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México D.F. Viernes 4 de julio de 2003

Robin Cook*

Berlusconi, presidente incómodo para la UE

Aprincipios de esta semana Silvio Berlusconi prometió que la presidencia italiana de la Unión Eu-ropea no se limitaría a dar "el servicio acostumbrado". Al me-nos nadie puede acusar al primer ministro italiano de no cumplir las expectativas que él mismo proclamó. Al comparar a un reconocido eurodiputado con un comandante de campo de concentración nazi, rompió todas las normas de lo que es aceptable en un debate político.

A nivel personal, se trata de un insulto grotesco e injusto. Yo he trabajado con Martin Schulz durante varios años y me consta que es un hombre decente que se ciñe estrechamente a los ideales de democracia social que comparten los europeos. El único rasgo que podría tener en común con los nazis es que habla alemán.

Esto nos lleva a otra norma que Berlusconi ha roto. La Europa moderna está construida sobre la base del rechazo a los estereotipos étnicos y sobre la decisión de confinar los conflictos del pasado a las historias nacionales. Con una sola frase, Berlusconi logró sacar a flote tanto a los antiguos estereotipos como a los viejos conflictos en un intento válido, pero sumamente incómodo, de distraer la atención del cuestionamiento que se le estaba haciendo.

Espero que se disculpe. Debe hacerlo por simple decencia humana. También debe hacerlo porque es una necesidad política. Europa no va a detenerse durante los próximos seis meses que esté bajo la presidencia italiana, pero habrá un punto muerto en las relaciones entre el presidente y el Parlamento Europeo, a menos que Berlusconi haga las paces y retire el insulto.

Esta reciente rencilla, sin embargo, no es más que una expresión muy notoria de un problema profundamente acendrado. Eu-ropa tiene ahora un presidente que ha explotado su fortaleza dentro del Parlamento italiano para proteger su vulnerabilidad ante las cortes. Los signos de alerta estaban ahí desde el principio; las fuerzas de su coalición ganaron todos y cada uno de los escaños en Sicilia. Como me co-mentó sarcásticamente un amigo italiano: "Esto no ocurrió por accidente".

Desde su regreso al poder, Berlusconi ha hecho aprobar cuatro diferentes medidas para obstruir media docenas de distintas causas que se le siguen en varias cortes de justicia por fraude y corrupción. Su última proeza legislativa fue una ley aprobada con calzador en el Parlamento italiano en los últimos días de junio, que eximía al gobernante italiano de ser sujeto a todo procedimiento legal durante el tiempo que durara su mandato.

Se especuló que la votación mayoritaria que logró esta medida reflejaba la consternación que causaba la posibilidad de que el primer ministro de Italia presidiera a Europa desde la cárcel. Esto retrata, sin embargo, cuán lejos se encuentran los aliados de Berlusconi de la opinión política de los europeos, al pensar que pueden ganarse el respeto del resto del continente son sólo intervenir para evitar que su líder sea llevado a juicio, en vez de exigirle que se retire del puesto hasta que concluyan las investigaciones que se le siguen.

El cuestionamiento que provocó el exabrupto de Berlusconi en el Parlamento Eu-ropeo, no obstante, surgió del hecho paralelo de que tiene en sus manos tantos me-dios de comunicación. Los italianos se encuentran en una posición difícil, en la que como primer ministro tienen a un magnate cuyo imperio mediático rivaliza con el que Rupert Murdoch posee en varias naciones. De hecho, la comparación con Murdoch no retrata el verdadero dominio que Berlusconi tiene de los medios. En el contexto británico, tendríamos que imaginarnos a Rupert Murdoch y al magnate de periódicos, Conrad Black, compartiéndose el papel de primer ministro para tratar de lograr una imagen que se asemeje al poder que tiene Berlusconi dentro de la industria mediática de su país.

Este asunto se ha vuelto aún más preocupante a la luz de los extremos a los que ha llegado Berlusconi, al explotar sin escrúpulos su posición y usar en beneficio propio al canal de la televisión estatal. El miércoles anterior los noticieros del me-diodía ni siquiera mencionaron el escándalo que provocó al tachar de carcelero nazi al eurodiputado.

La ironía más vergonzosa es que el presidente comunitario que se encargará de supervisar los últimos pasos hacia la expansión de la Unión Europea ha creado condiciones que probablemente provoca-rían que Italia fuera rechazada como candidato a ingresar a la comunidad de naciones, con el argumento de que el país carece de un sistema legal independiente y de medios de comunicación libres.

Mientras tanto, existen problemas que vienen de todas direcciones y que surgen cuando se habla de transferir la credibilidad de Berlusconi de la jefatura del go-bierno italiano hacia un escenario europeo más amplio. Ante todo se pierde la oportunidad de que Italia demuestre que es un actor europeo de primer nivel.

Cada vez que yo citaba como uno de los objetivos de nuestro gobierno establecer a Gran Bretaña como socio de la Unión Europea, con el mismo peso que Alemania o Francia, invariablemente recibía un dolido telegrama de nuestro embajador en Roma informándome que sus anfitriones habían protestado porque consideraban que ellos eran igualmente importantes que los países citados.

Tenían razón en un punto. Estadísticamente Italia es tan grande como Gran Bretaña o Francia en cuanto a población y crecimiento económico, y no se encuentra más lejos de Alemania que nosotros en lo relativo a dichos índices. Sin embargo, Italia fracasa de manera consistente en su intento de asegurarse el estatus que merece debido a que la inestabilidad en su política ha evitado que emerjan en el gobierno figuras que puedan permanecer en el mando el tiempo suficiente para dominar la escena europea. Berlusconi, desde lue-go, parece destinado a dominar la escena europea, pero no en una forma que enaltezca el estatus de Italia.

El segundo problema es para Tony Blair, quien se encuentra ante la delicada tarea de mantener relaciones correctas con la presidencia europea sin permitir que se vuelvan incómodamente cercanas. Esto será problemático para todos los jefes de gobierno, pero particularmente para Blair, debido a que el entusiasmo de Berlusconi por la guerra en Irak los hizo parecer mucho más unidos de lo que el primer ministro británico hubiera querido.

Una visita que Blair hizo hace un año a Roma terminó con Italia e Inglaterra unidas bajo el mismo yugo, que era la etiqueta "el nuevo eje angloitaliano". Para ser justos, hay que decir que esta frase fue usada solamente por Berlusconi, pero quedó acuñada.

Sin embargo, el problema más grande es para Europa. Un cuerpo tan torpe como el de la Unión Europea sólo funciona cuando quien lo preside cuenta con el respeto y la imparcialidad que le permitan negociar compromisos con los diversos países miembros. Es muy difícil visualizar a Berlusconi llevando a cabo algo tan delicado y controversial como buscar consenso en torno a la Constitución europea que se ha propuesto, sobre la cual no comparten la misma opinión ni siquiera dos de los estados miembros.

Aun si Berlusconi trata de recuperarse de este comienzo desastroso adoptando un to-no más conciliador, los otros jefes de go-bierno lo mirarán con muchas reservas. Todos ya habrán sido advertidos por sus embajadores de que una de las más célebres declaraciones del inefable Berlusconi fue: "Cada vez que me reúno con un primer ministro que está de visita, o con un jefe de Estado, les corresponde a ellos probar que son más inteligentes que yo".

La verdad es que el concepto de una presidencia rotatoria de seis meses que se va turnando entre los países miembros es una tontería. Todos los proyectos europeos serios requieren años para dar fruto. Que regularmente llegue un nuevo presidente sometido a la presión de su propio país para que imagine una agenda europea distintiva a corto plazo no hace más que estorbar en el proceso estable con el que se cumplen los objetivos a largo plazo de la Unión Europea.

Afortunadamente, una de las propuestas hechas en la Convención Constitucional, formulada por Valery Giscard d'Estaing, pondrá fin a a este convenio que durante mucho tiempo ha sido ineficiente y que ahora se ha convertido en algo bochornoso. En su lugar la convención ha adoptado la propuesta británica de que exista un "presidente del consejo", que deberá ser elegido para permanecer en el puesto por un periodo que, en principio, sería de dos años y medio.

Esto garantizaría la continuidad y crearía la oportunidad de que un presidente fuera electo con base en sus méritos y no por rotación. Sin duda no era su intención, pero en los tres primeros días de la presidencia italiana Berlusconi ha hecho muchísimo en favor de que se adopte esta reforma.

* Robin Cook fue ministro del Exterior de Gran Bretaña y este año renunció a su puesto como presidente de la Cámara de los Comunes en protesta por el apoyo que el gobierno de su país dio a la guerra contra Irak.

© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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