Jornada Semanal, domingo 25 de mayo del 2003                núm. 429

LUIS TOVAR

LA RISA DEL
INTELECTUAL

Un par de días antes del estreno de Asesino en serio, el director Antonio Urrutia le salió al paso a los comentarios negativos que su primer largometraje todavía no recababa y afirmó: "La criticarán aquellos intelectuales, aquellos que quisieron ver una película muy formal, que esperaron ver una cinta solemne; la harán trizas." Postura similar adoptó Antonio Serrano hace no mucho tiempo, refiriéndose a su filme La hija del caníbal, y comentarios por el estilo virtieron en su momento Fernando Sariñana, al respecto de sus películas El segundo aire y Amarte duele, y Alejandro Gamboa cuando le correspondió hablar de El Tigre de Santa Julia, dirigida por él.

Por supuesto no puede hablarse de una concertación entre ellos ni nada por el estilo, pero sí comienza a ser sintomática esa suerte de pose antiintelectual que, en el afán por deslindarse de la crítica adversa, adoptan algunos cineastas –los referidos no son los únicos, sino los más recientes–, y, al asumir esa postura, corren tal vez sin darse cuenta el enorme riesgo de sólo ser capaces de atender elogios.

Si lo que afirma Urrutia fuera totalmente cierto, podría decirse también de este modo: Asesino en serio no será hecha trizas, ni siquiera criticada, por quienes esperan ver una película informal y antisolemne, es decir, por quienes no son intelectuales.

El apelativo "intelectual" tiene la rara virtud de provocar comezón mental, digámoslo así, a muchos de quienes lo reciben, pero sobre todo a la totalidad de quienes lo espetan como si de un insulto se tratara. Como no es cuestión aquí de revisar todas las implicaciones ideo-sociológicas de este fenómeno, habrá que concentrarse sólo en una de ellas: la noción subyacente de que los intelectuales no saben reír, o, más precisamente, los intelectuales que van al cine o, para ser aún más exactos, los que van al cine y luego dicen su opinión respecto de lo que vieron.

Dicho con la misma soltura y la misma franqueza empleada por los cineastas arriba citados: se equivocan. No es verdad que los intelectuales seamos incapaces de reír (permítaseme incluirme en el grupo de apelados, aunque no fuera más que por haber hecho una crítica adversa a Asesino en serio, acto que, de acuerdo con su director, automáticamente me convirtió en intelectual). No es verdad que todo aquel que no sea intelectual tiene por fuerza que salir "satisfecho" del cine. No es verdad que la intelectualidad sea menester para emitir una opinión adversa, respecto de la cinta de marras o de cualquier otra cosa.

LAS PALOMITAS PRETENSIOSAS

Según Urrutia, su película debía ser "obvia, burda, para que la gente se divirtiera". Tampoco es verdad, pues si así fuera, entonces la diversión en sí es una cosa obvia y burda; o peor aún: a la hora de divertirse, la gente es obvia y burda. A muchos puede sonarles excesivo, pero esa línea de pensamiento precisamente fue la que condujo al felizmente fugaz esplendor del execrable cine de albures tipo Alberto Rojas "el Caballo", Alfonso Zayas, Charly Valentino, "el Güero" Castro, Luis de Alba y demás notables mediocres.

Fuera de toda duda está la necesidad de contar con lo que suele llamarse cine de palomitas, es decir, todo aquel que, en palabras de directores, productores y actores cuestionados al respecto, llaman cine "sin pretensiones", "sólo para entretener", "divertido". En este espacio se ha hablado innumerables veces de la masa crítica que permita pensar en términos de industria cinematográfica, para lo cual es indispensable, e inevitable, la producción de este cine solamente "entretenido".

La cuestión aquí consiste en el extremismo esgrimido para afrontar la concepción y la realización de ese entretenimiento, sobre todo por la serie de ideas subyacentes –a saber si también inconscientes–, que bien pueden resumirse en una sola: ahora resulta que "entretenido" es sinónimo de banal e intrascendente, y que "intelectual" equivale a complejo, solemne, aburrido y fatigoso.

El problema de los extremismos siempre resulta perogrullesco, pero no por eso es menos frecuente. En el caso de buena parte del cine mexicano contemporáneo englobado en el género de la comedia, es tan grande el repeluz que a algunos les provoca la "intelectualidad", que acaban por verlo todo en blancos y negros absolutos. Así las cosas, por un lado pareciera indispensable transitar algún sendero del analfabetismo funcional para ser capaz de divertirse y, por otro, pareciera que quien frecuente lecturas más allá del Teleguía y Selecciones debe resignarse a conocer la risa sólo de oídas.

Posturas así caen por sí solas y, sin salir del ámbito cinematográfico, bastaría citar cualquier filme de los hermanos Cohen o, sin ir nada lejos, recordar La ley de Herodes para dar pruebas concretas de que el sentido del humor y la posibilidad de divertir no son el aceite de un agua llamada inteligencia.