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México D.F. Viernes 18 de julio de 2003

Jorge Camil

La mayoría silenciosa

Los resultados de la jornada electoral del pasado 6 de julio desataron la preocupación de que el gobierno actual, con un futuro que se torna cada día más incierto, pudiese propiciar el inicio de la carrera por la sucesión presidencial.

El triunfo del PRI y la derrota del PAN eran hasta cierto punto predecibles. Las circunstancias anunciaban que los electores que en 2000 castigaron al partido oficial, y seducidos por la personalidad carismática de Vicente Fox premiaron la perseverancia de Acción Nacional, podrían revertir el proceso en esta ocasión. El voto es, después de todo, el vehículo ideal para protestar. Se esperaba, también, que la gestión eficiente de Andrés Manuel López Obrador y su estilo despreocupado de gobernar, su aire de funcionario de carrera sin más ambición (por ahora) que el cumplimiento del deber, contribuirían al triunfo avasallador de un PRD firmemente incrustado en el Distrito Federal.

La sorpresa, sin embargo, fue el abstencionismo, el voto negativo de los ciudadanos a quienes el Presidente llamó la mayoría silenciosa. "Los escuchamos", advirtió atinadamente la noche misma de los comicios, consciente de que su ausencia en las urnas significaba hastío, rechazo a candidatos sin propuesta que han confundido la democracia con campañas de mercadotecnia; ausencia que significa también desilusión, desinterés y despreocupación por los asuntos del Estado. El Presidente pidió a los electores que le quitaran el freno al cambio, pero éstos votaron por más de lo mismo: un Congreso dividido, reformas estructurales que se han ido quedando a la orilla del camino y un Presidente asediado por diputados de oposición que parecen empeñados en hacer fracasar su programa de gobierno. El alto porcentaje de abstencionismo y los votos en favor de la oposición indican además un rechazo a la gestión de un gobernante que a pesar de las circunstancias continúa gozando de popularidad. Lo más preocupante es la creencia generalizada de que una administración sin capacidad de maniobra va a adelantar los tiempos de la sucesión presidencial.

Antaño, cuando el poder político se concentraba en manos del Presidente, la especulación en torno al rito del tapado suspendía la actividad económica y enfrascaba al país en el juego de las adivinanzas. La incertidumbre causaba desasosiego y paralizaba al país. Hoy, sin la figura del gran elector, con un sistema más o menos abierto, y gobernados por un Presidente con pocas salidas enfrentamos el riesgo de una lucha encarnizada por el poder a mitad del sexenio. Y aunque algunos advierten con justificada razón las oportunidades que el momento actual ofrece a aquellos partidos que muestren madurez y logren consensos legislativos, sabemos de sobra que la ausencia de una verdadera cultura parlamentaria y ambiciones personales desmedidas continuarán siendo una barrera para el cambio.

El histórico triunfo electoral de Vicente Fox en 2000 pudiese haber distorsionado el concepto de lo que debe ser la democracia. Votar con libertad es ciertamente uno de los elementos principales, pero otros igualmente importantes para el establecimiento de una democracia participativa son las oportunidades económicas, el establecimiento de un verdadero estado de derecho, el respeto a los derechos humanos y la protección del medio ambiente. Y como en la mayoría de esos renglones no ha habido avances significativos, los electores han descubierto que votar con libertad es un ejercicio estéril que únicamente sirve para externar frustraciones (contra el PRI de Carlos Salinas en 2000 y contra la falta de rumbo en 2003). Esa es la explicación de la mayoría silenciosa. Cansados de promesas de campaña sobre la inseguridad, el desempleo y el crecimiento económico los ciudadanos optaron por mantenerse al margen del proceso electoral.

En el polémico libro The future of freedom (el futuro de la libertad) Fareed Zakaria advierte que el establecimiento de libertad electoral en países donde no existe aún libertad constitucional (que se podría traducir en un estado de derecho), ni instituciones autónomas que funcionen separadas del Estado, puede conducir a democracias cuestionables o populistas. Un ejemplo de las primeras es la Rusia de Vladimir Putin, en la que hay elecciones libres, pero ausencia de oportunidades económicas y poco respeto a los derechos humanos, y el paradigma de las segundas es Venezuela bajo Hugo Chávez, donde todos gozan de libertad para destruir a su antojo la infraestructura del Estado.

Desafortunadamente, la prensa internacional coincide con la mayoría de los mexicanos: las elecciones legislativas del 6 de julio fueron percibidas como el banderazo de salida para la carrera presidencial de 2006, la más abierta y reñida contienda electoral de nuestra historia. Ya hay conflictos en el seno de los partidos principales y especulación en torno a candidatos independientes que han comenzado a buscar alianzas para sus candidaturas.

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