías de desahogo de la gente para sus conflictos: " tanto la religión católica como cierto misticismo de fin del siglo, la invención de nuevos mitos, como Rodrigo y Gilda, que fueron cantantes populares transformados casi en iconos religiosos. Finalmente el futbol, que en Argentina es como otra religión". 

Un rasgo interesante es la analogía entre religión y conflicto, como La anunciación de la violencia, un cuadro de una virgen balaceada, de Bony; también hay imágenes de manifestaciones frente a la iglesia de San Cayetano, que es el lugar donde va a pedir trabajo tanta gente que hay que detenerla con vallas; o el crucifijo que sale del agua y que es en realidad una inundación, un pueblo ahogado. Lo único que asoma es la cruz de la iglesia. Son todas imágenes enigmáticas que parecen religiosas pero contienen una carga fuerte de conflictos sociales que no se terminan de solucionar.

Finalmente latinoamericanos. No porque la violencia tenga que ver con lo latinoamericano, sino porque de alguna manera, "darse cuenta que uno no es realmente el centro del mundo –Alonso sonríe y concluye–, bueno, es violento." 

Una de las ideas principales del arte político actualmente es la intervención del espacio urbano. En esto, el artista compromete su obra desde la mirada del otro (y para el otro) porque se siente identificado por una realidad que en ocasiones es ajena a su entorno inmediato, mas no a su sensibilidad. Picasso desdeñaba el arte abiertamente político, sin embargo, la brutalidad del fascismo provocó en él una apasionada y comprometida oposición a las atrocidades de la guerra, y su obra destiló política. Cuando la noticia sobre el bombardeo a Guernica llega a París, más de un millón de personas salen a la calle como protesta el primero de mayo. Más tarde, "Guernica" se convertiría en uno de los símbolos más irrefutables del pacifismo.