Jornada Semanal, domingo 13 de julio del 2003                núm. 436

LUIS TOVAR

LAS PALOMITAS DE ARTE

Quienes vivimos la época de los discos elepé o de larga duración, aquellas ruedotas de plástico negro que giraban a treinta y tres revoluciones por minuto, recordamos que en la funda siempre aparecía esta frasecita: "El disco es cultura." Y no era que uno desconfiara de afirmación tan sesuda y determinante, pero los problemas comenzaban cuando al darse cuenta de que el disco podía contener lo mismo una sonata de Johann Sebastian Bach que el último y guapachoso éxito de Mike Laure, los veinticuatro preludios de Chopin o los chistes que Chaf y Queli grabaron en su última presentación en el teatro Blanquita.

Algo parecido sucede en otros ámbitos, como en la industria editorial, donde hay de todo, desde García Márquez hasta Armando Hoyos. Nadie dudaría de que Cien años de soledad o El coronel no tiene quien le escriba son cultura, pero las cosas ya no son tan fáciles cuando te enfrentas a Juventud desenfrenada o a Volar sobre el pantano. De repente parece imposible echar todo en el mismo saco, aunque disco es disco y libro es libro.

Según ciertas corrientes de pensamiento, se supone que casi cualquier cosa producida por la humanidad debe ser considerada cultura. La mayoría escuchamos esa palabra y no pensamos, por ejemplo, en un balero de madera fabricado en Paracho, Michoacán; ni siquiera pensamos, por dar otro ejemplo, en la última versión del Quark Xpress. No. Más bien nos da por pensar en un congreso de psicólogos o en el Premio Nobel, cosas por el estilo. Después viene la bronca de atinarle a lo que es arte y lo que no lo es. Si uno se fía de la televisión hay que aceptar, sin más ni más, que Adal Ramones es un artista, con todo y su demostradísima falta de talento para cualquier cosa y su evidente ignorancia acerca de casi todo. Y si en una de ésas tiene como invitada a Thalía, estás presenciando el encuentro entre dos artistas. Hasta aquí todo va más o menos bien, pero ¿dónde poner entonces a los ejecutantes de la Orquesta Sinfónica Nacional o a Cristina Pacheco? ¿Serán más cultos o más artistas porque salen en el canal 11 y no en el 13?

DE TU ARTE A MI ARTE...

No te preguntes más, paciente lector, a dónde lleva todo este rollo, o por qué diantres no se habla aquí de cine, cuando se supone que...

Te propongo un ejercicio: acuérdate del montón de veces que has escuchado hablar del cine como del "séptimo arte" y piensa en algunas de las películas que más te han gustado. Ahora pregúntate: ¿esos filmes pueden ser considerados "de arte"? Sin ser adivino, puedo apostar a que varias de las películas en las que pensaste no tienen nada que ver con ese apellido tan rimbombante y, a veces, tan sangrón. Personalmente recordé, entre otras, Los enredos de Wanda y Terminator 2, que están bastante lejos de lo que han hecho Tarkovski, Wenders, Fellini, Wajda, Antonioni, Kieslowski, Herzog, Truffaut y el resto de la extensa lista de realizadores cuyo discurso fílmico no es necesariamente de los que un adolescente quiere ver a mitad de la hueva de una tarde de domingo.

Parte del problema es el ansia que algunos sienten de etiquetarlo todo. En ese afán, los filmes hechos sin mayor pretensión que la de entretener son llamados "cine de palomitas", y la lista es igual de interminable: aquí caben las cuatro partes de La guerra de las galaxias, cada una de las secuelas de Arma mortal, las de Duro de matar, las de Mi pobre angelito, las de Dr. Dolittle, las del Profesor chiflado, y lo mismo cualquier cosa que piensen filmar Brendan Fraser, Kevin Costner, Julia Roberts, Antonio Banderas, Hugh Grant, Meg Ryan, o todo lo que han producido, producen y producirán los estudios Disney, más un larguísimo etcétera.

Es verdad que, si le rascas un poco, sin remedio terminas por darte cuenta de que todo el cine de palomitas tiene algo en común con los eclipses y con las estaciones del año: son predecibles a morir. Hay quienes consideran esto un defecto y hay quienes así les gusta; a ninguno le gusta pensar que está "equivocado" y, para evitar cualquier discusión, prefiere reducirlo todo a una simple cuestión de preferencias.

Pero también podemos ir un poco más allá de la manía de verlo todo en blancos y negros absolutos y pensar en películas que fueron hechas básicamente para entretener y que acabaron convirtiéndose en otra cosa. Aquí caben, para mencionar sólo ejemplos recientes, Magnolia, Belleza americana, El lunático, ¿Quieres ser John Malcovich?, El club de la pelea... Y caben incluso películas clásicas cuyos directores no se las daban de artistas ni de intelectuales ni mucho menos, que filmaron con la taquilla no como la única pero sí como una de sus principales preocupaciones, y que ahora son objeto de culto. ¿Ejemplos? Basta con estos tres: Metrópolis, de Fritz Lang, La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock, y La quimera de oro, de Charles Chaplin.

Como la música y la literatura, el cine no es un monolito, y la riega el que crea que las etiquetas están todas en el lugar correcto. Si hay algo que distingue al cine de todas las demás artes es precisamente el hecho de que el conjunto de imágenes y sonidos enfrente de nosotros no siempre puede ser considerado arte... ¿o sí?