![]() ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR AMOR AL ARTE (I de II) A Finuca
En el maremágnum de las palabras, lugar donde muchos creen percibir la existencia de sinónimos perfectos (es decir, de equivalencias exactas entre ellas), se descubre que sólo tiene nombre cuanto existe para nosotros lo desconocido es innombrable y que la sinonimia crea campos semánticos, universos en los que diversos conceptos relacionados se entrecruzan y contaminan, pero sin llegar a significar lo mismo. Hoy, cuando muchos quieren "expresarse" artísticamente, con formación o sin ella, pareciera natural que en el terreno de las artes se hable de "profesionalización", y que a esta palabra se le oponga una tríada que pareciera ser equivalente: la de aficionado, amateur y diletante. La consulta de casi cualquier diccionario confirma la tendencia a entremezclar los tres significantes para explicar recíprocamente sus significados, de manera que aficionado se define como amateur y diletante, y así las otras dos. Si cada palabra surge para expresar algún aspecto novedoso del mundo, me parece que la indagación acerca de los cuatro modos mencionados de ejercer el trabajo artístico revela algo más que la mera oposición entre el profesional y el aficionado. Mucho más allá de lo que hoy se entiende por "profesional" (para expresarlo tautológicamente: quien ejerce o pertenece a una profesión o magisterio de ciencias y artes), es iluminador el recuerdo de que la palabra profesar es hermana de confesar, y que ambas provienen de profiteri: declarar abiertamente, hacer profesión, de manera que professio estaría más relacionada con el hecho de hacer una declaración pública y de practicar un oficio. En el siglo xviii, el Diccionario de autoridades admitía que professión "se toma como protestación o confesión pública de alguna cosa", y que profesar era "ejercer alguna cosa, con inclinación voluntaria, y continuación en ella". Bajo tales orígenes, no parece desencaminado considerar que profesional es quien ejerce públicamente un oficio determinado de manera persistente, con la abierta declaración de pertenecer a algún gremio. Frente al carácter público del profesional, pareciera que la amistad entre el amateur, el aficionado y el diletante surge de su condición privada, aunque los diccionarios se solazan en la confusión superficial, pues si aficionado es quien cultiva un arte sin tenerlo por oficio (según el Diccionario de la rae), amateur es aficionado (según el Larousse), y diletante es, según Moliner, la persona que cultiva un arte por pasatiempo, sin capacidad suficiente para ejercitarlo seriamente. Creo que dos literalidades arrojan mejores explicaciones para el galicismo amateur y el italianismo diletante: quien ama (una actividad) y quien se deleita, respectivamente. Aunque las ideas de amar y deleitarse con el ejercicio artístico son sugerentes, ninguna de las dos ofrece tantas iluminaciones como las de la palabra aficionado, que se remonta hasta afficere, poner en cierto estado, la cual se deriva de facere, hacer. En el siglo xv, la palabra afección, derivada de affectio, sufrió una duplicación popular que la convirtió en afición, y Cervantes (en su atribuida comedia, La tía fingida) le llegó a dar el sentido de enamorado, de manera que afición y aficionado se relacionan con la palabra afecto. El Diccionario de autoridades definió hermosamente la afición como propensión, amor o voluntad del ánimo con que nos inclinamos a querer y amar alguna cosa, y hace una cita de la Guía de pecadores, de Luis de Gran, para ejemplificar: "un hombre carnal aficionado a una muger emplea toda su razón y entendimiento en ella". Mientras que el profesional ostenta públicamente su pertenencia a un gremio, el aficionado (amateur y diletante) confiesa privadamente su afecto y deleite por el arte, ejerciéndolo sin pretensiones de salir a la mitad del foro para quitarle a la epopeya un gajo: frente al ejercicio público, el amor privado. Al margen del oportunismo y la improvisación de quienes ni siquiera son aficionados sino buscadores de aplausos y reconocimiento ante la exhibición de sus carencias formativas, se puede ser testigo de esa burocracia ostentosa que, notoriamente y sin recato, ofrece gato por liebre: músicos holgazanes que orejean, poetas que no saben medir versos ni distribuir acentos, pintores que no tienen nociones de técnicas pictóricas y fotógrafos que no saben manejar la luz (ignorantes de lo que les deparará el revelado de su rollo). Entre cierta burocracia profesional y el arribismo de los legos, es preferible el afecto de esos diletantes que, en sigilo y sin tanto público, comparten con algunos su deleite y amor al arte: en muchas ocasiones, su trabajo supera en conocimiento y profundidad al realizado por quienes pontifican desde sus "afamadas" cátedras. (Continuará.)
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