La Jornada Semanal,  domingo 1º de junio  de 2003         430
(h)ojeadas
 LA EXISTENCIA DESNUDA

GUILLERMO VEGA ZARAGOZA

Josefina Estrada (editora),
Mujeres de Oriente. 
Relatos desde la cárcel,
Colibrí,
México, 2002.
Quien tiene un porqué para vivir, 
encontrará casi siempre el cómo
Friedrich Nietszche
Existe un libro atroz, pero que luego de su lectura, nos deja una enseñanza bellísima. Se llama El hombre en busca de sentido. Lo escribió un psicólogo vienés que se llamaba Víctor L. Frankl. En él nos narra su experiencia como prisionero en un campo de concentración nazi durante la segunda guerra mundial. Con sólo enunciar el tema nos podemos imaginar las crueldades que ahí sucedieron. Todos hemos visto en fotografías, documentales y películas el horror que significó descubrir la existencia de esos campos de exterminio, donde millones de personas fueron asesinadas luego de padecer innumerables agresiones y vejaciones. Entonces y ahora, nos sigue pareciendo increíble no sólo que algunas personas hayan sobrevivido a ellas sino que, precisamente, quienes las inflingieron hayan sido seres humanos. 

En efecto, millones de personas perdieron la vida en esos lugares. Pero también miles de personas sobrevivieron a las bestiales condiciones de los campos de concentración. ¿Cómo fue posible esto? ¿Por qué unos sí tuvieron la fuerza para soportar todo tipo de violaciones a su integridad humana y sobrevivieron, mientras otros se dieron por vencidos y se dejaron morir, asumiendo como inevitable un destino tan cruel? En la respuesta a esta interrogante radica la belleza que nos revela ese libro. 

El doctor Frankl nos enseña que, en el campo de concentración, todas las circunstancias conspiran para conseguir que el prisionero pierda sus asideros. Todas las metas de la vida familiar, profesional, sentimental, han sido arrancadas de cuajo, por la brutalidad más irracional que se pueda imaginar. Frankl cuenta que, luego de que le ordenaron que se deshiciera de todas sus pertenencias y se despojara de sus ropas para desinfectarlo antes de entrar al campo, se encontró desnudo esperando su turno para entrar a la ducha de agua fría. Allí se dio cuenta de que lo único que poseía era su "existencia desnuda", pues no había nada que pudiera ser un nexo material con su vida anterior como padre, esposo o médico. En ese momento entendió que el ser humano es, como lo dijo también el filósofo español José Ortega y Gasset, tan sólo él y su circunstancia. 

Conforme fueron avanzando los días, las semanas y los meses de su inefable estancia en el campo de concentración, Frankl atestiguó cómo algunos de sus compañeros de desgracia fueron dándose por vencidos, perdiendo toda esperanza de volver a ver a sus familias, a sus seres queridos, y, literamente, se dejaron morir. La cámara de gas y los hornos crematorios solamente le ahorraban a estos individuos la humillación última de tener que suicidarse, pues más que personas parecían muertos en vida.

Pero, a través de su propia experiencia y de la observación de sus compañeros, Frankl llegó a una importante conclusión: la clave estaba en la actitud que cada persona asumía en relación con las circunstancias que –en este caso, en mala suerte– le habían tocado vivir. Frankl nunca perdió la esperanza de volver a ver a su esposa y a sus hijos, de volver a caminar por las calles de su cuidad, de admirar el amanecer y escuchar el canto de los pájaros del parque, de volver a atender a sus pacientes en el hospital. Frankl asumió que esa circunstancia por la que atravesaba en tales momentos era totalmente transitoria y que, por más irracional que fuera, no iba a durar para siempre. 

Descubrió algo sumamente bello, que la gran mayoría de los seres humanos pocas veces logramos discernir por nosotros mismos: la "última de la las libertades humanas" es la capacidad de "elegir la actitud personal ante el conjunto de circunstancias" que le toca atravesar. Pueden encerrarme, quitarme todas mis pertenencias, insultarme, vejarme, torturarme, pero si no me matan, sigo siendo libre, a pesar de estar enclaustrado entre cuatro paredes; sigo siendo libre para decidir si estas circunstancias las vivo como un infierno inevitable o como una circunstancia transitoria, pasajera, como una fase más de mi vida que puedo aprovechar para hacer algo útil, para mí y para mis semejantes. O, por el contrario, puedo decidir rumiar mi desgracia o mi mala suerte, convertirme en un muerto viviente, drogarme o emborracharme para evadirme de esa circunstancia, para no enfrentarla, decidir que nada tiene sentido, que "para qué hago algo si nunca voy a salir de aquí". 

Frankl señala que, en su momento, muchos antiguos prisioneros veían con reticencia la posibilidad de contar las atrocidades por las que habían pasado. Decían: "No nos gusta hablar de nuestras experiencias. Los que estuvieron dentro no necesitan de estas explicaciones y los demás no entenderían ni cómo nos sentimos entonces ni cómo nos sentimos ahora." Lo curioso es que, aunque uno nunca haya pisado un campo de concentración, es posible experimentar compasión por los sufrimientos de estos hombres. Y aquí me refiero al sentido estricto de "compasión", palabra a la que muchas veces se le da un sentido peyorativo, como de "lástima". No: la compasión es, según el diccionario, "el movimiento del alma que nos hace sensibles al mal que padece alguna persona".

Es muy probable que para las autoras del libro Mujeres de Oriente, editado por Josefina Estrada, no resulte de ninguna manera novedoso el hallazgo de Víctor L. Frankl. Lo viven o lo han vivido cotidianamente durante el tiempo que pasan o han pasado en la cárcel. Aunque no lo hayan expresado de la misma manera, lo saben y lo padecen cada día, cada semana, cada mes, cada año que pasan en espera de su liberación. 

Desde luego, existen diferencias entre una prisión y un campo de exterminio, aunque a veces nos parezcan indistinguibles. La verdad es que yo no creo en la utilidad de las cárceles, o como se le dice ahora, eufemísticamente, "Centros de Readaptación Social". ¿ De veras creen, quienes le pusieron ese nombre, que en las condiciones actuales del sistema penitenciario y de impartición de justicia de nuestro país, los ceresos "readaptan" a alguien? El filósofo francés Michel Foucault lo estableció muy bien en su libro Vigilar y castigar: la cárcel es el ejercicio más violento del poder del Estado en contra de los individuos, pues les arranca de tajo sus más elementales derechos, no sólo física sino simbólicamente, en aras de una supuesta acción de sanidad u "ortopedia" social. Es decir: como no podemos meter a toda la sociedad a la cárcel por haber fallado en la formación de un individuo que atenta contra esa misma sociedad, entonces encerramos a los "errores" de esa formación colectiva de la cual todos somos responsables, pues cada uno de nosotros tenemos algo de culpa cuando alguien atenta contra el cuerpo social que conformamos todos.

Pero no es el momento de hablar de la soga en casa del ahorcado. De cualquier forma, las condiciones carcelarias no han cambiado mucho desde las mazmorras medievales, aunque ahora se utilicen circuitos cerrados de televisión y alta tecnología para tratar de controlar y someter a los "internos", como se les dice ahora, como si de enfermos se tratara. Sin embargo, "aunque la jaula sea de oro no deja de ser prisión".

Es inevitable que la lectura del libro editado por Josefina Estrada, donde reúne los relatos escritos por diecisiete mujeres presas en el Reclusorio Femenil Oriente, nos traiga a la mente algunas obras ya clásicas del tema carcelario, empezando por El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, hasta llegar a Los muros de agua y El apando, de José Revueltas. No obstante, en la novela del francés es el deseo de venganza el que mueve a Edmundo Dantés, mientras que en el caso del mexicano la cárcel es asumida como un pasaje más de la lucha revolucionaria y como una oportunidad de denunciar la barbarie inescapable a la que se veían reducidos los presos. 

Pero sólo he mencionado libros escritos por hombres. Nunca antes había leído testimonios carcelarios escritos por mujeres. (Miento: sí, ya había leído Me dicen la Narcosatánica, de Sara Aldrete, pero se trata más bien de su biografía antes de llegar a la cárcel y no sólo de su testimonio ya dentro de ésta). Y las diferencias son notables. Ya lo destacó Josefina Estrada en la presentación que abre el libro: "Por su propia condición, la mujer tiene una sensibilidad superior a la de la mayoría de los hombres. Eso las vuelve más introspectivas, más exigentes consigo mismas. Esa naturaleza incrementa la culpabilidad a grados enloquecedores, así sean inocentes del delito por el cual se les inculpa. Por ello mismo, su escritura es valiosa para tomar el pulso de la actual sociedad mexicana."

Los relatos de estas mujeres nos hablan desde la experiencia misma de la cárcel, aunque algunos no sean totalmente testimoniales o autobiográficos. Ahí están sus historias, la crónica diaria de lo que viven, las condiciones infrahumanas que tienen que padecer, los abusos, las vejaciones, el rechazo, la desesperanza, la tristeza, la soledad, el dolor, el abandono, la impotencia, pero también está el deseo, el amor, el goce, la esperanza, la alegría, la nostalgia, la amistad, la imaginación y la creatividad. 

Con su trabajo como coordinadora de talleres literarios en reclusorios femeniles, Josefina Estrada ha desempeñado una labor a todas luces encomiable, que tiene muy poco que ver con la caridad o la piedad cristianas. Se trata, casi, de un asunto de salud pública. Ella reconoce que algunos colegas le han comentado que sus talleres se acercan más a la terapia en grupo que a la enseñanza de la escritura. Algo debe haber de eso, cuando en una sociedad aún tan mojigata e hipócrita como la mexicana, un puñado de mujeres tienen la valentía de confesar por escrito, ya no digamos sus preferencias sexuales, sino su deseo de ser queridas, amadas y comprendidas, así como externar su inconformidad por las injustas circunstancias que las llevaron a la prisión, cuando la norma social dominante aún es que la mujer tiene que aceptar estoicamente, sin chistar, todas las penas y realizar todos los sacrificios.

Podrían glosarse todos y cada uno de los textos incluidos en el libro, pero el objetivo de este texto es más modesto. No obstante, quiero mencionar un texto en especial, que de alguna forma resume el planteamiento principal de lo expuesto y que permite una última reflexión. 

Impresiona sobremanera un texto de Maguitos titulado "La libertad del encierro", que podría parecer una paradoja, pero bien mirado no lo es. En él, la autora nos cuenta que para ella la estancia en la cárcel es lo mejor que le pudo haber pasado, pues le dio la sensación de ser ella misma, y no es que no fuera feliz, pero siempre fue lo que los demás querían que fuera, desde su papá, su mamá, su abuelita, las maestras del colegio, su marido y sus hijos. Ahora, sola, enfrentada, como diría el mismo Frankl, a su "existencia desnuda", tenía que iniciar por primera vez la aventura de ser ella misma. Recién ingresada, a propósito del cumpleaños de otra interna, les confiesa a sus nuevas compañeras: "Muchachas, ¿qué creen? Es la primera vez que voy a una fiesta sin pedir permiso." Todavía no termina de decirlo y ya está llorando, para luego brindar con refresco "por esa libertad, estando presas".

La frase es bella y triste a la vez. ¿De qué libertad estamos hablando? ¿Finalmente quién será más libre: estas mujeres, que lograron expresar sus miedos, sus alegrías, sus deseos y sus rencores en una página, aunque algunas de ellas tengan que seguir en prisión; o nosotros, que podemos salir a la calle, subirnos a nuestros autos, enfrentarnos al tráfico y recluirnos en la cárcel invisible en que hemos convertido nuestras vidas? La respuesta la tiene cada quien, y la podrá responder cuando nos atrevamos a enfrentar la aventura de ser nosotros mismos y reconocer que no tenemos nada más que nuestra propia existencia desnuda y que la última libertad que nos queda es decidir la actitud que adoptemos ante las circunstancias que nos han tocado vivir. En pocas palabras: tenemos la libertad de decidir si asumimos nuestra vida como una bendición o como un infierno, sin importar que, temporalmente, nos encontremos detrás de las rejas de una cárcel •