Jornada Semanal,  domingo 13 de julio de 2003           núm. 436

JAVIER SICILIA

GANDHI, EL INDUSTRIALISMO Y EL SIGLO XXI (I DE II)

No es posible negar que Gandhi, como recientemente se declaró, fue el hombre del siglo XX. No sería exagerado afirmar también que lo será del siglo XXI si la comunidad humana quiere sobrevivir a la crisis del industrialismo y de la economía global.

La afirmación no es gratuita. Pese a la integralidad y los alcances del pensamiento y de la praxis gandhiana, el siglo XX en Occidente sólo privilegió una parte de ellos: la ahimsa (no-violencia). Los grandes luchadores de ese siglo (Martin Luther King, César Chávez, Jean Goss, Pérez Esquivel, por nombrar sólo algunos de los más conocidos), la asumieron como un programa de lucha política contra las injusticias emanadas del racismo, la explotación y las tiranías de los gobiernos militares. Si con ella cuestionaron las aberraciones del orden político y lograron dignificar las luchas sociales, dejaron intocado el orden económico occidental que las hacía y continúa haciéndolas posibles.

Para Gandhi, sin embrago, la ahimsa era otra cosa. Formaba parte de una visión que hoy, en los inicios del siglo XXI, cuando el industrialismo, el mercado, y sus dos engendros: la tecnocracia y la globalización, están mostrando su capacidad aniquiladora (calentamiento global, destrucción de culturas y economías vernáculas, desempleo, miserabilización...), estamos en mejor posición de comprender.

En plena euforia de lo que llamó el "maquinismo" –esa euforia que, con excepción de Lanza del Vasto, no fue cuestionada por sus discípulos occidentales–, Gandhi insistía en que lo que tenía sometida a la India no era el pueblo inglés, sino la civilización moderna: "Bajo el peso de ese terrible monstruo –escribe en el Hind Swaraj, su programa económico– gime la India", para agregar en el mismo texto, como una profecía de lo que sería nuestro tiempo: "la civilización (maquinista) siempre hará víctimas, sus efectos son mortales: la gente se deja atraer por ella y se quema, como mariposas en la llama de una vela. Rompe sus ligas con la religión mientras que sólo recoge ínfimas ventajas del mundo. La civilización [maquinista] nos halaga mientras nos chupa la sangre. Cuando [sus] efectos sean completamente conocidos, nos daremos cuenta que la superstición religiosa es bastante inofensiva en comparación con la que rodea a la civilización moderna." Lo que Gandhi veía en el industrialismo era la destrucción de la autonomía creadora de las personas, de las culturas de los pueblos, del trabajo manual, de la solidaridad y de la pobreza como valor fundamental de la vida. Antes del colonialismo inglés y de la introducción del industrialismo y sus máquinas "hubo un tiempo en el que en la India la gente producía sobre su suelo todo lo que necesitaba, tanto el vestido como la comida" y la vivienda. "Con la masiva y forzada introducción por los ingleses de los tejidos industriales de la Lancashire, y con la construcción de fábricas en India, desapreció la industria artesanal del pueblo basada en la técnica local y en la técnica tradicional" (cf. Glynn Richard, "La verdad y la economía en Gandhi", en Ixtus, "Gandhi, la poética de la acción", México, 1998).

Lo que esta intromisión colonialista causó en la India: pérdida del trabajo textil autóctono (el khadi), falta de dinero para comprar los textiles de las fábricas inglesas y miseria, ya había hecho también estragos en la misma Inglaterra y seguiría haciéndolos en otras partes del mundo. En 1811, cincuenta y ocho años antes del nacimiento de Gandhi, en el condado de Notthingham, Inglaterra, grupos de artesanos, llamados "ludditas" (en referencia a Ned Ludd, que alrededor de 1750 destruyó uno de los primeros telares mecánicos), que habían sido desplazados por las máquinas y obligados al desempleo y a la miseria, empezaron a irrumpir en las fábricas y a destruir los telares mecánicos.* En África, las grandes hambrunas que se han venido desatando en los últimos cien años son hijas del colonialismo, cuyos agrobussiness han devastado las economías agrarias autóctonas. En Estados Unidos, estos mismos agrobusiness han destruido la granja familiar y han lanzado a miles de granjeros a la quiebra, forzándolos a migrar a las ciudades. De igual forma, en México, las grandes migraciones de campesinos a las ciudades y a Estados Unidos, los grandes cinturones de miseria de las urbes, son hijas del expansionismo industrial.

La lógica que podría desprenderse de este colonialismo realizado por los países altamente industrializados puede resumirse así: 1) dominar la escena nacional invirtiendo en la tecnologización del campo y con ello destruir las haciendas familiares que no podrán competir con los imperativos de aumento e intensificación de la producción; 2) generar con ello una superproducción que baje los precios de los productos; 3) aplicar, mediante el lobbyng, una política de exportación de los excedentes sobre los países del mal llamado "tercer mundo", ofreciendo, gracias al apoyo recibido por los subsidios, precios más bajos que los que ofrece el mercado local; 4) destruir las producciones vernáculas y adueñarse del mercado; 5) justificar los costos en hambre, miseria, desempleo, por los grandes beneficios de las corporaciones industriales.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez.

* A causa de estos movimientos que se repitieron en 1816 y pese a la acalorada defensa que hizo el poeta Lord Byron de los ludditas, la House of Lords aprobó una iniciativa de ley que condenaba a la horca a quien voluntariamente dañara un telar mecánico. En 1813 la pena de muerte se remplazó por la deportación de 7 a 14 años. En la India colonial los ingleses prohibieron el uso de telares artesanales y generaron un proyecto de ley en el que se le coartaría el pulgar derecho a cualquier indio que utilizara uno Cf. Jean Robert, "Gandhi y la tecnología", en Ixtus, Ibid).