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P O L I T I C A
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México D.F. Viernes 4 de julio de 2003

Gilberto López y Rivas

šNunca más!

Hace 30 años el Cono Sur de nuestra América se vio arrastrado por un vendaval de persecución y muerte. Los golpes de Estado en Uruguay, 27 de junio de 1973; en Chile, 11 de septiembre de 1973; y en Argentina, 24 de marzo de 1976 no sólo aniquilaron todo viso de democracia formal existente en estos países, sino que fracturaron la estructura social de la región.

Más allá de las diferentes coyunturas nacionales, las fuerzas armadas de los tres países mencionados, en complicidad activa con las desnacionalizadas oligarquías civiles, arrasaron las instituciones, secuestraron, torturaron, mataron, robaron y coordinaron una represión regional conocida como Operación Cóndor, promovida, auspiciada y amparada por los servicios de inteligencia de Estados Unidos y justificada con la doctrina de Seguridad Nacional.

Los militares implantaron el terrorismo de Estado con los métodos aprendidos en escuelas contrainsurgentes estadunidenses, atacaron a la oposición política, a los movimientos sindicales y populares, pululando campos de concentración y cementerios clandestinos. Golpearon severamente a toda fuerza política y social que promovía alternativas populares y democráticas, aun las más moderadas, y allanaron el camino para que se aplicaran los proyectos neoliberales que hubieran sido inviables de mantener estos movimientos su fuerza y activismo. Terrorismo de Estado y neoliberalismo establecieron así una relación simbiótica que confluyó en un mismo proceso.

Treinta mil muertos y desaparecidos en Argentina, centenares de recién nacidos secuestrados y entregados a las familias de los represores; uno de cada 50 habitantes del Uruguay apresado por razones políticas; asesinatos masivos en los estadios en Chile y miles de personas de los tres países condenadas al exilio fueron apenas la punta visible del iceberg que trastocó durante décadas la profundidad de estas sociedades: su cultura, su sistema educativo en todos los niveles, sus valores identitarios, la ética colectiva y los rasgos inasibles que conformaban el todo social.

Los pueblos conosureños vieron desaparecer con pavor gran parte de la tradición histórica que había dado sustento a su existencia como naciones y en su lugar las dictaduras pretendieron hacerlos masa informe, multitud aborregada, fácilmente adaptada para el despotismo y la explotación.

No puede desconocerse que proyectos de esa intensidad y con esos propósitos obtuvieron algún tipo de éxito, especialmente cuando los delitos de lesa humanidad quedaron impunes, cuando no ha sido posible imponer la justicia y castigar a los homicidas, cuando los estados aún son presa y botín de unas fuerzas armadas que no han sido depuradas y expurgadas de los sectores más recalcitrantes que hoy ven apoyada su causa por la lógica de la guerra preventiva y la cruzada antiterrorista "del poder supremo del mundo".

La humanidad del siglo xx xxapeló de manera reiterada y periódica a la memoria histórica para evitar la repetición de los múltiples episodios atroces que vivió. Recordar tiene un valor taumatúrgico y profiláctico. Previene, conjura, aleja, con la fuerza del ejemplo todo aquello que la especie humana rechaza, porque viola su esencia social como elemento crucial de su supervivencia, evolución y existencia. Así como existe la memoria, existe también el olvido. Los humanos no recordamos todo, seleccionamos nuestra memoria, elegimos aquello que queremos legar a las generaciones futuras, lo que consideramos emblemático, formativo y constitutivo de la comunidad social.

En torno a la memoria se desarrolla una de las grandes batallas ideológicas del presente. Las generaciones de fines del siglo xx y de principios de este nuevo siglo-milenio enfrentan cada vez más la problemática de la trivialidad, lo light, lo descafeinado, la "cultura de lo instantáneo", a decir de Michael Ignatieff, de la historia pasada por el cernidor de los medios masivos de comunicación, de las masacres que ingresan a las casas a través de las pantallas televisivas con un propósito deshumanizador, con la intención de que el tiempo virtual, abstracto y fugaz, sustituya al tiempo y al evento reales.

Luchar por la conservación de la memoria histórica que debe quedar como acervo cultural de la humanidad es el gran reto de nuestros días. Todos los medios son válidos para este objetivo. šNunca más!, consigna surgida del Holocausto, debe seguir siendo la premisa. Nunca más la exclusión social, racial, política, religiosa o étnica. Nunca más la masacre de pueblos enteros, la persecución por motivos políticos, la tortura, el secuestro, la desaparición, el cambio de identidad de menores, los crímenes de lesa humanidad. Nunca más el olvido del horror.

En este 30 aniversario de los golpes de Estado en el Cono Sur, la lucha por perpetuar la memoria significa acabar con la impunidad y restablecer la justicia, aporte sustancial a la resignificación de los valores humanos que dan conciencia y razón de ser a los pueblos de nuestra América.

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