La Jornada Semanal,   domingo 29 de junio del 2003        núm. 434
Poesía reciente de Venezuela

María Antonieta Flores
(Caracas, 1960)

Se cuenta cómo después de bodas y celebraciones,
la cumplida esposa, nunca olvidada por el Señor,
da el paso de rigor.
aguardo
lúcida
el amanecer
si uno cree en cada palabra
si se ansió y gozó la tenue caricia de un tirano
si se debe dejar que el aire escape
vuelta ceniza
hasta que la hoguera se detenga
hasta la purificación
si así y sólo de ese modo
uno mira al espejo
agota un traje de lino puro
brazaletes y cadenas en los tobillos
todo suspendido
quieto
rico en sombras
las miradas de mis muertos
aplico una última gota de nardo
sueltos los cabellos
al fin
vislumbro la claridad
frasco mínimo de veneno
me ve sucumbir
mi frialdad convulsa
las palabras no dichas ni pensadas
el desorden
mis manos arrastrando las sedas
su pronta furia
su desnudez brillante no logra detenerme
sólo diviso el terror de sus manos

Moraima Guanipa
(Maracaibo, 1961)

Té, café, chocolate

Con amor me enseñabas
las virtudes
del té
Su origen remoto
su flor solitaria
el talento de las hojas
y su ardor nadando en el agua,
los peligros
de las mezclas bastardas
del malgusto de las imposturas.
Por amor, lo bebía
aprendiendo
el oficio de saborear
la vida
encerrada en los aromas

del chocolate
hirviente
en el cuenco de barro
donde moría el queso
"amor sin beso es como chocolate sin queso", repetías
indiferente al fantasma de Moctezuma
que aguardaba detrás de los siglos
por su ración vivificante,
en tus rutinas ancestrales
al borde de la llama
al calor de tus brazos circulares
moviéndose como lentas aspas
mientras el aire sudaba
el sabor remojado en las curvas de la taza

del café
oscura pasión
compartida, aprendida
ardida
en el vahído
en la dulzura del papelón,
en la ardentía en los labios
en el respingo mañanero,
en los vapores del insomnio,
en las confidencias,
en las lágrimas,
en esta memoria del sentir
teñida de aromas

Arturo Gutiérrez Plaza
(Caracas, 1962)

Hacedor de laberintos

El hombre siempre se detiene ante las puertas,
escruta alrededor
con silenciosa verticalidad,
sin más sabiduría
que un manojo de llaves y sus manos.

Su rostro oculta
la cara y el revés de una misma moneda.

Presiente al mundo
y en él se sostiene,
respirando fuerte hasta llenar sus pulmones
como dos habitaciones vacías sin ventanas.

Así pasa la vida, puerta tras puerta,
descifrando un horizonte
que secretamente le acompaña.

Luis Gerardo Mármol
(Caracas, 1966)
Ocumare
III

Estas son las palabras de los cansados
y son estas sus obras.
Nada hay de nuevo o distinto
en lo que acabamos, por fuerza, haciendo.
A fin de cuentas, hemos estado aquí sólo para conocer
cuánta verdad encierran ciertos lugares comunes
y el retorno será para nosotros la insobornable humildad,
y lanzarnos otra vez, llenos ahora de conciencia,
al torbellino en donde todo,
también las señales que en el futuro podamos seguir,
se mezcla sin concierto.
¿Mas no era ésa, desde el principio, la vía regia?
¿Es que no fuimos acaso lo suficientemente advertidos?
Puede que haya tiempo aún,
pero pareciera que aquello de repetir los mismos errores de quienes nos antecedieron
–los mismos, sin variar en nada, a pesar de que
ya los conocíamos–
desoyendo las advertencias de los que vuelven,
diciendo que "eso les pasó a ellos porque se equivocaron
o no supieron cómo actuar,
pero con nosotros las cosas serán diferentes",
es algo realmente inevitable, una fatalidad
    del alma humana;
¡y cómo sucede tal cosa con hombres en verdad nobles,
hombres que, aunque agudos de entendimiento,
tienen el corazón de un joven de veinte años!

El camino del espíritu, única reconciliación posible,
es –nada nuevo tampoco– radicalmente solitario,
aunque luego debamos atender el llamado de quienes necesitemos y nos necesiten.

Miguel Mendoza Barreto
(Mesa de Guanipa, Maturín,1960)

Los amigos de mamá
están muriendo.
Se deshojan
y pienso en ella
porque sus años se notan demasiado
en el hambre melancólica de las calles.
Los pasos de mamá caen dolientemente
se presume en sus ojos
el cercano compromiso del silencio
un barco antiguo que ella espera
con los labios abiertos
como una forma de morir
vuelta madre
vuelta mujer
en el anhelo del hombre embarcado.
Se vuelve pájaro en la propia mirada
se levanta como un fuego desconocido.
Semilla humana
romper de hojas en el reflejo del cielo.

Belén Ojeda
(Caracas, 1961)

Venecia, 1992
I

Al conocer una ciudad, conocerás el universo.
   Cada piedra guarda su memoria. Las calles acechan el paso del tiempo en todas sus direcciones, y las casas, erguidas, contemplan el tránsito de luces y sombras a través de los muros. Hazañas y escenas cotidianas conviven en la edad de los puentes que bifurcan nuestros destinos.
   La ciudad entrega su piel al paso del tiempo.
   Ciudades concéntricas que nos recuerdan las resonancias del universo.
   Ciudades cuadrangulares, apegadas al designio de los puntos cardinales.
   Ciudades que nos entregan a cada instante la desmesura caótica del eterno comienzo.
Debo a una ciudad la conciencia de lo que transcurre, la certeza de lo perentorio, el temor por lo insalvable.

Del "Diario de viajes"
Alexis Romero
(Ciudad Guayana, 1966)

confesiones de la espera

jamás he sido la voz de la belleza
a pesar de mis ancestros
condenados a ser voz
nunca palabra
nunca piel
nunca huesos

siempre tumba
siempre brisa que perturba las flores
y da la impresión de una caricia

filatelia del abandono

nosotros coleccionábamos soledades
incluso la de Dios en pequeños rincones
construidos de los instantes que jamás nos traicionan
éramos modelos necesarios
escultores de los pactos ecuánimes
los que enmendaban los errores del prójimo

Carmen Verde Arocha
(Caracas, 1967)

El perejil en ayuno
II

Es bueno vestirse de novia en octubre;

y quedarse
en el centro de la tierra.

Allí el alma se cuida
de que nazca el maíz,
el romero
o esos manojos de sueños
que obligan a una al vicio.

Los barrenderos
regresan persiguiendo a los novios,
con sus carretas atadas
a viejos caballos blancos.

Beberé un trago.

Y los dos bebieron
por los niños que mueren
sin recibir el bautizo.