Jornada Semanal, domingo 13 de julio del 2003        núm. 436

ZACATECAS, SAN LUIS POTOSÍ, ITACATES, 
QUESOS DE TUNA Y POLÍTICOS EN CAMPAÑA

Desde lo alto del cerro de la Bufa observamos el crecimiento urbano de Zacatecas. Afortunadamente la pobreza que padeció la ciudad en los treinta, los cuarenta y los cincuenta impidió que se destruyeran las casas antiguas para levantar horrores ingenieriles. Por eso el centro de la ciudad mantiene vivo su estilo y, salvo contadas excepciones, muestra su homogeneidad y una hermosa coherencia arquitectónica. De nuevo estábamos en la ciudad de López Velarde. Ahora para hablar de la obra de José Emilio Pacheco, el poeta que este año de 2003 recibió el premio que lleva el nombre del padre soltero de la poesía mexicana moderna. La Secretaría de Cultura del gobierno estatal organizó impecablemente la ceremonia, el Seminario de Cultura Mexicana le brindó discretamente todo su apoyo, los zacatecanos participaron en las jornadas lopezvelardeanas y el gobernador del estado, que cuenta con un notable respaldo popular, entregó el premio a José Emilio en el auditorio del bello y originalísimo Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez. En la ceremonia, José Emilio leyó tres poemas escritos en tres períodos diferentes de su proceso creativo. Se trata de diversas visiones de la personalidad y de la obra de López Velarde. El tercero es un emocionante homenaje a Ramón y a las mujeres en las que se fue quedando. En el museo concebido y organizado por Felguérez (no olvidemos que Zacatecas ha dado espacios a sus grandes artistas plásticos para que puedan crear museos que llevan sus nombres. De esta manera, Goitia, Pedro y Rafael Coronel tienen recintos en los cuales están sus obras, se exhiben sus colecciones personales y se presentan exposiciones temporales. Huelga decir que el caso de Goitia es diferente y especial) se presentaban sendas exposiciones de Vicente Rojo y de Rufino Tamayo. Recorrimos las calles bajo la amenaza de una lluvia que nunca llegó y vimos la ciudad nocturna en todo su esplendor gracias a las obras del cableado oculto que tanto bien le han hecho (Puebla, Guadalajara, algunas secciones del Centro Histórico de la capital y Morelia han seguido ese buen ejemplo y respetado las recomendaciones hechas por la unesco a las ciudades reconocidas como patrimonio histórico y artístico de la humanidad. Querétaro, a merced de la incuria y de los errores de sus administradores municipales, es, ahora más que nunca, “Cablétaro” y los repugnantes amasijos de cables y más cables ocultan los rostros de sus monumentos barrocos). Comimos un interesante guisado de boda, un itacate minero y un excelente plato de frijoles maneados. El mezcal ayudó al proceso digestivo, así como la caminata al lado de José Emilio, de David Eduardo Rivera, de Marcelo Uribe y de nuestro rockero emblemático, José de Jesús Sampedro. Pronto saldrá el libro que contiene los ensayos sobre López Velarde escritos por José Emilio a lo largo de su espléndida carrera de periodista cultural. Lo presentará otro insigne lopezvelardista, Marco Antonio Campos.

Al día siguiente, en compañía de Lucinda, visité una ciudad que sólo descubre sus bellezas a los buenos y pacientes buscadores. Me refiero a la señorial y neoclásica San Luis Potosí. Continuábamos de esta manera la procesión lopezvelardeana y cumplía mis obligaciones con el Seminario de Cultura Mexicana asestando una conferencia sobre nuestro padre soltero en la casa que habitó en uno de sus regresos de la capital y en el tiempo en que fue juez de primera instancia en Venado. La pequeña y bien amueblada casa alberga una modesta biblioteca, una galería de proporciones mínimas y una salita de conferencias. Los potosinos la conocen como La Casa del Poeta y se sostiene gracias a los entusiasmos de Armando Adame y de otros escritores y promotores culturales. La noche en que hablé sobre el erotismo y la muerte en la obra de López Velarde, Fuensanta Medina, delegada de la Secretaría de Relaciones Exteriores, entregó a la Casa una colección de libros publicados por la cancillería. De esta manera, la biblioteca, visitada frecuentemente por jóvenes de las escuelas del barrio de San Miguelito, va creciendo poco a poco. La tarde de esa noche paseamos por los rumbos del formidable templo de San Franciso y vimos el barco mercedario que cuelga de la historiada cúpula (ese barco figura en la obra de López Velarde). Comimos paletas de huamiche en La Michoacana y compramos chocolates en la venerable tienda de Costanzo (con Armando Adame hicimos las memorias del “torinese signor Costanzo”, industrioso, embigotado y elegante fundador de la gran fábrica de chocolates, dulces y bombones de internacional fama, que llegó a San Luis a principios del siglo xx e inició su dulcísima aventura en un pequeño obrador en el que creó sus artesanales bombones) y cenamos en La Virreyna unas perfectas enchiladas potosinas. Al día siguiente recorrimos el Centro de la ciudad y admiramos su impecable retícula castellana, su monumentalidad neoclásica y la belleza de algunas de sus iglesias que son claros ejemplos de arquitectura popular. Rematamos la jornada en el Mercado Hidalgo comprando cabuches, cueritos en vinagre para recordar el fiambre potosino de la difunta Lonja y un gigantesco pedazo de queso de tuna. Al salir rumbo a Querétaro nos produjo mareos la profusión de retratos, banderolas y mantas de los candidatos a puestos políticos, tanto federales como locales. Algunos mostraban cataduras que pedían a gritos la leyenda de “se busca...” otros obedecían el designo de sus publicistas y proponían lemas parecidos a los de las campañas de venta de pastelitos industriales, de toallitas higiénicas o de remedios para la disfunción eréctil. Así andan las cosas en Los Pinos y en la política en general, así anda de chabacana y de “impactante” nuestra clase política. Ni modo... a pesar de todo votamos haciendo caso omiso de las prepotentes manipulaciones de obispos, cardenales, párrocos, yunquistas, legionarios y demás publicistas de las derechas y de las espantosas extremas derechas. 


HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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