Jornada Semanal, domingo  29 de junio de 2003           núm. 434

MICHELLE SOLANO
NO RAPTARÁS

Un debate –que no es nuevo– se asoma: ¿de qué temas, conflictos, personajes y situaciones deben o pueden ocuparse la dramaturgia y el teatro contemporáneos? Por un lado están aquellos que defienden que la realidad es demasiado cruda, insoportable y "real" como para llevarla al teatro, y más aún cuando –dicen– el público acude a ver una obra con el afán innegociable de pasar un buen rato, de "escaparse" de los problemas, de entretenerse (que se parece, pero no es lo mismo que divertirse) y dos o tres razones más o menos válidas pero en el mismo tenor. También existen los que opinan que, por el contrario, es fundamental que el teatro "de hoy" se ocupe de todo cuanto al hombre y la sociedad de este tiempo le acontece, preocupa y obsesiona. Es común que de estos dos puntos de vista –expuestos aquí de manera burda– se parta para elaborar prejuicios contra tal o cual género o estilo teatral que van desde el consabido "¿realismo?, ni muerto" (¿no?) tan socorrido por algunos actores, directores y dramaturgos, hasta el muy maniqueo "hiperrealismo y esperpento, ra ra ra". Independiente de este panorama sobrevive también (y más en estos tiempos, donde aventurarse a realizar un proyecto escénico –o aprobarlo– significa estar más o menos convencido de que podría funcionar) un cierto sentido de la pertinencia, es decir, aquel que le dicta a un dramaturgo que hay determinados temas que por el momento histórico se podrían explotar, o a un director o productor que resulta inútil (razonamiento bastante cuestionable, por otro lado) lanzarse a la escena con una obra, digamos, sobre el ’68, o basada en los acontecimientos de Cananea. Aquí lo fundamental no estriba en si el tema es trillado o no, o en si se piensa que ya se dijo "todo" sobre el asunto, sino en la diferencia que al mismo aporta el tratamiento y la visión del autor, eso que no se sabe con el título, ni con el reparto, eso a lo que invariablemente hay que otorgar el beneficio de la duda.

Lo anterior viene a colación porque, de unos años para acá –quizás de modo paralelo al aumento de los índices delictivos y la inseguridad– han surgido en la escena nacional un buen número de obras cuyo conflicto (independientemente del género) gira alrededor de policías, ladrones, secuestradores, violaciones, asaltos y todo ese bonito catálogo de asuntos que bien reconocemos todos como signo inevitable de la agonía de nuestros tiempos. Actualmente en cartelera, No raptarás, en el Teatro Helénico, se muestra como un divertimento de una acidez recalcitrante, que lleva la ironía hasta las instalaciones de La Escuela Nacional del Rapto (si el Estado tiene sus propias escuelas de asesinos y corruptos, por qué el teatro no). El espectáculo fue escrito por Vonavi Saratreno, Brel Kastasis y Uli Paravné y está dirigido por Salomón Reyes.

La obra reconoce en el espectador a un alumno potencial de La Escuela Nacional del Rapto, y como en recorrido por universidad antes de abandonar la preparatoria, se le lleva a conocer primero las instalaciones, luego el cuerpo docente y, por supuesto, algunas clases abiertas y ejemplos del desempeño académico de los alumnos (Liliana Bravo, Jimena Muhlia, Elsa Ruíz, Nurydia Briceño, Priscila Imaz, Gerardina Martínez, Claudia Trejo, Lucía Isabel Bazán, Luis Fernando Zárate, Eduardo Castañeda, Germán Gastelum y Claudio Guarneros). Basada en un humor bastante cáustico y acertado, la puesta logra capturar la atención del espectador, aunque en la segunda parte decae, tal vez a causa de la falta de rigor del elenco y porque la historia parece diluirse cuando se abusa de ciertos recursos (dramáticos y escénicos) que de pronto vuelven predecible el desenlace.

Algo que llama la atención es que (y esto también parece ser una moda) se proyecta un video que, a diferencia de otras puestas en donde francamente sale sobrando, aquí funciona y aporta un elemento bastante efectivo al devenir anecdótico y plástico del montaje. La escenografía es escasa pero está bastante bien utilizada, lo cual demuestra, una vez más, que la austeridad no es sinónimo de pobreza.

Amén de aquellos que siguen apostando por un teatro en el que sólo parece haber dos corrientes –divertido o profundo– No raptarás se distingue por ofrecer una lectura bastante acertada del tema del secuestro, con un sentido del humor harto disfrutable y una propuesta escénica que, aunque no está del todo lograda, encuentra su mayor gracia en el impacto que deja en el público y sí, eso también es importante, ya que al final del día el teatro se hace para él, no para un núcleo reducido de exquisitos y académicos decimonónicos. 

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