Jornada Semanal, domingo 6 de julio del 2003        núm. 435


CARTAS DE DON ENRIQUE A DON ALFONSO

Leonardo Martínez Carrizales subtitula acertadamente como “El tiempo de los patriarcas” este libro que contiene distintas manifestaciones, principalmente poéticas y epistolares, de la relación intelectual y amistosa que enriqueció las vidas de dos grandes de nuestra cultura y nuestra diplomacia, Alfonso Reyes y Enrique González Martínez.

En su cuidadoso prólogo, el autor recuerda a la revista Ábside, a los hermanos Gabriel y Alfonso Méndez Plancarte, a Miguel Palacios Macedo, a un Vasconcelos converso tardío pero ferviente, y a otros representantes de la cultura católica tradicional. Estos recuerdos no tienen un matiz ideológico sino que se limitan a algunos aspectos del pensamiento católico: su respeto por la cultura grecolatina, el hispanismo lingüístico y las distintas formas del nacionalismo literario. Todas estas observaciones sobre la cultura católica vienen al caso por la sencilla razón de que fue Ábside la primera que publicó el epistolario Reyes-González Martínez.

El prologuista y ordenador del material de este libro nos entrega una serie de textos indispensables para entender el proceso cultural de nuestro país en la primera mitad del siglo xx. Don Alfonso el polígrafo incansable, el notable helenista, el conocedor profundo de los siglos de oro, del romanticismo alemán, del Anáhuac de nuestros padres procesales, el poeta, el memorialista, el dramaturgo, el comediógrafo, y don Enrique, el poeta por antonomasia de ese momento histórico, el memorialista, el médico rural, el traductor de los poetas de Francia y de la lengua inglesa, el defensor de la paz, el fundador de instituciones culturales... nos dan los grandes perfiles de una cultura universal que partía de los aspectos entrañables de la realidad inmediata. Ya don Alfonso advertía que para conocer el todo es necesario amar y conocer lo propio.

El estudio introductorio de Martínez Carrizales es un documento indispensable para los investigadores no tan sólo de las obras de Reyes y de González Martínez o de los datos de su amistad y de sus relaciones literarias, sino para todos los interesados en el ambiente espiritual de los últimos años del proceso revolucionario y de las primeras épocas de la formación de una cultura que venía de la tradición, se había formado en “la escuela de baile” (Paz dixit) del modernismo y andaba en busca de la renovación encontrada por la siguiente generación, aquella que, por razones de método, se conoce con el nombre de “la generación de la ruptura”.

Es mucho más que anecdótica la circunstancia de que los dos escritores fueron miembros del Servicio Exterior Mexicano. Y al decir miembros me refiero a una profesión y no a una misión temporal y circunscrita al aspecto cultural de la tarea diplomática. Por lo tanto, su dedicación abarcó todos los campos profesionales y gozaron y padecieron los extremos de un trabajo lleno de contrastes y presidido por el deslumbramiento del viaje y los constantes desarraigos. Como escritores, la tarea diplomática fue doblemente enriquecedora, pues les permitió acercarse a muchas voces, conocer muchos ámbitos y vivir constantes novedades, aunque mantuvieron la sensación de no tocar nunca tierra firme y de estar de paso en todas las casas, ciudades y países.

En su estudio el autor cita frecuentemente la revista Ábside y a Gabriel Méndez Plancarte. Al hacerlo establece los rasgos principales de lo que llama “recurso ideológico de la tradición”. Tanto Reyes como don Enrique y el Vasconcelos transformado por su dolorosa aventura política y por su conversión a la fe religiosa, se apegaron a la tradición helénica, latina, cristiana, española, nacional e indígena (en este aspecto brillan con gran intensidad las joyas literarias de la Visión de Anáhuac) para establecer los rasgos principales de su proyecto civilizatorio y humanístico. Ya Vasconcelos, durante su gestión educativa y en su campaña política, había señalado que los diversos aspectos de nuestra cultura mestiza eran el capitel sobre el cual se levantarían una nueva nación y esa confusa síntesis que llamó “raza cósmica” y que nunca llegó a explicar de una manera satisfactoria.

La iniciativa de la publicación del epistolario partió de don Alfonso Reyes y fue recibida con entusiasmo por el padre Alfonso Méndez Plancarte quien había pedido a los escritores mexicanos “levantar una estela de misivas sobre la tumba de Enrique González Martínez”. El Padre Méndez Plancarte comprendió la necesidad de hacer ese merecidísimo reconocimiento y, de esta manera, se adelantó a los detractores de don Enrique que ya empezaban a lanzar sus torpes dardos en contra de quien había sido y, de alguna manera, seguía y sigue siendo uno de nuestros poetas paradigmáticos.

Martínez Carrizales hace un recuento de las empresas culturales y sociales que don Enrique inspiró y, en algunos casos, consolidó: El Colegio Nacional, el Seminario de Cultura Mexicana, el Comité Mexicano de la Paz y la Academia de la Lengua, entre otras. En todas ellas está viva su memoria y se conservan los distintos aspectos de su magisterio, su sabiduría serena y su hombría de bien. Estas cualidades son celebradas por don Alfonso en sus generosos comentarios. Don Enrique, por su parte, siempre confesó su deslumbramiento ante la monumental obra alfonsina y celebró, con especial énfasis: La crítica en la edad ateniense y la Visión de Anáhuac. Es emocionante el poema-pésame que don Alfonso le envió el día de la muerte de su hijo, el poeta Enrique González Rojo. También hubo dimes y diretes atemperados por la amistad profunda. De este género son algunos sonetos satíricos con menciones freudianas, batracios y helenismos de toda laya.

Martínez Carrizales organiza esta correspondencia de tal modo que, a través de ella, podemos seguir tanto los pasos de una amistad como los desarrollos culturales y, en particular, el acontecer literario de una época convulsa en la que se retomaban las ideas de la tradición clásica y se intentaba crear una nueva cultura más justa y más libre. Un ejemplo señero de estas preocupaciones nos lo da don Enrique en una carta fechada el 29 de febrero de 1944: “El Comité Mexicano contra el Racismo pretende desarrollar una campaña sistemática y permanente ante la opinión pública para difundir el principio de la igualdad de las razas.”

Por estos caminos circularon la correspondencia y la amistad de estos dos grandes escritores, civilizadores y humanistas. 


HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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