![]() ANA GARCÍA BERGUA IR AL CINE Ya no hay noticieros cinematográficos, con lo bonitos que eran. Yo era bastante chica, pero me acuerdo bien. Antes de la película y luego de los anuncios, aparecía Demetrio Bilbatúa asomado al lente de una cámara que ahora se antoja verdaderamente antediluviana, y después de eso venían unas escenas muy variadas, a saber: un montón de refrescos desfilando en la banda de una fábrica que en los años cincuenta ha de haber sido muy moderna con fondo de música de jazz, de preferencia de vibráfono; el presidente de la República López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría cortando un listón para inaugurar alguna cosa en medio de funcionarios y señoras de largo que palmoteaban como focas; unos clavadistas en la Quebrada de Acapulco, y al final, unos anuncios de la rubia Superior que mentiría si dijera que le gustaba mucho a mi papá o a mi hermano porque no lo sé: para esas alturas me encontraba yo rascando muy afanada mi copa de helado de tres sabores y lamentando que no me hubiera durado hasta la película. Antes los cines eran enormes como el circo romano, y apestaban y siempre se le pegaba a uno en el zapato algo de lo más sospechoso, y las películas estaban llenas de rayas amarillas (cuando entré a trabajar en la Cineteca, los técnicos las llamaban muy poéticamente "lluvia"), como si le hubiesen dado la copia al gato del cine para que retozara a gusto, y uno siempre sabía en qué rollo iba la película, porque aparecía el número con total impudicia a mitad de la escena más emocionante. Ir al cine era una experiencia cavernícola y los críticos se quejaban de que la gente hacía ruido masticando las palomitas y arruinaba las obras de Resnais o de Bergman.
Pero fíjense que todo esto lo pensé
luego de leer en el periódico que el gobierno de la ciudad ya no
va a rescatar para el cine mexicano algunos viejos cines como se había
planeado, y que nada más venderá los edificios de la manera
más pragmática. Entre ellos se encuentra el cine de barrio
donde vi aquellos noticieros cinematográficos que les cuento, el
cine Bella Época que en mi infancia se llamaba Lido, de manera menos
porfiriana y más sabrosona. ¿Qué irá a ser
de mi cine? Yo espero que aparezca alguien sensible y con posibilidades,
para salvar a aquel cine que forma parte del perfil de un barrio, tan cercano
a la heladería Roxi, con su torrecita art déco, y
los fantasmas de sus niños espectadores que veían noticieros
cinematográficos y películas musicales.
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