La Jornada Semanal,  13 de julio  del 2003        436
N O V E L A



EL CRIMEN DEL CORRECTOR

LEO MENDOZA

Eduardo Antonio Parra,
Nostalgia de la sombra,
Joaquín Mortiz,
México, 2002.

Esta es la primera novela Eduardo Antonio Parra, cuentista de acendrado estilo y gran olfato narrativo, autor de Tierra de nadie y Los límites de la noche y ganador del Premio Juan Rulfo de París con Nadie los vio salir. Quizá porque sus cuentos son redondos y muy precisos, entrar en el territorio de la novela cuesta cierto trabajo, parece que es precisamente el escritor quien se encuentra en el centro del mundo y las acciones surgen de su pluma y se acumulan. En Nostalgia de la sombra, lo que le da coherencia narrativa a la novela es la existencia de Ramiro Mendoza Elizondo –el Chato, Genaro Márquez o Bernardo. Parra no intenta explicar el mundo; al contrario, cae en su vorágine y arrastra al lector en este descendimiento a los infiernos que es la vuelta a la ciudad natal y al crimen como una forma de vida.

Ramiro Mendoza, singular asesino, es un antiguo corrector de estilo regiomontano que un buen día se rebela contra sus perseguidores para convertirse en cazador: con sus propias manos mata a tres asaltantes y ya no puede detenerse. Como pepenador, cargador, interno en un reclusorio y en la libertad, Ramiro intuye que no hay nada como matar a un hombre. Esta es precisamente la frase que abre la novela y el principio que traicionará cuando su jefe, un influyente encargado de limpiar de obstáculos el camino de algunos importantes políticos, le diga que su próxima víctima es una mujer y que para cumplir el trabajo tiene que regresar a la ciudad donde todo inició: Monterrey. Los recuerdos de Ramiro se mezclan entonces con el acecho a la presa. Poco a poco nos enteramos de las andanzas de este hombre que un buen día descubrió su gusto por la sangre. Sabemos de su vida en un tiradero de basura, al lado de los pepenadores, de su viaje hacia la frontera norte y de su caída en la cárcel por asesinar a un pollero en acto reivindicatorio de la pobreza y la marginación. Ramiro se ha hecho duro: sólo le hace bien la soledad, la casa de Cocoyoc que, curiosamente, fue propiedad de Fedro Guillén –a quien Parra le rinde homenaje haciéndolo aparecer como personaje de la novela.

Se podría pensar incluso que la narración no se centra tanto en la misión de liquidar a una mujer sino en lo que ésta desata dentro del personaje. En otro plano, la novela reflexiona sobre la existencia del mal como algo palpable. Parra parece preguntarse, al describir el mundo de Ramiro, si su existencia, su gusto por la muerte, es algo intrínseco, que está en la propia naturaleza humana o bien si se adquiere, si poco a poco se incorpora a nuestra vida. La enorme galería de personajes que rodean a Ramiro parece formar parte de un mundo solidario aún cuando terriblemente cruel.

Parra mezcla el pasado con el acechante presente del asesino: aquí y allá descubrimos lo que le pasó al joven corrector de estilo que soñaba con escribir el guión de una película luego del violento encuentro con tres asaltantes. Sabemos de su convalecencia el lecho seco del río de Monterrey y de cómo la muerte lo persigue a cada momento. Más allá de los elementos anecdóticos, la construcción del personaje es verdaderamente ejemplar, mientras más se hunde en la vorágine de la muerte, más cosas obtiene. Al despreciar la vida curiosamente se salva de morir y adquiere, como los guerreros de Canetti, la certeza de ser invulnerable.

Nostalgia de la sombra se inserta dentro de esta corriente que no intenta atrapar al mundo sino en la que el escritor ha sido atrapado por éste. La narración de Parra es vertiginosa y exacta, y aun cuando por momentos los hechos se acumulan peligrosamente, es la existencia de un personaje como Ramiro Mendoza la que le da coherencia a esta excelente primera novela, antecedida por un excelente puñado de cuentos •