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México D.F. Sábado 21 de junio de 2003

Juan Arturo Brennan

Electrónica en la puerta

Panorama acusmático y electroacústico es un título bastante extraño para un concierto, pero es más preciso que sólo llamarlo ''música electrónica", sobre todo porque en la actualidad suele entenderse (de manera errónea) por música electrónica la serie de desfiguros que practican los DJ (me niego a escribir diyei, que es un vocablo abominable) en los raves y reventones similares. El mencionado panorama acusmático y electroacústico fue, entonces, uno de los numerosos programas ofrecidos por este extraño mercado-festival-panorama-escaparate titulado México: Puerta de las Américas.

De entrada, me parece muy saludable organizar una audición de música electrónica en una sala de cine (la José Revueltas del Centro Cultural Universitario), sobre todo porque los responsables tuvieron la loable actitud de enfatizar que la música electrónica (al menos la buena) no necesita transparencias, videos u otros paliativos disfrazados de complemento icónico.

El concierto se desarrolló en total oscuridad y, para más señas, el público fue convocado a desconectar su corteza visual con el ofrecimiento de antifaces negros para cancelar todo estímulo a los ojos. Si en épocas no tan remotas un concierto de música electrónica consistía en una sucesión de cintas reproducidas maquinalmente en un sistema de sonido, hoy las cosas son, por fortuna, un poco más elaboradas. Si bien es cierto que los materiales sonoros de las 10 piezas propuestas ya estaban predeterminados, la manipulación de sus distintos parámetros mediante la consola y la computadora permite hablar de una verdadera ejecución, en la medida que esa manipulación proporciona variedad a las dinámicas relativas, al balance entre las distintas pistas de sonido y, de manera muy importante, a la espacialización de la música en el entorno físico de la sala.

De la audición de las 10 piezas propuestas quedó la impresión de un muy buen nivel en la concepción, procesamiento y realización de los materiales electroacústicos, y de una apreciable madurez respecto de la abstracción sonora.

La presencia mexicana en ese electro-concierto estuvo encabezada por Rodrigo Sigal, quien además de coordinar y pro-veer un fascinante paisaje sonoro a manera de introducción, propuso la obra Friction of things in other places, una de las más sólidas y complejas de la noche, inteligente acumulación y diferenciación de planos sonoros, con texturas cambiantes y pedales sonoros de gran solidez. Fugaces sonoridades ''identificables", cabalmente musicales, completan el panorama acústico de la obra. Tenso II, de Rogelio Sosa, es una obra llena de energía interna, tendiente a lo percusivo y a la fragmentación de materiales. Destaca, sobre todo, una inteligente propuesta de contrastes dinámicos.

Manuel Rocha presentó Cantos rituales, obra anclada al inicio en largos sonidos, semejantes y muy sutilmente combinados, que dan paso a una variada campanología y a la mezcla y transformación de invocaciones provenientes de diversas culturas. La solidez de la pieza refleja la experiencia previa de Rocha en la manipulación de la voz humana como fuente sonora. A su vez, Pablo García parte de materiales totalmente distintos en Gongapplause, utilizando diversos gestos rítmicos de la batería, altamente individualizados y fragmentados, como punto de arranque para convocar la presencia de otros sonidos.

La última pieza del programa se debe a Javier Alvarez y se titula Cactus geometris. Aquí sí se oyen ladrar los perros, piar las aves, zumbar los mosquitos, repicar las campanas, pasar los vehículos, todo ello incrustado en texturas electroacústicas de gran complejidad y de una lógica impecable en su desarrollo. Como en otras obras electroacústicas suyas, Alvarez enuncia con claridad su estilo personal, en el que hay varias componentes conceptuales a las que bien pudiera asignárseles el sello de lo posmoderno.

Del resto de las obras, provenientes de Brasil, Argentina y Perú, la más interesante fue Ascensión, del argentino Alejandro Iglesias-Rossi, pieza sobria y poderosa, de cualidades épicas, llena de intensos pulsos a veces orgánicos, a veces mecánicos. Un sutil entramado de planos sonoros resuelve la obra en la presencia de un coral antiguo, epílogo que aunque pareciera anecdótico, es plenamente congruente con lo propuesto a lo largo de la pieza. Todo esto, y más, fue atestiguado por un público relativamente abundante y evidentemente desconcertado, lo que apunta hacia la necesidad de más conciertos como éste.

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