Jornada Semanal, domingo 15 de junio de 2003           núm. 432

MICHELLE SOLANO

RETRATO DE BRECHT

"Brecht, genio del teatro o mixtificador." "Brecht está estrechamente asociado al comunismo." "Tenemos necesidad de su voz crítica." "La izquierda lo ha canonizado, pero no lo ha entendido." "Es uno de los cuatro grandes autores de teatro del siglo xx." "Su teatro me aburre. Prefiero su poesía de lengua viperina."

Los anteriores son algunos puntos de vista que se desprenden de forma casi obligada en conversaciones, ensayos o estudios críticos y que, de uno u otro modo, componen la figura que hoy tenemos de Bertolt Brecht (1898-1956).

Dadas las circunstancias actuales y regresando al marco de referencia que envolvió buena parte de la obra del dramaturgo y poeta alemán, (y porque además pocos son los que se cansan de montarlo, reinventarlo y tratar –con todo y marranitos– de reelaborarlo para contemporizar su discurso (como si se necesitara un discurso a favor de una clase social que no nada más no ha dejado de existir, sino cuyas condiciones de vida y marginalidad han empeorado en el mundo entero), se vuelve necesaria una pregunta: ¿qué puede seguir aportando Bertolt Brecht al teatro –al arte– que se hace en la actualidad?

En un espectáculo que trajo a México la gran actriz y cantante polaca Hanna Schygulla (actriz favorita de Werner Fassbinder) llamado Brecht, aquí y ahora, ella se cuestionaba lo que Brecht habría pensado del mundo actual, de la genética, de los conflictos bélicos que se repiten porque al parecer la humanidad no tiene memoria y, si la tiene, poco aprende de ella, y de esa constante de que el hombre no ayuda al hombre.

Para alguien como Hanna Schygulla –a decir de muchos– resultaba más fácil reelaborar un espectáculo sobre Brecht, dado que sus circunstancias (edad, nacionalidad...) la colocaban en un sitio desde el cual se tenía una perspectiva más clara del dramaturgo alemán. Cierto o no, lo importante es que ese espectáculo le devolvió a la perspectiva que sobre Brecht teníamos muchos mexicanos, la liviandad (que no ligereza), el disfrute pleno y necesario de su obra, de su propuesta teatral y su discurso.

Un montaje mexicano que bajo sus propios términos logra retomar varios puntos imprescindibles de Bertolt Brecht (no sólo como creador artístico sino como ser humano) es Retrato de Brecht, dirigido por Gilberto Guerrero y que se presenta los miércoles y jueves en el teatro La Capilla.

Si algo debiera retomar el teatro de nuestros días de toda esa inmensidad apreciable que es la obra de Brecht, es que el teatro no se puede permitir ser aburrido. En Retrato de Brecht no sólo se ofrece una visión del universo creativo (situaciones, personajes, canciones, poemas, relatos) de Bertolt Brecht, sino que también provee de una entrañable recuperación de él como individuo. Algo hay en este montaje de fabulación, sí, pero por fortuna para la obra, lo abstracto queda en el fondo, sin formularse en sentencias, y deja libre en primer término a los personajes de Brecht, a su pasión y a sus acciones.

El espectáculo está articulado en dos partes: por un lado está la obra de Brecht (en donde se retoman La ópera de los tres centavos, Madre Coraje y sus hijos, las Historias del Señor Keuner, etcétera) y por el otro, las comparecencias de Brecht frente al comité investigador de actividades antinorteamericanas. Una gran fortuna es que estos dos grandes universos (enfoques de lo que significa Brecht, como autor y como ser humano) terminan por crear uno alterno, paralelo y que se vuelve entrañable.

En estas viñetas brechtianas actúan Mariana Gajá, José Juan Meraz, Israel Martínez y Gabriela Pérez Negrete. Un elenco bastante bien armonizado y en equilibrio. Mención especial merecen la música original de Alina Ramírez, la ejecución de Salvador González de la Vega y las coreografías de Fermín Zúñiga.

El trabajo de Gilberto Guerrero recupera la originalidad del teatro de Brecht, ésa que radica en la ascética renuncia a emocionar al espectador en aras de una lucidez crítica que le permita descubrir las causas sociales y morales de los conflictos que contempla en escena. Retrato de Brecht es una bella muestra de que la tristeza, la miseria humana, la alegría y la esperanza, conviven, desde siempre, en la línea fronteriza entre el mundo que habitamos y ese que siempre pensamos que debíamos habitar.
 

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