Jornada Semanal,  29 de junio de 2003         núm. 434

JUAN DOMINGO ARGÜELLES

GOMBROWICZ CONTRA LOS POETAS

El escritor polaco-argentino Wiltold Gombrowicz (1904-1969), de quien el año próximo estaremos celebrando el centenario de su nacimiento, es autor de un ensayo irónico y devastador que lleva por título "Contra los poetas".

Pese a dicho enunciado tan categórico, debemos decir que, en realidad, su diatriba no es exactamente contra los poetas, sino de un modo inequívoco contra los farsantes de la poesía, contra los poetas petulantes, contra la pose literaria adoptada por ciertos poetas hueros, contra la actitud impostada de supuesto lirismo, contra la falsificación ritual, en fin, contra todas las formas de simulación poética.

No debemos ignorar, por otra parte, que el apasionado Gombrowicz tenía el grave defecto de la generalización, con el cual hacía rabiar a mucha gente. Mas si examinamos bien la invectiva "Contra los poetas", veremos que el veneno que destila su pluma está dirigido hacia lo más ridículo del comportamiento literario que, por supuesto, no es exclusividad de los minúsculos Poetas con mayúscula.

La tesis de ese ensayo de Gombrowicz es que "a casi nadie le gustan los versos y que el mundo de la poesía en verso es un mundo ficticio y falseado". Sin embargo, no deja de ser contradictorio que, más adelante, escriba: "Me he encontrado frente al siguiente dilema: miles de hombres escriben versos; centenares de miles admiran esta poesía; grandes genios se han expresado en verso; desde tiempos inmemorables el Poeta es venerado, y ante toda esta montaña de gloria me encuentro yo con mi sospecha de que la misa poética se desenvuelve en un vacío total. Ah, si no supiera divertirme con esta situación, estaría seguramente muy aterrorizado."

En Buenos Aires, Gombrowicz sentó su fama de mordaz a lo largo de cinco lustros. En algún momento de su Diario, recordaría: "Me encontré en Argentina sin un duro, en una situación realmente muy difícil. Fui introducido en el mundo literario y sólo de mí dependía ganarme a esa gente con un comportamiento sensato. Pero yo les propiné genealogía... Nunca he hecho el más mínimo esfuerzo por ‘frecuentar los salones’, y la ‘sociedad’ me aburre e incluso me repugna."

Gombrowicz puede ser el más eficaz provocador literario, pero nadie en sus cinco sentidos podría acusarlo de tonto o de ignorante. Sus opiniones apasionadas podían despertar en consecuencia oposiciones apasionadas, pero es indudable que en su postura de provocador profesional de la literatura hay una visión crítica de suma lucidez que no debería desdeñarse ni despacharse tan fácilmente.

En su Diario correspondiente a 1953 (publicado por Alianza Editorial hace tres lustros) comenta él mismo su virulento ensayo "Contra los poetas" y anota: "¡Cómo se ha vengado en la gente la ingenuidad de su fe en la Poesía y en el Poeta, su culto a la forma poética, su pasión por todas las ficciones que crea el ambiente de los poetas! El poeta de hoy debería ser un niño astuto, lúcido y cauto. Que se dedique a la poesía, pero que sea capaz en cada momento de darse cuenta de sus limitaciones, fealdades, estupideces y ridiculez; que sea poeta, pero un poeta dispuesto en cualquier momento a revisar la relación entre la poesía y la vida, la realidad. Siendo poeta, que no deje ni por un momento de ser hombre y que no subordine el hombre al ‘poeta’."

He aquí, en estas líneas, el meollo del alegato de Gombrowicz, explicado, creo yo, mucho más claramente incluso que en su catilinaria. Lo que condena Gombrowicz es que el poeta se aleje de la vida misma y se convierta en El Poeta, iluminado y glorificado más allá de toda realidad. Gombrowicz afirmaba no conocer nada más ridículo que la manera en que los Poetas hablan de sí mismos y de su Poesía: "Los poetas no sólo escriben para los poetas, sino que también se alaban mutuamente y mutuamente se rinden honores unos a otros. Este mundo o, mejor dicho, este mundillo, no difiere mucho de otros mundillos especializados y herméticos."

Lo que describe y satiriza Gombrowicz, es decir contra lo que reacciona, se llama petulancia, lo cual, en algún momento, lo llevaba también a generalizar, petulantemente, de modo injusto. Pero su señalamiento es digno de generar más de una reflexión, cuando miramos alrededor nuestro a tanto Poeta impostado y a tanta gente que es petulantemente "poética" incluso cuando duerme.

Creía el autor de Ferdydurke, que "podría parecer que la Forma es para nosotros un valor en sí mismo, independientemente del grado en que nos enriquece o empobrece. Perfeccionamos el arte con pasión, pero no nos preocupamos demasiado por la cuestión de hasta qué punto conserva todavía algún vínculo con nosotros. Cultivamos la poesía sin prestar atención al hecho de que lo bello no necesariamente tiene que ‘favorecernos’. De modo que si queremos que la cultura no pierda todo contacto con el ser humano, debemos interrumpir de vez en cuando nuestra laboriosa creación y comprobar si lo que creamos nos expresa."

En todo esto tiene razón Gombrowicz. Desde hace mucho tiempo abundan los poetas que hacen morir la poesía en el momento mismo en que convierten su ejercicio y su imagen en simples ritos que, por muy ecuménicos que parezcan, son ajenos, por exclusión, a la realidad humana. Habiéndole saqueado todo su sentido de realidad a la poesía, ésta se convierte en un simple juego verbal, en un pasatiempo de ociosos, y el poeta se ostenta como un publicista satisfecho de su propia imagen.

"Realmente –concluye–, sacrificamos con demasiada facilidad en estos altares la autenticidad y la importancia de nuestra existencia." Por todo ello, más que censurar a Gombrowicz, los poetas debemos agradecerle su malhumorada sátira y, como dijera él, "interrumpir de vez en cuando nuestra laboriosa creación y comprobar si lo que creamos nos expresa".