Una ventana abierta a Vicente Gandía A Ramón
Parres
![]() Esa peineta sólo podía pertenecer, si no a una diosa, sí por lo menos a quien fuera capaz de descifrar el mensaje de su intrincada belleza. De alguna manera ese objeto hablaba de que las maravillas del mundo se revelan siempre de una forma inesperada y, sin duda, de que florecen para quien aprenda a creer en su existencia, aunque no siempre pueda poseerlas. Al reverso de la postal se leía, impreso, un nombre: Vicente Gandía. Mucho después, postrada en un sillón ya no recuerdo el motivo: si por alegría, angustia o franca tristeza descubrí en una pared, que pensé conocer bien, la presencia de dos minúsculos grabados: una hormiga y una mosca. Enmarcadas en un cuadro tan diminuto como el cuerpo de cada insecto, las miniaturas parecían decirme a gritos que la vida no tiene sentido si no la dedicamos a lo que en verdad nos gusta, nos interesa y nos apasiona; que las cosas llegan a su debido tiempo y no antes. ¿De quién es esto? pregunté azorada. De Vicente Gandía respondió el dueño de los cuadros.
A través de los años me limité a admirar los cuadros, grabados y objetos de Gandía de una forma introspectiva y llena de anhelo, pero Miguel Ángel arrebatado, vehemente, generoso, publicó incontables artículos sobre el tema y ahora un libro titulado Vicente Gandía. Invocar el paisaje (colección "Círculo de Arte" de la Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes).
Todo esto está muy bien pero leo que Miguel Ángel afirma: "Gandía ha domesticado el pincel." En algún otro sitio creo que Jomí García Ascott escribió lo contrario. Me parece que no sucede ni una cosa ni la otra. Más bien creo que detrás de la melancolía de cuadros como Interior con philodendro, la paciencia de Esperando amigos o la quietud de Jardín de la tarde se desarrolla un combate encarnizado, pero silencioso, entre el artista y su tema; entre el pintor y el pincel; entre lo que ocurre en la mente y lo que dicta la razón; entre lo que se desea y lo que se puede tener.
"Toda la vida", dice él, "he pintado ventanas abiertas a otras posibilidades: a la esperanza dentro de uno mismo de que siempre se puede hacer algo más." En esta época en que lo más vistoso es lo mediano, en donde sólo rige lo aparente y lo que más resalta es lo banal, parece que ya a nadie le importa lo que importa: el valor, la compasión, la lealtad, la tenacidad, la entrega a un ideal. En semejante contexto la figura de Vicente Gandía y de quienes, como él, todavía no se rinden a la complacencia, equivale a una bocanada de aire fresco en medio de un ambiente enrarecido. Así como Gilgamesh tuvo que entender
que la inmortalidad está en las acciones, quizá es tiempo
de que escuchemos a los insectos de aquella pared. No se trata de poseer
sino de descubrir. Abramos una ventana a la certeza de que las maravillas
existen y de que, en efecto, como Gandía, siempre podemos hacer
más.
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