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México D.F. Domingo 15 de junio de 2003

Angeles González Gamio

El perenne placer de los libros

Asustan estos tiempos de la computación, el Internet y demás adelantos tecnológicos que cambian día con día y con celeridad vuelven arcaicos aparatos y sistemas que hace unos meses nos deslumbraron.

Me acabo de enterar de que los discos en los que guardo mis crónicas, archivos y demás información valiosa, y a los que recurro constantemente, ya son algo anticuado, de duración temporal, y que ahora lo moderno es usar máquinas sin floppy y guardar, no entendí cómo, de manera más segura y práctica la información.

Hay quienes sostienen que pronto los libros serán obsoletos, que vamos a leer en la pantalla, cada día más sofisticada, de una computadora. De plano, me niego a aceptarlo; dice un dicho popular: "nunca digas nunca", pero en este caso, sí afirmo que nunca se podrá sustituir el placer de tener un libro en las manos, palparlo, olerlo, hojearlo, examinar el índice, el diseño, el tamaño de la letra, para finalmente sumergirse en la lectura, recostado entre mullidos almohadones, con un té de anís al lado, cuyo aroma compite con el del papel recién impreso o de un volumen añejo.

En la ciudad de México el interés por los libros puede rastrearse hasta el imperio mexica, en el cual se elaboraban esos maravillosos libros pintados que contaban su historia, creencias, ordenamientos y demás aspectos de la elaborada vida de la sociedad azteca. El sitio fundamental de custodia de estos documentos era el recinto ceremonial que se encontraba donde ahora están nuestro Zócalo y sus alrededores. Tras la conquista, en ese mismo lugar se inició el comercio de los libros y se establecieron las primeras librerías.

De ello nos habla la historiadora Juana Zahar en un delicioso libro que publicó la UNAM hace varios años, titulado Historia de las librerías en la ciudad de México. Una evocación, en el que nos enteramos del interés que hubo en los libros desde los primeros años de vida de la nueva ciudad que se edificó sobre Tenochtitlán.

El cronista Humberto Musacchio dice: "Tan viejo como la ciudad de México es entre nosotros el oficio de librero". En su crónica El mester de librería, nos cuenta que el primer librero de México, se dice que fue Alfonso Castilla, y comenta el peligro que implicaba el oficio, por las prohibiciones y castigos de la Santa Inquisición.

Continuando con esa ancestral vocación, hoy en esa misma plaza, hoy conocida como el Zócalo, se va a realizar un festival de lectura que organiza la Secretaría de Cultura del gobierno de la ciudad, que ahora tiene la fortuna de que la dirija el historiador Enrique Semo, quien prácticamente en el oficio lleva el amor por los libros.

La intención es que el festival se constituya en un espacio que estimule la creatividad y la reflexión a partir de talleres, encuentros, presentaciones artísticas, charlas, mesas redondas y lecturas, tomando como base el trabajo que se viene desarrollando en los libro-clubes y círculos culturales.

El día va a ser verdaderamente de fiesta: van a leer poesía la actriz Arcelia Ramírez y los poetas Benjamín Juárez Echenique y Sergio Téllez; vamos a charlar con El Fisgón, y a conocer a los jóvenes en la literatura: ciberpunk, terror y neogótico. Para los aficionados al ajedrez, habrá partidas simultáneas. Los niños también tienen su jolgorio con títeres, literatura, máscaras, papalotes y pinceladas de poesía. Sin duda el plato fuerte será la venta de libros, y šel trueque! Antigua costumbre que la secretaría intenta institucionalizar en diversos centros destinados para ello; una gran idea.

También vamos a poder presenciar la entrega a los libro-clubes de 29 mil títulos nuevos, que la dependencia adquirió en precios muy rebajados del Fondo de Cultura Económica, lo cual garantiza su calidad. Todas las actividades van a estar acompañadas por los jacarandosos ritmos de los grupos Su Mercé y Los Parientes de Playa Vicente, Veracruz, así como por las propuestas musicales de Francisco Barrios El Mastuerzo, Nina Galindo y Armando Rosas.

Agotados y sedientos, regalémonos un festín español en el Centro Castellano, situado en Uruguay 16. Iniciemos con una manzanilla bien fría y unos bocadillos con tomate y anchoas. La fabada es insuperable, y puede compartir una orden de lechón cocinado en el horno de leña, con su pellejito crujiente. De postre, son irresistibles los fresones rellenos de crema pastelera y recubiertos de chocolate.

Si se gastó el presupuesto en libros, a la vuelta, en Bolívar 51, la cantina El Mesón Castellano, con sus murales de esa región hispana y su decoración
de azulejos, le ofrece por el precio del copetín una abundante botana que lo dejará satisfecho.

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