Jornada Semanal,  domingo 20 de julio  del 2003                 núm. 437

FEDERICO II DE SICILIA

Uno de los protagonistas del tempestuoso siglo XIII europeo fue el emperador Federico II de Sicilia, soberano emblemático de la Edad Media, cuyas disputas con el papado sentaron las bases para la futura separación de la Iglesia y el Estado. Federico tenía un interés tan grande en independizar su reino de la autoridad eclesiástica, que fundó su propia universidad. Una institución en la que la Iglesia no podría dictar órdenes. En la Comedia Dante lo retrata en el Infierno, en el Círculo vi, el de los herejes, en una tumba llameante. Dante no lo ve, pero habla con un aliado de Federico, Farinata degli Uberti, quien está de rodillas en dicha tumba. Como luego aparece Cavalcante dei Cavalcanti, yerno de Farinata y padre del poeta y amigo de Dante Guido Cavalcanti, Dante se da cuenta de que hay mucha gente en la fosa y pregunta quién más está allí. El espectro contesta así a la atemorizada interpelación del poeta: "Mas de mil yacen", su respuesta fue/ Federico Segundo está en el fuego,/ el Cardenal y más que callaré."

Más tarde, hace su aparición en el Infierno otro poeta y además protonotario del emperador, Piero della Vigna, quien lo traicionó. Della Vigna se suicidó en prisión, golpeándose la cabeza contra el muro. Más adelante (o mejor, más abajo), Dante ve a otro cortesano de Federico, Giacomo Sant’Andrea, quien se supone se suicidó también después de haber malgastado su fortuna en caprichos inanes, como arrojar un montón de monedas de oro al río, porque estaba aburrido.

Pero aunque el emperador y sus cortesanos aparezcan en el Infierno dantesco, la corte de Federico fue uno de los lugares más extraordinarios de la Edad Media: Federico fue generoso con sabios, poetas y pintores. Tuvo un zoológico bien provisto y fue la mayor autoridad en cetrería de su siglo. En el ambiente de su corte germinaron las semillas que florecerían en el Renacimiento; allí se inventó el soneto y también allí el astrólogo Michael Scot pudo efectuar sus cálculos con un apoyo financiero sin precedentes. Ambicioso, dueño de una gran sensibilidad literaria y plástica, Federico ii fue un protofilólogo que se embarcó en la alucinante aventura de averiguar cuál era el idioma que se hablaba en el Paraíso. Para investigarlo decidió copiar el experimento recogido por Herodoto en el octavo libro de la Historia, en el que se cuenta cómo el faraón egipcio Psamético apartó a dos niños de todo contacto humano, aunque tuvo cuidado de mantenerlos vigilados constantemente. Siempre tuvieron a su alcance el agua, el alimento y el vestido necesarios para sobrevivir. Así, los hombres del faraón pudieron registrar la primera palabra que salió de los labios de aquellos niños salvajes, una palabra no transmitida, ni enseñada. Una palabra "innata". Según Herodoto, los niños egipcios hablaron frigio y dijeron "becos", pan.

A Federico ii lo del frigio no le convencía. Esperaba oír una palabra dicha en un idioma con más prosapia, algunos de los cuales conocía y estudiaba: griego, latín, hebreo, o ya de perdis árabe. Los niños, de apenas semanas de nacidos, fueron encerrados con nodrizas que los alimentaban y los mantenían limpios, pero que tenían prohibido hablarles, cantarles nanas o acariciarlos. Previsiblemente, el experimento italiano fracasó ( y yo no creo en la existencia del egipcio) y los pobres niños murieron antes de decir nada. Fra Salimbene di Adam, cronista contemporáneo del soberano, se conduele con lógica medieval –a veces chocante y siempre rara– de que Federico empeñara tanto esfuerzo en vano. Ni una palabra acerca del horror de perder la vida de los niños. Tampoco Dante dice nada de ellos. Ni siquiera menciona el experimento. El emperador está en el círculo de los herejes por pecados que ahora no nos parecen tan graves, como la responsabilidad de causar la muerte a los bebés.

Pero bueno, la Edad Media es lejana, rara, aunque sea siempre una fuente inagotable de personajes y hechos alucinantes. Una de las facetas de la personalidad versátil y extremosa de este soberano, y la que me llama la atención en estos meses –antes me han interesado profundamente su sangre fría, su cólera y hasta su sentido del humor– es el gran amor que sentía por sus halcones. Esta pasión medieval, que como tantas cosas tuvo sus orígenes entre los beduinos del desierto, es origen de muchas imágenes deslumbrantes de, incluso, nuestra poesía, como veremos en el próximo artículo.