La Jornada Semanal,   domingo 20 de julio del 2003        núm. 437
 Roberto Bardini
Néstor Kirchner, el hombre de la escoba

Ilustración de Gabriela PodestáUna especie de "primavera de Praga" recorre Argentina en pleno invierno. El decaído ego de los argentinos –vapuleado en los últimos años, para beneficio de psicoanalistas, gurús y "maestros" esotéricos– observa expectante los primeros pasos del presidente Néstor Kirchner, un abogado de cincuenta y tres años, oriundo de la sureña provincia de Santa Cruz, en la Patagonia.

El nuevo mandatario es bisnieto de inmigrantes suizos y nieto de un almacenero, hijo de una chilena de origen croata y un mecánico dental que también trabajaba como telegrafista de correo y empleado de cine. A estos datos biográficos hay que agregar otro: Kirchner es lo que en Argentina se denomina "un setentista".

A los diecinueve años, durante la dictadura del general Juan Carlos Onganía, Kirchner llegó a la ciudad universitaria de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, para estudiar Derecho. Allí, ingresó a la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (furn), un activo grupo creado a fines de la década de los sesenta y que en 1973 –bajo el breve pero agitado gobierno de Héctor J. Cámpora– formó parte de la Juventud Universitaria Peronista (jup). De la jup surgieron algunos futuros cuadros político-militares de la organización guerrillera Montoneros.

“SIN RENCORES PERO CON MEMORIA”

Fueron años turbulentos. Era un tiempo de reivindicación del sacerdote guerrillero colombiano Camilo Torres y –ni qué decirlo– del Che Guevara, lectura de los manuales insurgentes de los brasileños Carlos Marighela y Carlos Lamarca, descubrimiento de "lo nacional y social" junto con "lo latinoamericano y tercermundista", guerras de liberación de Vietnam, Angola, Mozambique. Eran épocas de actos relámpago, cocteles molotov y piedras contra gases lacrimógenos, balas de goma y, a veces, de plomo. De víctimas, verdugos y justicieros. De apresurados repartos de víveres en villas miseria (definición acuñada por el poeta Bernardo Verbitsky, padre el ex militante montonero y hoy "políticamente correcto" periodista Horacio Verbitsky).

Culturalmente, eran días de trovadores como Daniel Viglietti, Violeta Parra, Gianfranco Pagliaro y el lejano Piero de las canciones humorístico-antiimperialistas, las historietas premonitorias de Héctor G. Oesterheld, la poesía de Juan Gelman y Paco Urondo, los carteles del pintor Ricardo Carpani, la revista Crisis dirigida por Eduardo Galeano, el cine documentalista de Fernando Solanas, Octavio Gettino y Raimundo Gleyzer, uno de los primeros artistas detenidos-desaparecidos. Se despreciaba a Julio Cortázar por "afrancesado" y a Jorge Luis Borges por conservador, antiperonista y pro británico, mientras se exaltaba el "violento oficio de escribir" inaugurado por Rodolfo Walsh. Era La hora de los hornos, patria o muerte, todo o nada.

De aquella etapa de sangre derramada, feroz y efímera, llega Kirchner. En su discurso de toma de posesión el 25 de mayo pasado afirmó: "Vengo sin rencores pero con memoria, no sólo de los errores y horrores del otro sino también memoria sobre nuestras propias equivocaciones."

Antes del golpe militar del 24 de marzo de 1976 que derrocó a la histérica "Isabel" Martínez, viuda de Juan Perón, Kirchner y su esposa, Cristina Fernández –también abogada y hoy senadora– se recluyeron en Río Gallegos, la lejana capital de Santa Cruz, para escapar a la represión. En 1983, con el retorno a la democracia, Kirchner reinició su actividad política. Cuatro años después fue elegido intendente (alcalde) de la ciudad y en 1991 se transformó en gobernador de la provincia. Fue reelecto en 1995 y 1999.

DECISIONES RÁPIDAS Y MANO DURA

Ilustración de Gabriela PodestáEs apresurado opinar hoy acerca del gobierno de Kirchner, que debe extenderse hasta 2007. Generalmente los analistas esperan a que un presidente cumpla tres meses de gestión para referirse a Los cien días de... Pero es evidente que este hombre de un metro ochenta y siete de estatura marcha a paso redoblado y se diferencia bastante de sus cinco antecesores a partir del retorno a la democracia en 1983: el ineficaz Raúl Alfonsín, el incalificable Carlos Menem, el autista Fernando de la Rúa, el fugaz Rodríguez Saa y el tenebroso Eduardo Duhalde.

Una de sus primeras medidas fue pasar a retiro a veintisiete generales, trece almirantes y doce brigadieres. En otras palabras, mandó al bote de la basura al setenta y cinco por ciento de los altos mandos del Ejército, al cincuenta por ciento de la Marina y al cincuenta por ciento de la Aeronáutica, para limpiar la cúpula de las Fuerzas Armadas de elementos vinculados a la guerra sucia que culminó con 30 mil víctimas civiles. Para no dejar las cosas a medias, siguió la depuración en las policías Federal y bonaorense.

Después, el ex militante de la Juventud Peronista recibió a los dirigentes de distintos grupos piqueteros y a las Madres de Plaza de Mayo. "Estamos emocionadas; vinimos creyendo que era igual a todos, que era lo mismo que Menem, y nos dimos cuenta de que no es así", dijo Hebe de Bonafini, presidenta de las luchadoras de pañuelo blanco en la cabeza. Y en su entrevsita con el director gerente del fmi, Horst Köhler, fue muy claro: "Ustedes son grandes responsables de lo que ocurrió en Argentina." Luego, se reunió con dirigentes de la comunidad judía, ordenó por decreto abrir los archivos confidenciales de la Secretaría de Inteligencia del Estado (side) y "relevar del secreto de Estado" a sus funcionarios para esclarecer el atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (amia) en 1994. Y en una de sus decisiones más sorprendentes pidió públicamente la renuncia del turbio juez Julio Nazareno, titular de la desprestigiada Corte Suprema de Justicia.

En su primer viaje al exterior desde que asumió, Kirchner se entrevistó en Brasilia con su par Inacio "Lula" da Silva. Ambos coincidieron en la necesidad de consolidar una "alianza estratégica" entre los dos países e impulsar al Mercosur, en detrimento de la Alianza de Libre Comercio de las Américas (alca), promovida por Estados Unidos.

Antes de todo esto, Kirchner ya había causado cierto escozor en sectores empresariales, grupos de poder y medios de comunicación conservadores y neoliberales, precoces nostálgicos del menemismo. Invitó a la ceremonia de asunción a Fidel Castro y Hugo Chávez, dos mandatarios "malditos" de América Latina, quienes fueron recibidos con muestras populares de simpatía. Estrenó un bastón de mando elaborado con madera argentina y adornado con plata, descartando el tradicional cayado ornamentado con oro que usaron varios dictadores militares. Designó un gabinete en el cual la edad de los miembros oscila entre los cuarenta y los cincuenta y cinco años. Y de remate, logró que el despechado Carlos Menem se parezca físicamente cada vez más a Chucky, "el muñeco diabólico".

A la derecha se suma, desde otra óptica, la fragmentada izquierda argentina –que desde 1983 padece un despiste aparentemente terminal– perpetrando un análisis tras otro para señalar las limitaciones del nuevo presidente. Está claro: Kirchner no es el socialista Salvador Allende, ni el sandinista Daniel Ortega, ni siquiera el populista Perón. Esta izquierda, dividida entre los que se presentan a elecciones con raquíticos resultados y los que no se presentan porque no logran movilizar ni siquiera a un barrio, tiene dos vertientes: los escépticos que no construyen nada y los exaltados que quieren destruir todo.

Osvaldo Bayer, historiador impecable y hombre ético, opina distinto. Un mes atrás escribió en el periódico Página 12: "Estamos viviendo el tiempo de la escoba, después de tantos años de crímenes, mentiras, disimulos, obediencias debidas, de cambiar todo para no modificar nada. Al parecer, se ha comenzado a revolver los podrideros y sacar de las pestañas a los que se habían aguantado veinte años en las sombras para seguir dominando." La de Bayer es una voz mucho más autorizada que los alaridos de quienes pretenden el asalto al Palacio de Invierno, la creación de soviets y la instauración del socialismo pasado mañana.