Jornada Semanal, domingo 6 de julio  de 2003           núm. 435

MARCELA SÁNCHEZ

ALTITUD CERO

"Hemos recorrido más de ochenta y cinco kilómetros del camino que va de Mina, Nuevo León, hacia Monclova, Coahuila. Viramos a la izquierda y nos introducimos entre las planchas de cobalto circundadas por cerros azules. Nubes de polvo blanco y algunos correcaminos que se atraviesan al paso del vehículo nos dan la bienvenida al Espinazo, Nuevo León, la tierra del Niño Fidencio. Nuestro público son los integrantes de la única escuela del sitio: veinticinco alumnos y unos cuantos maestros, que todos los días llegan de raite a darles clase. Niños y adultos nos observan sentados en el piso bajo la escasa sombra de los árboles. Ahí, bajo el calor de mayo, danzamos a pleno sol." Hablan Tzitzi Benavides y Emir Meza, integrantes de Altitud Cero Danza Contemporánea. Sus palabras narran sus viajes a las pequeñas comunidades de Nuevo León para llevar a sus habitantes una muestra de danza contemporánea. Desde 1999, Emir Meza, oriundo de la ciudad de Monterrey, desarrolla en coordinación con conarte este programa de promoción y difusión de la danza contemporánea; poco después se unió al trabajo Tzitzi Benavides, originaria de La Paz, Baja California Sur.

Bailar frente al público del Palacio de Bellas Artes, afirman ambos, es tan importante como bailar frente al público escolar del municipio de Lampazos de Naranjo, pues la danza es uno de los lenguajes comunes a todos los seres humanos, un lenguaje distinto a la palabra que nos permite descubrir partes de nosotros mismos que no pueden ser exploradas por la razón.

Tzitzi y Emir dejaron sus lugares de origen atraídos por el bullicio citadino. Sin embargo, siempre regresan, porque quien conoce el desierto sabe del carácter hipnótico de sus paisajes. Los dos bailarines parecen unidos no sólo por la danza, sino también por ser hijos del desierto. La difícil aventura de adentrarse en comunidades desérticas y alejadas, no los amedrenta. Este año recorrieron el Valle de las Salinas, danzando en los municipios de Mina, Abasolo, Ciénaga de Flores y General Zuazua, lo que implicó transportarse un promedio de treinta a cincuenta kilómetros entre un municipio y otro. Avanzaron hacia el norte de Monterrey, zona minera y agrícola que conserva la historia de viejas luchas por la tierra, donde el clima desértico se beneficia sólo por las presas y el paso de algunos ríos. Recorrieron más de 120 kilómetros para bailar ante el público de Agualeguas; de ahí viajaron a Lampazos de Naranjo, a 170 kilómetros de la capital, población que es uno de los últimos escalones hacia la frontera con Estados Unidos y al poblado de China, cuyo raro nombre se debe a la memoria de San Felipe de Jesús, jesuita mexicano martirizado en el Japón.

"Vemos caras de asombro. Los cuellos de los niños y los maestros se estiran para tratar de ver más cerca lo que ya perciben a la distancia. Los pies de los pequeños se mueven al compás de la música. A las 11 a.m., bajo un calor que alcanza los 36 grados, los niños observan la danza armados de refrescos y papitas. Los maestros aplacan la sed con cerveza. La mayoría de las presentaciones son al aire libre y con el público de pie bajo un sol agobiante. Alguna vez nos sorprende una leve llovizna. Al terminar, los espectadores, emocionados, sueltan una lluvia de aplausos y bravos. Luego se acercan y nos piden autógrafos."

Tzitzi y Emir tienen un historial semejante: ambos han recibido las becas de ejecutantes que ofrece el fonca; ambos han recibido los premios más importantes del país como bailarines; ambos han realizado giras nacionales e internacionales. Sin embargo, la experiencia de llevar la danza a estos lugares les resulta fascinante. Para ellos la danza es un impulso vital, una experiencia que fusiona la magia y el rito. Desde muy jóvenes supieron que querían dedicarse a la danza, de tal suerte que se sometieron a una formación rigurosa. Ahora han formado su propia compañía, al tiempo que participan en varias de las compañías independientes de la Ciudad de México: Mnemosine, Quiatora Monorriel y Humanis Corporis. Para Emir, el bailarín debe entrenarse como un cuerpo escénico integral, un cuerpo que explore todas las posibilidades: danza, actuación, mímica, acrobacia y voz. Desde 1999, Emir se ha incorporado al proyecto Teatro Línea de Sombras que dirige Jorge Vargas, promotor del movimiento Teatro del Cuerpo, con quien obtuvo el reconocimiento de Mejor Actor de Apoyo en la Muestra Nacional de Teatro.

El programa que Tzitzi y Emir presentaron en Nuevo León estuvo conformado por fragmentos de tres coreografías: Los radicales libres, de Benito González y Evoé Sotelo, En ajeno, de Emir Meza y Viajando por otra diversión, de Benito González. "Fue en el Espinazo donde tuvimos la experiencia más impactante. Todo ahí huele a reliquia del Niño Fidencio, todo gira en torno al fidencismo. Los aplausos de los niños y los maestros son tan escurridos y tan aletargados como los huizaches que resguardan las casas de las tolvaneras. Todo es pobreza y abandono. Regresamos a Mina con la sensación de haber regresado de un sueño."