Edmundo Font Desde este parque ficticio de mar
Cuando el ansia bruta del hombre
se despliega,
Declaracion de Bogotá José Gorostiza Desciende el aire de la negra montaña tempestuosa. Tropieza en la esbeltez de tu blancura como topa la luz, allá en la plaza, en la amarilla catedral de aceite que, lenta, se consume cediendo a los dominios de la estrella su estatura de llama endurecida. Te hace sonar el aire: eres su flauta. Te engrandece los ojos plenilunios. Imprime un ritmo pendular al brazo Con que cortas la línea de tu marcha y en nobles giros de cristal te ajustas a frenos de pedales y sordinas. Te ahoga la sonrisa inescrutable en un sabor de té que se azucara poco a poco en la pulpa de tus labios y te erige, por fin, sonora estatua, en el rigor de un martinete insomne que bate en mis arterias y que habrá de batir ¡ay, hasta cuándo, mira el amor lo mucho que duele! un delirio de alas prisioneras. Detrás de tu figura que la ventana intenta retener a veces, la entristecida Bogotá se arropa en un tenue plumaje de llovizna. He aquí los hechos. En la virtud de su mentira cierta, transido por el humo de su engaño, he aquí mi voz en medio de la ruina y los discursos, mi oscura voz de silbos cautelosos que vuelta toda claridad Declara: Me has herido en la flor de mi silencio.
Hugo Gutiérrez Vega Para
Anthí Michael
El sol tiene ocho días sin salir. El mar y el cielo son unánimemente grises. Pienso en mis muertos, en sus ojos que vieron mañanas azules y días grises como éste; en sus manos acariciadas y acariciantes; en los sueños truncados por la descuidada impiedad de la vida. Llevo a mis muertos en la memoria y acuden cuando se los pido. Hoy llegaron a la isla y me pusieron a pensar en ellos. Conozco muy bien esta interna ceremonia: cierro los ojos por un instante y los veo a todos tal y como eran en la vida. Me han ocupado la mitad del corazón. Con la otra sigo en los días. Grises el mar y el cielo y yo en la ceremonia
de los ojos cerrados por un instante viendo a mis muertos. Me son tan necesarios
que ya no podría vivir sin ellos.
De Una
estación en Amorgós
Andrés Ordóñez I Felicidad en Herat Octavio Paz A Carlos
Pellicer
Vine aquí como escribo estas líneas, sin idea fija: una mezquita azul y verde, seis minaretes truncos, dos o tres tumbas, memorias de un poeta santo, los nombres de Timur y su linaje. Encontré al viento de los cien días.
En la tumba del santo,
Una tarde pactaron las alturas.
Derechos
a disposición
Jorge Valdés Díaz-Vélez Para
Francisco Hernández
Llueve fuego en Madrid y en Buenos Aires han salido a la calle las bufandas. La Habana está sumida entre ciclones. En México hay buen sol y es tan radiante que hoy podemos creer que los volcanes son auténticos dioses. Hay quien toca en los bajos de Almagro o en Belgrano la puerta sin aldabas de una casa, en Miramar tal vez hay quien me busque o irá por Coyoacán a levantarme para ir al Café, y será un amigo el que llega a charlar con la frescura de las nubes errantes y el verano. Recuerdo una mañana como ésta: en otra vieja casa yo leí la misma predicción meteorológica: relámpagos aislados en los ojos, un calor insistente al sur; al este del corazón vientos propicios, buenos para hacerse a la mar con la memoria ceñida en sus mudanzas; 30° a la sombra, dudoso clima estable. El viento norte aleja las montañas hacia su divinidad. En el diario el pronóstico dice que habrá tiempo de sobra más allá de mis nostalgias y que no han de variar las condiciones. |