La Jornada Semanal,  domingo 29 de junio  de 2003         434

EL DELEITE DEL DELITO

LUIS IGNACIO SÁINZ

Guillermo Landa,
Viar de la venada,
Col. El pez en el agua, núm. 4,
Universidad Autónoma Metropolitana,
México,2002, 73 pp.
.

Guillermo Landa se empeña, con todos los retorcimientos que le son propios, en conjurar el silencio: habitarlo con palabras, imponerle un ritmo emparentado con la oralidad de los antiguos, hurgarlo hasta que se diluya en los sonidos, las imágenes y las sensaciones. Y esto resulta así, a pesar del clamor frenético del poema titulado "Resurrección del silencio" (p. 43), donde ­con furor­ se profiere:

¡Basta ya de los vociferantes martilleos!
¡Cese la perpetua matriz epiléptica
de los tambores electroacústicos!
¡Enmudezcan los altavoces
con su esquizofrenia sonante!
Su invocación viene de lejos, justo, por emerger de una voz anclada en la distancia, hasta cierto punto arcaizante, cultérrima, esforzada en denunciar el ruido de nuestro triste tiempo. Y lo hace con humor y sarcasmo. Rasgos de agudeza que son de agradecer y que revelan, como de paso, la solidez de su formación intelectual y la exuberancia de su experiencia vital.

El poder del poeta reside en nombrar las cosas; en dotarlas de sentido, incluso, cósmico. En la dilatada geografía del Viar de la venada, suma de territorios en colisión, se cumple con ese sentido: los bautizos y las designaciones abundan a grado tal que ratifican la condición del autor como ente gramático. Los productos generados por tan inusual calidad de origen demanda vida propia, reclaman su propia existencia, adquieren pues, autonomía hasta presentarse en forma de interlocutores. Así, en "Poiesis" (p.28), se nos comenta con aparente naturalidad:

El poema me dijo:
Soy hechura tuya.
Tu simple criatura,
Te igualo y te propago en versos
Como una ventregada,
También en prosas.
Hasta la exasperación y el delirio, se extenúa la composición; adentrándose en laberintos interminables que albergan, sin mayores distinciones, las obsesiones de su creador: las grecolatinas, ahora también las informáticas, las evocaciones indígenas, el esplendor del castellano primigenio, ése de Gonzalo de Berceo y Las tribulaciones de San Hermenegildo, por si fuera poco, un episodio aparicionista, el de la Virgen de Guadalupe en Huatusco, Veracruz, sin que se sepa si tal misterio obedeció a una decisión divina o si fue cortesía de Films Mundiales, entre una miscelánea de ilusiones y tópicos casi infinitos. Se exprimen las metáforas y ocurren las traslaciones de intención y sentido; los excesos, a veces, marcan y definen la ruta del poema. Por ejemplo, en "Transmutación I" (p.65), tenemos que:
Corrió, en carrera incontrolada,
al encuentro de la débil luz
de la lunación de un espejo de salón
que lo atrajo, tropismo ineluctable,
para abrasarlo con la vibración sensual
de una tenue quemadura.
La desmesura surge de improviso, irrumpe sutilmente o con violencia, no muestra preferencia alguna; pero siempre acecha las posibilidades del lenguaje, y está por allí, el verbo y sus disfraces, aguardando el provecho de su ocasión, rondando a los lectores, como una invitación a pensar, convidándonos el gozo, transformando las formas de percepción, interrumpiendo la tranquilidad de las buenas conciencias. Todo eso ­quizá­ sin que Guillermo Landa se lo proponga; tan brutal y cálido, impúdico y desenfrenado, resulta su discurso poético.

Cuando niños los mayores se empecinaron en convencernos, pese a la fuerza de nuestras intuiciones, que las manzanas y las peras, siendo distintas aunque frutas, eran insumables; a nuestro desafiante poeta nada le importa semejante canon, por ello nos ofrece una ecuación particularmente heteróclita en "De fibras cocleares y vestibulares" (p. 53), en cuya primera estrofa se advierte que:

Cuando pegues la oreja
a la enroscada concha del hueso caracol,
que exuda su divisa kitsch: "Recuerdo
   de Veracruz",
oirás el terso deslizarse de la espuma
que membra con terneza el tumulto
   de la ola
y en su cresta el graznear y el crascitar
de cormoranes, albatros y alcaravanes
   lejanos,
allende el corazón de Coleridge,
en el singlar de Baudelaire,
también la vocería que frecuenta
juegos infantiles de hace medio siglo,
distante como un suspiro,
en farallones y arrecifes de
   Quiahustlan.
Viar de la venada simboliza una agenda incapaz de regularse, una bitácora de pasiones reflexivas proclive a asumir hasta la más nimia de las tentaciones, sucumbiendo a sus placeres más íntimos y escabrosos, con tal de disfrutar el deleite del delito. Esto ocurre, el itinerario de una sensibilidad a punto de estallar y ­claro está­ infectarnos, sin tregua y sin reposo. Tantos y tan dispares son los asuntos que ocupan su atención , que sorprende y pasma que dicho espectáculo se mueva en sólo setenta y tres páginas, cuando de lo agitada que deviene su lectura, y la aventura de emprenderla con voluntad cómplice, uno estaría dispuesto a afirmar que ha recorrido media vida y consumido una vasta enciclopedia. Pero no, se trata de un pequeño gran libro; tal vez, el mejor de su producción entera, a reserva de los volúmenes que todavía aguardan, de su pluma, la escritura y, de sus editores, la fábrica.

El autor se toma la molestia de defender la validez de la poesía, aunque disfruta de la crítica acerba a lo inútil e inmoral de algunos de sus practicantes, consignando que, en ciertas circunstancias asumidas con oportunismo e interés mezquino, el castigo reside en dotar al pérfido, de fama y notoriedad futuras; sí, pero unas por naturaleza envenenadas. Como ilustración, Guillermo Landa, memorioso a fin de cuentas, recuerda a uno de ellos, Melito Piteense, quien entregara a la justicia a Sócrates, "en el santo temor de los dioses de la polis" (p.69-70).

Siendo de una estirpe diferente, noble e ilustrada, aunque no forzosamente convencional, deseo que la posteridad bien trate a este brillante poeta huatusqueño de errancias abiertas, deparándole la fortuna de encontrar interlocutores dignos de esa literatura pulida que nos comparte lisonjero esperando que nosotros, sus lectores, asumamos como un reto a favor de las letras y las voces que, con belleza y armonía, conjuran el silencio y domeñan el ruido •