Tiene apellidos que, de oídas, uno pudiera relacionar con el mundo de las artes plásticas y su venta en galerías. Pero en realidad, Beatriz (Gigi) Mizrahi Shapiro (DF, 1958) no tuvo conecte profesional y directo con el mundo artístico sino hasta que fue una mujer divorciada, con dos hijos que mantener y una inquietud creativa que canalizó en su amor por la plata, los guajes, las formas orgánicas y texturizadas con las que dio nacimiento a su joyería mexicana y contemporánea. De raíces polaco-libanesas, y una familia convencional que sin embargo la incitó a conocer África, Japón, India y mucho del mundo para "entender cómo viven los demás", fue siempre "la princesita" que estudió ballet, piano, dibujo y todas las gracias para tener una currícula de "esposa perfecta". Cumplió el rol algún tiempo y sin embargo, como es "muy de tripas", se divorció, salió de casa y decidió dejar de tenderle la mano al mundo para ver qué le daba. Con una licenciatura en psicología humanista y maestría en creatividad, la situación la empujó a trabajar sin tener idea de qué y cómo. Empezó en la industria textil entre un grupo de varones pero se sentía "tan devaluada porque me veían sólo como un bonito adorno", que decidió abrir su propia tienda de ropa aderezada de algunas joyas y artesanías. Su gusto por "lo mexicano" venía de muchos años atrás; de sus tiempos de educación como princesa cuando radicó durante un año en Suiza y como adolescente tenía su mayor orgullo en vestirse con huipiles y mostrarles a sus amigas la cultura prehispánica. Cuando regresó al país y continuaba vistiéndose con rebozo y enagua, sus hermanos le decían "naca" y "rara" mientras ella no entendía que esa rareza tenía desde entonces un sentido profundo y asumido que hoy le fascina.
En el DF, su tienda en el Pasaje Polanco pasó de ser un local para vender ropa y artesanía a una joyería de plata con diseños originales en donde desfilaron primero máscaras prehispánicas, huipiles, peces y juegos de pelota que después se acompañaron por una serie "orgánica" con la presencia de chiles, elotes, nueces, fresas y camarones en el cuerpo de un arete, pulsera, gargantilla, cinturón y anillo. Algunos de sus amigos le decían antes, como ahora: "¿Sigues haciendo lo mexicanito? ¿Porqué no diseñas mejor como Bulgari o Cartier, algo más chic y bonito?" Ella, antes como ahora, sonríe y continúa elaborando sus piezas de las que extrae un rasgo maya, griego, africano o de cualquier pieza apilada en un mexicanísimo tianguis para transformarlo en plata texturizada, con esa pátina que alude a la piedra y la sinuosidad con rangos de luz y sombra de las semillas, las frutas y los crustáceos. "Más de tripa que de cabeza", la también ceramista acepta que fue "un churro" incursionar en su serie de collares donde desfilan chiles cascabel o de árbol. (Por cierto, la tan de moda Martha Sahagún de Fox tiene entre sus accesorios un collar de chiles hecho por Gigi Mizrahi, y que al parecer le encanta, sin albur.) "Fue algo que se me antojó hacer luego de una visita al mercado y cuando vi el resultado me fascinó por la forma y presencia estética", dice. Lo mismo pasó con los camarones y caracoles que forman parte de otra serie que a veces monta en guajes para que luzcan ante los posibles usuarios. "Me gusta la diversidad de las cosas que hago desde edad bastante madura. Te podría decir que ya a los cuatro años hacía collares con las cuentitas de la sopa aguada pero no es así. Ni me siento la gran artista ni la gran creativa; simplemente una talachera que disfruta a plenitud el experimento de la joyería y, más, cuando la gente que usa las piezas las reconstruye y se divierte. Quiero volar hasta donde den mis alas", cierra esta doble divorciada, güera y judía quien por esa condición se ubica "tres veces marginada" y sin embargo se da chance de vivir sorpresas pues se rebela a diario hasta de su agenda. |