Hawthorne, el prefigurador del cuento clásico A Guillermo Vega, con mi gratitud
Poe dedicó varias notas periodísticas a comentar la obra de Hawthorne. No menos de tres estuvieron consagradas a reseñar la aparición de la primera edición de Twice-Told Tales, primer libro de cuentos de Hawthorne, en 1842. El título ("Cuentos contados otra vez") se debe a que los relatos ya habían aparecido publicados en revistas literarias de la época, y por lo tanto ya eran conocidos por los círculos literarios de la región de Nueva Inglaterra donde circulaban tales publicaciones. Por lo mismo, Poe lo considera "como el ejemplo, par excellence, en nuestro país, del hombre de genio a quien se admira privadamente y a quien el público general desconoce". Este ninguneo a su obra perseguiría a Hawthorne a lo largo de su vida y lo llevaría a considerarse a sí mismo como the obscurest man of letters in America (el hombre de letras más oscuro de Estados Unidos); sin embargo, esta "oscuridad" no debe tomarse sólo en el sentido de "poco conocido" sino de "oscuro" por los temas que escogió para sus obras y el tratamiento que le dio a los mismos, por lo cual Poe lo acusó de "alegorizante". En nuestro idioma, como el gran lector que fue de la literatura en lengua inglesa, le tocó a Jorge Luis Borges introducirnos a la vida y la obra de Hawthorne en una multicitada conferencia de marzo de 1949, que luego sería incluida como parte del libro Otras inquisiciones en 1960. Ahí, Borges nos presenta a un Hawthorne que nació y vivió en Salem, durante una época (de 1804 a 1836) en que ya era "una ciudad en decadencia", pobre y vieja. Uno de los antepasados de Hawthorne fue juez durante los procesos por hechicería que se realizaron en 1692, donde fueron condenadas a la horca diecinueve mujeres. Cuenta la leyenda que una de estas mujeres, la esclava Tituba, lanzó una maldición a sus verdugos: "God will give you blood to drink" ("Dios les hará beber sangre"). Leyenda o no, Hawthorne siempre se sintió condicionado en su destino individual por esta maldición a su estirpe. En La casa de los siete tejados, por ejemplo, a decir de Borges, "quiere mostrar que el mal cometido por una generación perdura y se prolonga en las subsiguientes como una suerte de castigo heredado", y en donde el pasado se proyecta en el presente bajo formas arquitectónicas (los famosos siete tejados) que buscan esconder el "secreto" familiar. Y no es para menos que Hawthorne haya creído que su sino estaba predestinado a la desgracia. Su padre, un capitán mercante que se llamaba igual que él, murió de fiebre amarilla en Surinam, cuando el escritor tenía apenas cuatro años de edad. A partir de entonces, su madre se recluyó en su dormitorio, en el segundo piso de la casa. Ahí también estaban los dormitorios de las hermanas, Louisa y Elizabeth, y al final, el de Nathaniel. Los habitantes de la casa no comían juntos y casi nunca hablaban; les dejaban la comida en una bandeja, en el corredor. "Nathaniel se pasaba los días escribiendo cuentos fantásticos; a la hora del crepúsculo, salía a caminar. Ese furtivo régimen de vida duró doce años", nos relata Borges. La mayoría de estos cuentos fantásticos formarían parte de los Twice-Told Tales, pero muchos otros más quedarían apenas bocetados en su diario y cuadernos de notas. Doce años de reclusión lo llevarían a referirse al cuarto donde escribía como "una pieza embrujada, porque miles y miles de visiones han poblado su ámbito, y algunas son ahora visibles al mundo". Visiones que serían reconocidas por parientes de su madre, quienes financiaron la educación de Nathaniel en el prestigiado colegio Bowdoin. Entre sus condiscípulos se encontraban nada menos que el poeta Henry Wadsworth Longfellow, y el futuro presidente de Estados Unidos, Franklin Pierce, quien jugaría un papel fundamental en la vida futura de Hawthorne. Su primer libro, Fanshawe, es un volumen de cuentos que imitaba el estilo de Sir Walter Scott, que fue financiado por el mismo Hawthorne en 1828. Sin embargo, fue tan mal recibido que se arrepintió de haberlo publicado y se encargó personalmente de incautar todos ejemplares y prenderles fuego. Durante un tiempo se olvidó de la literatura, hasta que en 1837 publicó la primera edición de sus Twice-Told Tales. Sin embargo, a pesar de que obtuvo buena acogida por parte de los círculos literarios, todavía faltaba algún tiempo para que Hawthorne viera convertido en realidad su sueño de ser un escritor autónomo y autosuficiente.
De regreso a Salem, su condiscípulo de Bowdoin y luego senador, Jonathan Ciley, le consiguió un puesto como inspector de sal y carbón en la aduana de Boston, pero lo perdió en 1849 por motivos políticos. Este descalabro llevó a Hawthorne de regreso a la escritura y así a concluir la que sería su obra más aclamada y la primera novela con verdadera profundidad psicológica publicada en Estados Unidos: La letra escarlata. Luego de escribirla enfebrecidamente, la editorial Ticknor & Fields aceptó publicarla y sus ahora poderosos amigos políticos le ayudaron a obtener reseñas favorables. Al mismo tiempo que alcanzó un éxito comercial y de crítica nada desdeñable, la obra también le valió censura y reproches por parte de la clase eclesiástica, que veía como peligroso el tratamiento que el autor hacía de un tema sumamente controvertido: el adulterio. En esa época Hawthorne comienza su amistad con otro escritor, algo más joven que él, a quien las enseñanzas de Hawthorne marcarían profundamente: Herman Melville. En el verano de 1850, Melville compró una granja dieciochesca en Pittsfield, Berkshire, Massachussets, a menos de seis millas de Salem. Los dos autores se encontraron por primera vez en Stockbridge el 5 de agosto de ese año durante una excursión. Hawthorne tenía entonces cuarenta y seis años y conocía al menos algo del trabajo de Melville, de treinta y un años; incluso había publicado alguna reseña al respecto. En tanto, Melville estaba a punto de publicar un entusiasta comentario sobre la más reciente obra de Hawthorne, Mosses From an Old Manse (Musgos de una vieja morada), que una tía le había dado apenas un par de semanas antes. Una tormenta durante la excursión los obligó a guarecerse y les dio la oportunidad de conocerse mejor. Hawthorne quedó tan complacido que invitó a Melville a pasar algunos días en su casa de Salem, invitaciones que se repetirían a lo largo de los dos años que duró el cercano contacto de ambos escritores. Melville creyó encontrar en Hawthorne un "alma gemela" que le daba comprensión y gran estimulación creativa. La influencia de Hawthorne fue el catalizador principal que llevó a Melville a transformar una superficial aventura de balleneros en la monumental obra maestra que ha sido considerada la más grande novela norteamericana de todos los tiempos: Moby Dick, obra que por supuesto dedicaría a Hawthorne en 1851. Como muestra de la simbiosis Hawthorne-Melville, considérese tan sólo la gran carga simbólica que tiene la ballena blanca en el destino del capitán Ahab. O la posición vital de Bartleby, el escribiente (personaje de un cuento de Melville que "prefiriría no hacer" casi todo), decididamente emparentado con el "Wakefield", de Hawthorne (el hombre que desaparece para mudarse a la acera de enfrente y observar cómo es su vida sin su presencia). Sin embargo, la cálida y cercana relación entre ambos escritores se enfrió relativamente pronto, por razones que no han sido lo suficientemente esclarecidas. Se dice que Hawthorne no movió suficientemente sus poderosas influencias políticas para ayudar al empobrecido Melville, lo que provocó el distanciamiento definitivo. Ambos se vieron por última vez en noviembre de 1856 cuando Melville, rumbo al Mediterráneo, arribó a Liverpool, Inglaterra, donde Hawthorne había sido nombrado cónsul por su amigo, el ahora presidente Franklin Pierce, quien le pagó así el favor de haberle hecho una favorable biografía. Luego de cuatro años de responsabilidades consulares, Hawthorne amplió su estancia en Europa dos años más, instalándose en Italia, donde escribió su última obra publicada en vida, El fauno de mármol, en 1860. Al regresar a América, el país se encontraba convulsionado por la guerra civil, lo que, aunado a una serie de desgracias familiares, lo perturbó profundamente. No obstante, siguió escribiendo y dejó inconclusas varias obras que aparecieron póstumamente. Hawthorne murió mientras dormía el 19 de mayo de 1864. La gran mayoría de los críticos de su tiempo destacan casi exclusivamente la vertiente enraizada en su visión trágica del pasado norteamericano, en su papel de atormentado heredero del puritanismo, sobre todo porque se basan en la lectura parcial de su obra, sobre todo de La letra escarlata y La casa de los siete tejados. Sin embargo, fue Henry James quien ubicó en toda su complejidad y riqueza el legado de Hawthorne. En uno de los estudios más agudos sobre su vida y obra, publicado originalmente en 1879 e incluido posteriormente en el libro The Critical Muse (Penguin Classics, 1987), James pone énfasis en la conciencia de Hawthorne sobre el aislamiento del artista norteamericano, enajenado por la sociedad mercantilista en que vive y, no obstante, también consciente del poder explosivo de su propio instrumento de trabajo: la palabra. Uno de los aspectos más relevantes de la escritura de Hawthorne "tiene que ver con la técnica misma de narrar, es decir, con la estética literaria", dice el crítico F. J. Hombravella, lo que, sin duda, lo emparienta directamente con el ya mencionado Henry James, otro esteta obsesionado con la forma y la técnica narrativas. Para Hawthorne, tanto el arte como la vida eran dos instancias complementarias de la "realidad", de la creación, por lo que la escritura se erige en una eminente forma de ser, no menos desdeñable que la creación natural.
Fascinado ante el talento de Hawthorne, Poe desmenuzaría sus recursos y hallazgos técnicos, y los lanzaría hacia delante, aplicándolos a su propia obra, no sin antes criticarlos. La principal objeción de Poe es la tendencia de Hawthorne a "alegorizar". En la mencionada conferencia, Borges analiza la idea de la alegoría, confirma la acusación de Poe y exonera, por lo menos en parte, a Hawthorne. A partir de la lectura de sus diarios, Borges deduce que el punto de partida de Hawthorne para la creación son las situaciones, no los caracteres, constituyendo el campo fértil para la alegoría, sobre todo porque Hawthorne pensaba más en imágenes. "Primero imaginaba, acaso involuntariamente, una situación, y buscaba después caracteres que la encarnaran. No soy novelista, pero sospecho que ningún novelista ha procedido así", afirma el escritor argentino. "Ese método puede producir, o permitir, admirables cuentos, porque en ellos, en razón de su brevedad, la trama es más visible que los actores; pero no admirables novelas, donde la forma general (si la hay) sólo es visible al fin y donde un solo personaje mal inventado puede contaminar de irrealidad a quienes le acompañan. De las razones anteriores podría, de antemano, inferirse que los cuentos de Hawthorne valen más que las novelas de Hawthorne. Yo entiendo que así es." Es necesario poner de nuevo en circulación
al gran cuentista que es Nathaniel Hawthorne, desde una óptica más
contemporánea y menos prejuiciada, no como el gran escritor puritano
del siglo xix, sino como el gran prefigurador de los cánones del
cuento clásico, que Poe se encargó de promulgar y que perduran
hasta nuestros días.
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