La Jornada Semanal,   domingo 13 de julio del 2003        núm. 436
De milagros colectivos

Angélica Abelleyra

La pretensión era modesta: generar un pequeño milagro. No uno grande como descontaminar mares, perfumar lagos, cumplir las promesas del desarrollismo latinoamericano o derrotar la injusticia social en México. Se trataba de generar el desplazamiento infinitesimal de una montaña. Sí. De hacer posible esa metáfora casi universal de que "la fe mueve montañas", presente a lo largo de la historia del hombre. En pleno siglo xxi, no fue sólo la fe sino las palas y el ahínco ante un sol inclemente que una colectividad de quinientos jóvenes logró romper con su propio estancamiento, liberó la posibilidad de ver el mundo menos agotado y comprobó, aunque fuera por instantes, que aún hay opciones para que el mundo camine.

11 de abril de 2002. Lima, Perú. Concebida por el artista de origen belga Francis Alÿs –con la colaboración del curador de arte Cuauhtémoc Medina y el cineasta Rafael Ortega– la acción denominada Cuando la fe mueve montañas tuvo lugar en una duna del barrio Ventanilla, al norte de la capital peruana. Un "pueblo joven" (sutil manera de nombrar una ciudad perdida o asentamiento irregular) con características rurales, ocupado por casas de bejuco de peruanos desplazados por la crisis económica, la represión del ejército y el dominio senderista.

¿Obra de arte público? ¿Land art? ¿Alimento para el imaginario local? ¿Obra de ingeniería civil? Un poco de todo. El proyecto había sido planteado un año y medio antes para presentarse en la Bienal Iberoamericana de Lima. Fue rechazado. Los autores se independizaron del organismo pero renegociaron su presencia. Sería bajo su responsabilidad, con recursos propios pero con el aval institucional para desarrollar la acción con apoyo logístico de la municipalidad. Aceptadas las reglas, en Lima se hizo una labor de convencimiento de un acto irracional: desplazar una duna; surcarla con un peine donde cada participante (con su pala) serviría como diente del acicalador.

Mientras en Perú se intentaba reclutar a cinco centenares de alumnos de la Universidad Nacional de Ingeniería (uni), en México Francis Alÿs ponía en marcha un sistema de financiamiento: vender por adelantado dibujos, cuadros (ex votos) y documentación del proyecto. Eugenio López, responsable de la Colección Jumex, adquirió ejemplos que se exhiben en la colectiva Edén (abierta en el antiguo Colegio de San Ildefonso). Además, Cuando la fe mueve montañas dará origen a un libro.

En tanto esto ocurre, la acción continúa multiplicándose en las bocas de quienes la reinventan según su propia memoria, como esta reconstrucción que comparten Francis Alÿs (fa) y Cuauhtémoc Medina (cm), artífices del acto de desmesura.

FA: Cuauhtémoc me invitó a participar en la Bienal de Lima y me interesó porque es un evento de la periferia, con más campo de libertad que bienales como la de Venecia o Bassel y su carga de mainstream. En el evento de Lima había una estructura más flexible, daba la oportunidad de unir esfuerzos e involucrar a la comunidad. Estuvimos allá el último año de Alberto Fujimori: un caos a nivel político y económico. Además de esa situación social, me interesó la peculiaridad geográfica de Lima, frente al mar y rodeada de dunas. En ellas se ubican inmigrantes, desplazados de la guerrilla y guerra civil. También hice un viaje por otros lugares, desde el club de regatas y colonias de clases medias hasta los barrios populares El Callao y Ventanilla.

CM: Cuando viajamos a Perú eran los estertores del régimen de Fujimori: un país en punto muerto. Recuerdo que mientras estábamos en la premiación de la Bienal Nacional de Lima, con champaña y edecanes guapas, la calle estaba tomada por manifestantes reprimidos con gases lacrimógenos por la policía. Cuando Francis regresó de su visita a los barrios populares me comentó algo contradictorio: por un lado venía asombrado de la estructura de comunidad y de organización urbana en Ventanilla y, por otro, percibía que la situación no iba a ningún lado; todo estaba contenido por una barrera.

FA: Para contraponer algo a la situación caótica del momento, el único acto que se me ocurrió fue provocar la ilusión de un milagro colectivo; incitar a la vez un inmenso y minúsculo acto de fe en medio de la desilusión limeña. Lanzar un acto absurdo, gratuito, metafórico y heroico: mover una montaña. La propuesta fue casi inmediata, emocional, y me la hice en el avión de regreso a México.

CM: Tal como la planteó Francis, la propuesta era una especie de desmesura: tratar de obtener un número suficiente de voluntarios para mover con palas una de estas dunas que constituyen el paisaje limeño y emular el proceso de transformación orográfica. Que una hilera de personas se pusiera hombro con hombro y cada una fuera una especie de diente de un peine para jalar la superficie, trasladar un pequeño fragmento de esa duna y moverla del mismo modo que las montañas y las dunas lo hacen en realidad.

FA: Cuando viajo trato de acercarme a la gente del lugar. El chofer me llevó a los pueblos jóvenes y percibí su interés en fomentar una reacción a la situación del momento. En ese año la percepción sobre Fujimori era dual: por un lado con un soporte popular y una ilusión... que se cayó en un año. Hubo un bluff enorme, como en México con Salinas.

CM: La falta de horizontes en Perú no era sólo entre los habitantes de Ventanilla sino en general. Se traducía en una situación al borde del abismo: ese estado de parálisis de los países latinoamericanos en los tiempos que preceden a la suposición de la democracia.

FA: Siempre dudé por qué yo, un belga radicado en México, tendría que ir a Lima a hacer un comentario sobre una situación milenaria. Sabía que podían cuestionarme. El primer contacto fue como un shock, así que me di un reposo largo de digestión frente a mi primera reacción pero con el tiempo la confirmé.

CM: En la bienal finalmente nos dijeron que no podían asumir los gastos. Por nuestro lado, íbamos sin propuestas de financiamiento. Nunca nos planteamos un apoyo del Estado mexicano porque las instituciones culturales creen que participar internacionalmente es sólo pagarle boletos y viáticos a la gente. Incluso nos pareció natural el rechazo en Lima pero nuestra respuesta fue infantil: eso o nada. Cuando vimos que lo haríamos solos, concluimos que el lugar propicio era la uni, entre estudiantes con una visión más práctica que especulativa y de clases medias-bajas. Además habían hecho una huelga exitosa y en ello veía una ventaja porque ganar una huelga te deja la resaca de que hay cosas posibles.

CM: Buscando lugares, Francis escogió Ventanilla por su condición de "pueblo joven". Pero una de las razones con más peso fue práctica. Las dunas que revisamos o eran demasiado planas, donde caminar es imposible, o dunas tan duras como piedra y sin posibilidad de emplazarlas. Además, generalmente este tipo de formaciones viene en cordillera y requeríamos una duna aislada, un cono individual.

FA: Los cuestionamientos de los jóvenes eran de tipo técnico. A nivel de metáforas entendieron de qué se trataba y por qué se justificaba en Lima. Luego entramos en cuestiones prácticas de cómo llegar, de qué manera enfrentar el calor o tener a disposición ambulancias y sanitarios. Hubo quinientos participantes y una ayuda inmediata de los residentes de Ventanilla, que llegaron de forma sorpresiva. Fue un equipo de apoyo local que al final sumó de ochocientas a mil personas.

CM: Además de lo técnico, nos inquirían si era posible mover así una montaña o si nuestra discusión sobre la fe era un acto religioso o no. La tercera era si estábamos locos. De nuestra parte había una serie de argumentos: queríamos mover una montaña porque nadie lo había propuesto, era novedoso y qué sentido tiene la vida sino el de hacer cosas extraordinarias. Luego había puntos sobre nuestra relación con los habitantes de la periferia limeña; si era una obra de ingeniería o una labor de trabajo que transformara el paisaje y ciertas condiciones de vida; si era una metáfora sobre un problema ecológico e histórico que todos vivimos: el subdesarrollo de al. Nuestra argumentación se basaba en un principio económico absurdo: máximo esfuerzo, mínimo resultado; una clara inversión de la lógica de la eficiencia económica. Era como tratar de concentrar dos cosas: en nuestros países de al los intentos de desarrollo son fracasos acompañados de proyectos incalculables y queríamos ilustrarlo en lugar de darlo como tragedia. Luego, detrás de esa ineficiencia había una crítica a la modernización y un efecto de resistencia social. Sobre todo, lo que impactó fue que podía acabar en récord Guiness

CM: Una semana antes del día de la acción, para ser francos, estábamos blufeando. Se habían reunido apenas a veinticinco personas y no sabíamos ni cómo mover las palas. Yo tuve que ir a salonear en la uni para reclutar víctimas. Además no habíamos pensado cómo mantener una línea recta de gente que se mueve, paleando arena, sobre una superficie irregular. Nombramos a "capitanes" que se encargaban de controlar grupos de veinticinco para tratar de que en la acción se mantuviera una línea autorregulada: la imagen bíblica de una línea empujando hacia delante. Convocamos a las 7:30 a.m. y sólo había dos personas. La mayoría arribó a las diez y al mediodía estábamos en la cima. Con un sol inclemente y a 35 grados iniciamos a la una de la tarde y concluimos dos horas después.

–Hablan de milagro y fe, tan relacionados con la religiosidad. ¿El proyecto también era un cuestionamiento a su propio escepticismo?

FA: Si como artista no puedo considerar la posibilidad de los milagros, me meto de arquitecto otra vez. A pesar del escepticismo que nos inunda hay que mantener una posibilidad de operar más allá de un racionalismo vulgar. Si bien trabajo a partir de una realidad cruda y viva, trato de romper esquemas racionales de pensamiento que no acepto. Y se trataba de romper el campo de posibilidades futuras más que presentes y provocar una actitud. Al final del acto había cierto estado de euforia de que se había construido algo. Todo acabó con una bola de niños gritando, como saliendo de la escuela con la liberación de la tarea. El milagro fue la alucinación colectiva que se produjo. Luego de cinco horas de estar en el sitio estábamos convencidos de que sí se había movido la duna. Claro que el movimiento real fue más la acción de las palas y los pasos de los participantes que de la duna en sí. Pero pensábamos que diez milímetros eran tan válidos como diez centímetros.

¿Y AHORA, QUÉ SIGUE? Concluido el periplo por la duna, la mejor respuesta fue de Richard Perales, presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la uni: "Pues ahora tenemos varios proyectos: Bebernos el Atlántico, Pintar de Azul el Cielo y Perforar los Andes", dice con ironía y cierta fe a los autores de este acto de desmesura que quizá cambió poco la duna pero liberó la posibilidad de que todos veamos el mundo un poco menos agotado.